Al cumplirse dos meses de la detención y posterior asesinato de Mahsa Amini a manos de la Policía de la Moral iraní, el pasado 16 de septiembre, la nación de Medio Oriente sigue en un importante curso de protestas contra el represor régimen islámico. Estos masivos reclamos fueron motorizados en un principio por grandes sectores de mujeres que salieron a la calle a exigir justicia por la muerte de Amini, cuestionando la cotidiana opresión patriarcal que sufren, desde la imposición del velo hasta muchos otros tipos de violencia, pero desde las movilizaciones han ido creciendo en adhesión social. Ante la falta absoluta de legitimidad, el corrupto y antidemocrático gobierno del ayatolah Ali Khamenei y sus mulás sólo apuesta a redoblar la represión para sostenerse y ya son cinco personas las condenadas a muerte por participar en las protestas, acusadas de delitos contra la seguridad nacional. La durísima represión contra estas protestas ya dejó un saldo de por lo menos 326 muertos.

Amini, una joven kurda de 22 años que se encontraba de visita en Teherán, fue detenida por la Policía de la Moral por tener su velo supuestamente mal colocado y llevada a la comisaría, donde fue golpeada brutalmente y luego ingresada a un hospital, donde falleció después de casi tres días de agonía. Este caso, el enésimo de una serie de violencias cotidianas del régimen patriarcal islámico, encendió la mecha de una serie de importantes protestas en las principales ciudades del país que todavía no se apaga. Más allá de las grandes movilizaciones de las primeras semanas, hubo otro pico de reclamos callejeros al cumplirse los 40 días del asesinato y este martes 16, con la excusa del tercer aniversario de la criminal represión a las protestas que se desataron en 2019 por una serie de aumentos al combustible, conocidas como el “noviembre sangriento”.

Las protestas, a las que también se sumaron algunos gremios en huelga, incluyeron ataques a comisarías de policía, saqueos de tiendas e incendio de bancos y estaciones de servicio. Al inicio de las inmensas manifestaciones callejeras, cientos de mujeres iraníes también quemaron públicamente sus velos, símbolos de la violencia cotidiana a la que se encuentran sometidas.

A fines de la semana pasada, un tribunal de la capital iraní había decretado la primera condena a muerte contra un hombre considerado culpable de “incendiar un edificio gubernamental, alterar el orden público, reunirse y conspirar para cometer un delito contra la seguridad nacional”. En las últimas horas, la agencia de noticias de la Autoridad Judicial iraní confirmó otras cuatro condenas a la pena capital por distintos hechos de violencia contra la policía o las instituciones del régimen. Las condenas destacan los delitos de “enemistad con Dios y corrupción en la tierra”.

Los motores de las protestas, que ya piden explícitamente la caída del régimen islámico y del “dictador” a la cabeza del gobierno, son sobre todo mujeres y jóvenes estudiantes. El lunes de esta semana alumnos de la Universidad Tecnológica Sharif de Teherán y de la Universidad de Ciencias Médicas de Qazvin llevaron adelante masivas movilizaciones contra la represión, lo mismo que los estudiantes secundarios del distrito de Golshahr de Karaj. En estas marchas, además del grito que caracterizó a esta oleada de protestas (“mujer, vida, libertad”) se pudo escuchar: “¡Este es el año en que Khamenei será derrocado!”. Esto da cuenta de la profundidad del hartazgo social contra un gobierno que en 1979 se montó sobre una inmensa revolución social contra el Sha Reza Palevi para construir un régimen islámico de terror, que diezmó a las fuerzas de izquierda, sostuvo diez años de guerra destructora con Irak y avanzó sin pausa contra los derechos de las mujeres.

Además de las injustificables condenas a muerte, los tribunales iraníes vienen repartiendo decenas de sentencias a prisión de entre cinco y diez años para los más de 15000 manifestantes detenidos en las movilizaciones, acusados de “perturbación del orden público, reunión y conspiración para cometer crímenes contra la seguridad nacional”.

La ONG Iran Human Rights (IHRNGO), con sede en Oslo, también alertó sobre los centenares de heridos que viene dejando la represión a las movilizaciones y advirtió sobre el riesgo de ejecuciones rápidas tras el anuncio de la primera condena a muerte: “La comunidad internacional debe advertir con firmeza a la República de Irán de las consecuencias de ejecutar a manifestantes. Llamar a sus embajadores e implementar medidas de derechos humanos más efectivas contra funcionarios son algunas consecuencias a considerar”. Según la organización, desde el pasado 16 de septiembre ya sin 326 los muertos pro la represión oficial, 43 de ellos menores de edad. Pero hay estimaciones que elevan la cantidad de víctimas fatales a más de 1500.

El Gobierno islámico, que más allá de las diversas cuestiones geopolíticas, contó durante años con el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea, más preocupados por la continuidad del flujo petrolero que por la defensa de los derechos humanos, ahora parece estar transitando un momento de crisis terminal. Por supuesto que las grandes corporaciones que definen las políticas exteriores de los gobiernos europeos ya están buscando las alternativas de reemplazo que mejor sirvan a sus propósitos y ya le están soltando la mano al Ayatolah. A inicios de la semana la ministra alemana de Asuntos Exteriores Annalena Baerbock anticipó que las sanciones europeas incluirán al “círculo íntimo” de la Guardia Revolucionaria iraní -la principal fuerza paramilitar del régimen- y a sus estructuras de financiación. Pero la millonaria elite islámica, que tiene sus fortunas aseguradas en paraísos fiscales, no será quien sufra las consecuencias de las sanciones sino, una vez más, el pueblo iraní.

Previsiblemente también la ONU sumará en las próximas horas una condena internacional al régimen por las brutales violaciones a los derechos humanos de las últimas semanas. Más allá de resoluciones de repudio del organismo internacional que Irán, como hace sistemáticamente Israel, seguramente ignorará, la decisión final sobre el futuro del país se encuentra una vez más en manos de un pueblo que hoy ya no parece dispuesto a seguir tolerando la brutalidad patriarcal del gobierno de Khamenei.

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