Se acerca un nuevo 1 de mayo, fecha histórica para la clase trabajadora, y nos parece una oportunidad interesante para compartir algunas reflexiones de cómo viene impactando toda la coyuntura socio- económica y política del país sobre nuestra propia salud mental; en un momento donde la subida del dólar y la escalada inflacionaria son la antesala de un nuevo año electoral e impregnan toda la agenda pública.
Ya es moneda corriente escuchar comentarios sobre esto en cualquier espacio: la incertidumbre o la angustia de no llegar a fin de mes es algo que se repite entre familia o amigues, la perdida de capacidad adquisitiva de nuestro salario se acorta mes a mes con aumentos salariales que siempre quedan atrás de la inflación en la calle o sentir pánico y miedo a la hora de pensar la renovación de nuestros alquileres. Por otro lado, aparece la hiper productividad y el pluriempleo como estrategia de amplia mayoría de les laburantes para no caer en la pobreza (ahorrar o viajar ya es un lujo) o la creciente medicalizacion de la vida cotidiana como estrategia de “una vida más vivible “ (cómo si la ansiedad o la depresión que nos atraviesan fueran “cosas” ajenas a esta sociedad que nos enferma, envenena y patologiza nuestros cuerpos y emociones todo el tiempo). Que pioneros fue la banda S-kap cuando por los 90 nos invitaba a cantar con toda nuestra furia “mi vida se consume soportando esta rutina, que me ahoga cada día más”.
Toda esta realidad recae sobre nosotres, cuerpos sensibles y afectados, cuerpos que vienen re- armandose luego de dos años de pandemia y que siguen sosteniendo la precarización, las violencias y explotación de este sistema. La irrupción de la pandemia permitió colocar a la salud mental dentro de la agenda y el debate público, mostrándola como una dimensión importante de nuestra salud (y por lo tanto, necesaria de pensar en sus cuidados). Pero también nos muestra que los problemas de salud mental tienen su dimensión política, ya que cada vez se multiplican en nuestras vidas las experiencias de padecimientos subjetivos o estallidos anímicos para intentar “adaptarse” a las lógicas actuales del capitalismo.
De esta manera nuestros síntomas cobran vitalidad al mostrarse como resistencia, cómo experiencia sensible que permite repensar las formas en las cuáles habitamos nuestros deseos, malestares, proyectos o frustraciones. En palabras de Diego Sztulwark “textos y cuerpos parecen querer comunicar lo mismo: la imposibilidad de relanzar lo político por fuera de una nueva centralidad de lo erótico, lo sensual y lo sensible”. Las experiencias de aturdimiento, estrés, apatía, violencia patriarcal, cansancio, ansiedad o depresión son realidades que hoy se multiplican día a dia en los servicios de salud mental dónde trabajamos.
Quienes trabajamos en salud mental no estamos por fuera de esta realidad: también somos cuerpos sensibles que están atravesados por lógicas de trabajo que desdibujan todo el tiempo (quién no recibe un mensaje laboral por fuera de día y horario pautado?) o estamos sometido a lógicas institucionales que sobreexigen a los equipos y naturalizan la superposición de tareas. O las afectaciones que supone acompañar procesos en salud (personas, básicamente) que se desmejoran mes a mes pues no existen dispositivos que acompañen situaciones precarias de existencia, las trabas administrativas se ponen como prioridad en los procesos de salud o las pocas camas de internación en salud mental están a la orden del día, generando un perverso cuello de botella y teniendo que multiplicar las (ya) estrategias artesanales de intervención profesional.
Cómo verán, el sistema público de salud mental está sostenido por cuerpos que están cansades de ser “les imprencindibles” (sigue pesando el lugar de “esenciales”, naturalizando e invisibilizando nuestra condición de trabajadoras/es) , con mucha sobreexigencia para que se sostenga o aumente la atención con equipos que se achican todo el tiempo, con directivos que dicen que argumentan que elles “no tienen nada que ver con nuestra angustia en el trabajo” (cómo si nuestros males salen de un repollo o es pura histeria) ,con amigues o compas de laburo que dejan los trabajos porque les enferman o deterioran su salud (y esas pérdidas nadie dice nada) , teniendo 2 o más empleos para llegar a fin de mes o con mucha frustración ante la imposibilidad de generar mejores condiciones en la salud de la población, entre otras resonancias. La precarización de nuestros trabajos impregna la precarización de nuestras vidas, lo cuál atraviesa nuestros propios deseos, sensibilidades o nuestros malestares.
En las últimas reuniones de equipo que participé, siempre volvemos a la misma pregunta : quiénes cuidan a quienes cuidan?. Nuestros síntomas o hartazgos vienen a mostrarnos algo que no encaja, experiencias insumisas que nos invita a construir sensibilidades comunes que nos permita cuestionar y disputar los modos de cuidados colectivos de la sociedad propone para nuestra vida (y también los modos en la que se desarrolla esa producción de vida). De esta manera, se hace necesario construir estrategias de cuidado colectivos o dispositivos territoriales que acompañen los procesos de salud mental desde la potencia, la creatividad o la vitalidad. Porque si retomamos las enseñanzas de Floreal Ferrara, la salud también es la capacidad de lucha y transformación para tener una vida más vivible y disfrutable (palabras que son casi utopías en estos tiempos que corren).
Pues así, es necesario que nos animemos a pensar un proyecto de salud mental que nos permita disputar nuevas prácticas de trabajo en salud mental: poniendo en el centro al cuidado y al acompañamientos de los procesos de salud (tanto de les usuaries cómo de los equipos). Debemos permitirnos corrernos de ciertos lugares de poder (o sacarnos el traje de “superhéroes” o “superheroinas”) y permitirnos reconocernos como trabajadores y trabajadoras de la salud mental con todo este bagaje sobre nuestras espaldas, sin ninguna receta mágica bajo la manga.
Confieso que escribo estas líneas con un poco bronca, angustia, sintiéndome exhausta (y solo estamos en mayo) pero también con la seguridad de que somos varies quiénes venimos construyendo desde las bases otro modelo en salud mental popular. Que sin derechos básicos como tener condiciones estables de trabajo, sueldos que permitan la dedicación exclusiva a un solo trabajo, jornadas de descanso o espacios de cuidados para los equipos, posibilidad de hacer una pausa y reflexionar sobre nuestro trabajo (por poner algunos ejemplos) se hace muy difícil sostener la tarea de garantizar derechos o cuidar a otres. Porque nosotres también necesitamos ser cuidades, para volver con más ternura y con ímpetu para intentar hacer de este mundo un poquito menos cruel o estigmatizante.
Pero también creo en la potencia que es habitar los des/encuentros entre los equipos y las instituciones (tal como se presentan hoy), los lugares incómodos que nos abran nuevas preguntas y nos permitan re-sensibilizar nuestross cuerpos recuperando la risa, el cuerpo, el arte o el deseo de construir un mundo diferente dónde ser loco y pobre no sea una desgracia (en palabras de Franco Basaglia, referente del movimiento antipsiquiatria). Cómo diría Charly Garcia, “quiero ver muchos
delirantes por allí, bailando (y luchando por otra sociedad) en una calle cualquiera/ la alegría no es solo brasilera, no mi amor“.