Lucas Napoliello

En la jerga militante se dice que tal o cual es un “cuadro” político cuando demuestra tanto a nivel teórico como en la acción grandes capacidades para llevar adelante su actividad política.
Y aunque sabemos que hay muchos y muchas compañeros y compañeras que seguramente entran en esa categoría (y muchísimos que, aunque quizás con más timidez, hacen aportes valiosisimos desde distintos lugares para torcer un poco las cosas), lo cierto es que sólo algunos, y algunas quedan en la historia y seguramente sean quienes menos buscaron estar en esos “pedestales”.
Pero como eso de “cuadro” suena muy de hombres, de varones, para hablar de ella diremos que fue una pequeña gran pintura.

Nuestra pintura coraje, que enfrentó a los tiranos cuando pisar la calle era imposible, o de mínima muy arriesgado.
Nuestra pintura coherencia, que no se casó con nada ni con nadie más que con las luchas contra la injusticia.
Nuestra pintura lucha, desde una fábrica recuperada, la lucha del pueblo mapuche, las rutas cortadas, los compañeros y compañeras detenides por cualquier causa, los agronegocios, etc, etc, etc, etc, etc, etc.
Nuestra pintura solidaria, yendo a cada lugar donde era invitada o sacándose una foto con carteles de apoyo si no podía viajar.
Nuestra indudable pintura de los derechos humanos, los de ayer y los de siempre.
Nuestra pintura formadora, dando clases a pedido y porque si, a grandes, medianos y chicos.
Nuestra pintura más alegre ¿habrá otra luchadora tan sonriente y alegre? ¿Habrá otra persona que se ponga a bailar o jugar a la pelota cuando menos se lo espera?
Nuestra pintura feminista, que en su adultez venció propios prejuicios y se embanderó de verde y nunca más sacó ese otro pañuelo de su muñeca.
Nuestra pintura internacionalista. ¿Conocen otra persona capaz de haber caminado las montañas de oriente medio para conocer y solidarizarse (con casi ochenta años) con la lucha de las mujeres kurdas? ¿Con los y las zapatistas? ¿Con Cuba? ¿Haití? ¿Palestina?
Nuestra pintura ternura, hablándoles y mirando a los ojos a cada niño o niña que se le acercaba a darle un beso, un dibujo o sacarse una foto.
Nuestra pintura estudiosa, que no dejaba nada librado al azar, porque para la lucha hay que estar, pero hay que estar preparada.
Nuestra pintura humildad, yendo de acá para allá en tren, a pata o en moto mientras su generosísimo cuerpo se lo permitió.

Se nos fue Norita, nos quedan todas sus pinturas, todas sus experiencias y sus enseñanzas.

Nos queda la mejor de las pinturas, la pintura que sigue viva y no se cansa, la pintura que nos gritó, nos grita y nos gritará: “venceremos, venceremos, venceremos”.

Gracias para siempre, Norita.

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