por Gustavo Brufman

Lic. en Ciencias de la Educación, Docente de la U.N.Rosario. Educador Popular

tomado de La Columna Vertebral


Hace ya demasiado tiempo que los barrios populares de esta ciudad portuaria -la de los rascacielos deshabitados construidos por el lavado de dinero, como bien muestra el documental “Ciudad del boom. Ciudad del bang”- son también los de la miseria profunda, una desigualdad intolerable pero “contenida”. Dos realidades que conviven conflictivamente, atravesadas por el delito común expandido, la criminalidad, el negocio narcopolicial, la extorsión, la amenaza, y el sicariato que por cuatro mangos se chupa los pibes. Los del universo de la exclusión social absoluta y el consumo.

Como contracara de la necesidad, en Rosario también se multiplican comunidades enteras que en esos mismos territorios, batallan desesperada, decidida, y denodadamente cada día, por amorosas políticas de vida y de cuidado. Monstruosamente vulnerabilizadas e invisibilizadas. Pero con memoria y cultura de trabajo por historia obrera, y haber sido alguna vez, reconocida como capital nacional del PARO en su orgullo de lucha y resistencia.

Dijo Patricia Bullrich en conferencia: “No hay que matar a la hormiga, hay que destruir el hormiguero”. Frase poco feliz para referirse a Rosario, ciudad en donde la hormiga es símbolo de resistencia y solidaridad ¿lo sabrá la ministra?

Barriadas cruzadas por el silencio, el temor, la angustia, y el estallido cíclico de lo que se va de cauce. Como síntoma de una poca y mala vida que no aguanta más, porque se sobrevive al lado de quienes son los responsables del terror, pero también del verdugueo policial de los de los que deben ser su control. Mientras sus hijitos, sus hijitas, sus niñes, nuestras infancias populares, crecen en el mundo del espanto.

Pero gracias a tanta fuerza colectiva, a tanta solidaridad y autogestión, a tanta organización propia, resisten y siguen contando ausencias. Y faltas, y carencias, pero sobre todo, los muertos de cada día. No en estos días, sino desde siempre. Y sin embargo aún sueñan. Es inherente a la condición humana. No a la naturaleza humana que puede engendrar fascistas, represores, tortuadores. Y ahora también, anarcolibertarios capitalistas que se alíen con ellos porque creen que la democracia (y con ella todos los derechos sociales y civiles) puede y debe ser eliminada por completo para asegurar su burguesa concepción de libertad, su propiedad y su tasa de ganancia por muerte natural, antinatural, y ajena. Sin estado que controle, que regule, y mucho menos que te cuide. Son la versión más radicalizada y bestial de la derecha neoliberal. Lean a Quinn Slobodian y verán… “Los libertarianos sueñan con un mundo sin democracia” (Revista Jacobin. 10/03/2024).

Pero sucedió que esta vez, las disputas de cajas policiales que se viven denunciando tras la inoperancia frente al delito más grande y pesado; o por eso mismo, frente a algún megaoperativo sobre el chiquitaje, o una minúscula porción que no comprometa el negocio más permanente, y que haga ruido para mostrar cuánto se hace; se conjugó con pases de factura y reclamos de derechos de “los presos de alto perfil”. Conjugados con imágenes de mano dura a lo bukele, en donde nada es un error o un desliz.

Y entonces el pánico cotidiano, adherido a la piel de la barriada, se trasladó al cuerpo de toda la ciudad, cuando el sicariato se cobró la vida de cuatro laburantes absolutamente ajenos a su mundo. Todos en menos de una semana y en sus propios lugares de trabajo, como la expresión más degradada, brutal y bestialmente explícita de este capitalismo trasnacional financiarizado de la droga, las armas, la soja, los medicamentos, y alguna otra línea de maximización de la ganancia para el que la vida, vale menos que nada.

Y entonces las fuerzas federales Mileístas-Bullrichistas de la no-democracia, vienen a ocupar el territorio por saturación, bajo el reclamo desesperado de una comunidad que no necesitó su presencia para autoimponerse una suerte de toque de queda por temor. Así estas noches tempranas. Así los comercios de persianas bajas…

Hay un dato alentador, aunque mínimo. Un resto necesario indispensable. Un piso. Un valor ético de clase. Lxs taxistas, lxs colectiveros, lxs recolectores de residuos, lxs educadores de todos los niveles… PARARON. Impactando en toda la ciudad. Reclamaron al estado. Desactivaron la normalidad de convivir con la muerte naturalizada en lo cotidiano frente al negocio narco-policial-criminal, de un estado corrompido por dentro, por una concepción política del poder y su bolsillo.

No hay salida a corto plazo. Una vez más, sólo golpe de efecto hasta aquietar, entre negociaciones palaciegas, espúreas y discursos oportunistas. Hasta que otro pase de factura por oscuros acuerdos transgredidos, reinstale el dolor, el temor, el reclamo, el estallido.

Lo fundamental para seguir abriendo espacio a la vida y a la justicia social en claves emancipatorias, a 40 años de democracia, sigue siendo encuerpar, construir movimiento, organización colectiva, coordinar solidaridad de clase. Romper el aislamiento, el determinismo y el orden de lo inexorable. Articular luchas, saberes y experiencias. Aprender de ese diverso y poderoso torrente de mujeres que en estos días volvió a hacer temblar el país, cuando es el propio estado el que ataca sus luchas antipatriarcales y anticapitalistas. Y volver a pensar lo que siempre supimos: que todo está por hacerse, por conquistarse. Y que hay que encontrarse para que el miedo se transforme en coraje.

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