“Si le seguimos diciendo elle al gato va a ganar Milei” reza un profético meme, acá vamos más allá y nos preguntamos: ¿ganó Milei porque le dijimos elle al gato?

Por Ignacio Román y Camila Egaña para Agitación

La foto del escenario político global nos devuelve un mundo girado a la derecha. Mientras los movimientos progresistas dieron una bocanada de aire con sus concesiones, las ultraderechas mundiales se reorganizaban y recuperaban características del fascismo y el autoritarismo. Asistimos a una avanzada conservadora en reacción a los progresismos en casi todas las expresiones políticas en general. 

Junto a la crisis económica en nuestro país tiene lugar una crisis política de representación, que viene de larga data, pero se expresa en el presente con el apoyo popular a un violento con una motosierra. En la búsqueda de responsables aparece como chivo expiatorio el “progresismo”. Particularmente, distintos sectores del amplio espectro político del país tienen en la mira las conquistas feministas. Esta postura esconde, además de machismo, una gran ceguera y en el caso de la izquierda una incapacidad para disputar. Hay que disputarle las bases al progresismo y traerlas a la izquierda o construir con elles lo que se pueda mientras resistimos a Milei. 

Hoy se construye un relato en el que supuestamente Alberto gobernó para los progres. Lo cierto es que no pasó ni eso, porque frente a cada posibilidad de profundización retrocedió como con Vicentín. En el gobierno de Alberto Fernández asistimos al empeoramiento general de las condiciones de vida con disminución del salario real y del poder adquisitivo. En la retórica peronista, el crecimiento de los índices macroeconómicos de Alberto fueron como el déficit fiscal cero de Milei. Mientras el gobierno mostraba un aumento en el empleo luego de la salida de la pandemia, los datos ocultaban una realidad acuciante. En Argentina cada vez se labura más, con 2 o 3 empleos, para cobrar lo mismo que hace 10 años. De acá nace la importancia de la comprensión del factor político de la economía. Los números por si solos no quieren decir nada. Una verdadera crítica con vocación de construcción hacia el futuro debe tener en la mira las condiciones materiales que nos trajeron hasta acá. La pésima gestión de Alberto y la inacción de quienes lo pusieron en el gobierno, que se pateaban la pelota para no quedar pegados cuando debían actuar, son en parte responsables de la situación en la que hoy nos encontramos.

Los espacios pertenecientes a la coalición saliente se reparten las culpas sin hacerse mucho cargo de la derrota. No hay falta de autocrítica, hay falta de juicio y memoria porque los que están haciendo autocrítica igual nos ubican a quienes vamos por el avance de los derechos como responsables. No perdimos porque hablamos con la “e”. (Decimos “perdimos” porque cuando ganó la ultraderecha perdimos todos). El pueblo no estaba harto de que haya dni no binario, estaba harto de matarse trabajando para que no le alcance para nada. 

Tanto los libertarios, como algunos peronistas y sectores de la izquierda nos inventan una encrucijada que dice que no es prioridad en este momento defender tales o cuales conquistas que según su criterio no son centrales. Pareciera que como nos estamos cagando de hambre no podemos además, querer no morir desangradas por abortos clandestinos. Nos ponen en esta falsa dicotomía entre comer y querer derechos. Pues, les decimos que en la batalla por una vida digna queremos todo.

¿Qué es el progresismo?

Desde diferentes ópticas y tradiciones políticas se habla del progresismo. Sin embargo, muchas veces, nos referimos a cosas distintas. Desde nuestro lugar buscamos pensar al progresismo como una amplia avenida donde pueden confluir sectores del nacionalismo popular, las izquierdas y espacios democráticos en general. Está ligado al avance en materia de derechos humanos y sociales. También, a planteos de distribución de la riqueza. Muchos de ellos, sin cuestionar necesariamente las matrices del enriquecimiento. Otras, con una perspectiva anticapitalista a largo plazo, establecen mediaciones para intervenir políticamente en la actualidad. 

En Argentina muchas veces naturalizamos la existencia de una conquista de un piso muy alto de derechos humanos y sociales. Somos el único país de América Latina que logró, mediante la lucha de las Madres y Abuelas, enjuiciar a los militares genocidas para que mueran en la cárcel. Tenemos también, uno de los movimientos obreros con mayor porcentaje de sindicalización a nivel continental. E incluso, los movimientos que han ganado peso en las últimas décadas (pese a existir hace más tiempo) como el feminismo y el ambientalismo han logrado importantes victorias como la implementación de la ESI, el matrimonio igualitario, el aborto legal o el freno de ciertos proyectos extractivistas. Muchas de estas luchas, si bien contaron con la participación del movimiento obrero organizado, no estuvieron conducidas por el mismo, sino por estructuras transversales que lograron crear identidades de masas.

Por otro lado, ligado al punto anterior, vemos que gran parte de la “primera ola progresista” en América Latina que tuvo su epicentro en la Cumbre de las Américas e incluso, parte de esta “segunda ola” progresista que vivimos ahora, han combinado discursos progresistas y avances en derechos sociales con un deterioro estructural de las condiciones de vida de la clase trabajadora y un proceso de reprimarización de las economías regionales. Esto, que en palabras de Nancy Fraser se ha denominado como “neoliberalismo progresista” explica en parte la desilusión de amplios sectores populares con estas experiencias y la construcción de un vacío de representación política que puede ser llenado por expresiones de ultraderecha. 

Esta crisis económica, lenta, dolorosa y paulatina produce cambios profundos en las mentalidades populares. Al decir de García Linera: “El dinero que posee la mayoría de las personas ha sido fruto de su trabajo. (…) Con el dinero regula sus vínculos con sus allegados, con los vecinos. El dinero es el vínculo social por excelencia. Diariamente lubrica las múltiples actividades de todas las personas. Sostiene su cotidianidad y su horizonte predictivo imaginado. Pero la inflación destruye todo eso. La inflación mutila la previsión del destino familiar, carcome los vínculos vecinales o sindicales. La inflación dinamita su capacidad de prever mínimamente el porvenir” (“El monstruo de la inflación” para revista Jacobin)

El gran problema de estas experiencias radica en que cuando cae un gobierno también caen sus banderas. La derrota del proyecto del Frente de Todxs no es una derrota solo del peronismo si no que también nos pone en peores condiciones a todxs lxs que miltamos por un mundo más justo para levantar las banderas de los derechos sociales y económicos, los sindicatos, movimiennos sociales, el aborto legal, por nombrar algunas banderas. 

En la actualidad existe un corrimiento de la agenda hacia la derecha de la que nadie está exento. Las izquierdas y el campo popular también estamos atravesadxs por la reacción conservadora que se mete en nuestros debates. Es un problema cuando las conclusiones a las que se llegan tienen puntos de contacto en común con los planteos de la ultraderecha, por ejemplo cuando renegamos de los derechos de las diversidades sexuales o el antirracismo. Sin ir más lejos, gran parte de la campaña del presidente se montó sobre la crítica al “marxismo cultural” encarnado en el avance de los derechos sociales. 

En todo proceso político, sobre todo en las derrotas, surgen dos polos opuestos de balance. Para esquematizar podemos decir que uno plantea “fuimos muy lejos” y otro “faltó profundizar más”. Hace tiempo que un sector del peronismo viene asumiendo como crítica la idea de que alejarse de la gente fue a causa de haber “ido muy lejos”.Lo que queda como conclusión es que hay que adaptarse a lo “posible” y migrar hacia las posiciones de centro y derecha para entonar las mismas melodías que el pueblo. Sin embargo, este relato nos resulta inconcluso. Eso se hizo y se perdió. Entonces, si no se ganó girando a la derecha: ¿qué es lo que había que hacer para ganar?

Lejos de ser un elemento a combatir, las bases de debate que sienta el progresismo en materia social son un piso para la defensa y conquista de nuevos horizontes, más aún en épocas donde la ultraderecha busca borrar de un plumazo lo conseguido en el último siglo. Está en la habilidad y estrategias que tengamos desde las izquierdas la posibilidad de radicalizar posiciones hacia perspectivas más globales de transformación que cuenten con una vocación revolucionaria. Podemos discutir contra el “neoliberalismo progresista” a partir de la importancia de que nuestras nociones de derechos sociales deben ser acompañadas de un programa objetivo de mejoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora y el pueblo pobre. Para que los derechos sociales y las libertades democráticas no sean vistas con un mero discurso, deben ser parte de un programa integral. También podemos discutir contra la reacción conservadora que nos vuelve a proponer que lo importante, “lo posible” implica necesariamente la renuncia de derechos, que no se puede pedir cupo laboral trans o que las personas víctimas de abusos sexuales que necesitan acompañamiento del Estado sigan esperando. Hace 10 años que las principales expresiones del campo popular vienen girando hacia la derecha. Los resultados están a la vista. ¿No será momento de mirar de otra manera?

No es vulnerando “minorías”, pintándose la cara con corcho o renegando de lo conquistado que vamos a combatir las ideas de Milei, porque el individualismo y el sálvese quien pueda garantizan el atropello de nuestras vidas y que nos pasen por encima con la motosierra. El cuestionamiento a todas las formas de opresión será lo que nos libere. “Las herramientas del amo no destruirán la casa del amo” dijo Audre Lorde y todavía está vigente.

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