por Lisandro Silva Mariños.

El posicionamiento de los partidos integrantes del Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) ha suscitado diferentes críticas de la militancia y activismo ligado a la izquierda y el progresismo local. Entre las distintas diatribas, se repiten dos, la de tibios e irresponsables. Es decir, la supuesta cobardía de no votar a Massa ni impulsar el voto blanco, tomando así una postura equidistante del proceso electoral; y la irresponsabilidad (agregan algunos “histórica”) al no asumir una posición favorable al candidato de Unión por la Patria para obturar el triunfo de la ultraderecha.

Tales acusaciones se quedan en la superficie de un debate estratégico aún pendiente (o escasamente desarrollado) en la izquierda vernácula que gira en torno a la construcción partidaria, la firmeza estratégica y la flexibilidad táctica en la lucha por conquistar la hegemonía de la clase trabajadora, es decir a la capacidad de constituirse como dirección política y moral de les trabajadores en el sentido amplio del término.

El compendio de problemas antes referidos se topa con un método (o mejor dicho un dogma) al que se encuentra abrasado el trotskismo argentino, el cual reza así: toda expresión política que no formule un programa símil al propio es una vía hacía el reformismo o el frente populismo.

En esta oportunidad se ha esgrimido una consigna correcta como “no votar a Milei ni darle apoyo político a Massa”, pero con una conclusión práctica errada que en los hechos es “no apoyo político = no votar a Massa” y por ende votar en blanco sin decirlo explícitamente. Agregan que la tarea central es construir una nueva fuerza política independiente de izquierda, de la clase trabajadora, anticapitalista y socialista. Ahora bien, vale la pregunta ¿No existe ningún tipo de puente o relación entre esta imprescindible apuesta estratégica y los distintos posicionamientos tácticos o eventos de embargadora como el que se nos presenta de cara al 19 de noviembre? ¿Alcanza con el valor de estar presente en todas las luchas y denunciar consecuentemente los distintos proyectos de ajuste, para disputar la conciencia de les trabajadores hacia ese objetivo que implica nada más y nada menos que una transformación radical de la sociedad?

A nuestro parecer, es en estos momentos donde una izquierda revolucionaria probada en distintos momentos de la lucha de clases puede dar un salto en cualidad si se aferra -no a un dogma- sino más bien a la propia tradición leninista que hizo de la flexibilidad táctica un arte tan riesgoso como audaz. En la imposibilidad de ejercer esta plasticidad anida -entre otros factores importante- la incapacidad de presentarse como una opción de poder y estancarse conforme a ser “la izquierda en el congreso”, lo que en ciertos comicios se explica al observar el corte de boleta que sufre el FIT.

Así se atenta contra la potencialidad de la candidatura de Bregman quien se destacó en el debate público, asumió una proyección de conocimiento nacional, y se posicionó como una de las cinco voces de cara la presidencia, lo cual no es poca cosa si miramos la actualidad de otras izquierdas a nivel global. Estar en ese lugar te expone irremediablemente a cuestionamientos o demandas poco habituales para el archipiélago de la militancia de izquierda. Así la opinión pública hoy pregunta si la izquierda estaría dispuesta a responder el llamamiento a conformar un gobierno de unidad nacional. En la respuesta a estas interpelaciones se presenta la oportunidad no solo de amplificar la voz, sino también de mostrar una firmeza estratégica coherente a los principios que no realiza acuerdos duraderos ni se subordina políticamente. Dos cuestiones fundamentales que no están en riesgo si se daría el paso de votar a Massa contra Milei, menos aún para una tradición organizativa consolidada como lo son los distintos partidos del FIT en Argentina.

Vale la aclaración, no comulgamos con aquellos que critican del FIT su “falta de vocación de poder” por no ampliarse a otras fuerzas políticas por fuera de la izquierda o no hacer acuerdos en el congreso con el “poroteo” tradicional de la Realpolitik. La vocación de poder que le pide la progresía es básicamente convertirse en un Frente Amplio del tipo uruguayo. Nosotros no pedimos coaliciones que gestionen el capital, sino otra cosa, que ante la posibilidad real del ascenso al poder de Milei y una videlista confesa, se les diga a millones de trabajadores que la tarea inmediata hoy es vencer a la ultraderecha en las urnas para mañana extender ese impulso democrático hacia la derrota del plan de ajuste Massa y el FMI.

Se ha desperdiciado así tanto la posibilidad de entablar un puente con la mayoría popular que votó “contra el tren fantasma” (como bien caracterizó Bregman) pero que no deposita un cheque en blanco en Massa; como la oportunidad de patear el tablero y mostrarse como un afluente más del voto defensivo, evitando así dejar exclusivamente en manos del peronismo la capacidad de frenar a Milei en la contienda electoral. De este modo, estamos ante una organización política que en sus largas décadas de existencia ya se ha tornado previsible, es decir, tradicional. Esa es la izquierda que ostenta la mayor representación hoy en Argentina.

El problema no es sólo que, en este entrampado balotaje entre un candidato nada progresista como Massa y la ultraderecha, la militancia trotskista opta por (pero no promueve) el voto en blanco, sino que lo haría incluso si a Milei se le enfrentase lo más nítido del progresismo o socialdemocracia local, pues siempre encuentran un factor para no tensionar el dogma antes dicho. El argumento puede ser al evento errático en la trayectoria del candidato, el alineamiento de tal o cual fracción burguesa que lo apoya circunstancialmente, la impugnación de algún actor que integra de la alianza que impulsa al presidenciable, u otra explicación que lleva a no votar al candidato que se opone (en un balotaje, no en cualquier circunstancia) al proyecto derechista. Este razonamiento puede ser tildado de contra fáctico por no estar ante un progresista como opción, pero en los recientes eventos latinoamericanos fue la posición fáctica que tuvieron en Chile donde no se votó a Boric contra Kast, en Colombia donde no se votó a Petro vs Hernández y hasta en Brasil donde no votaron a Lula contra nada más y nada menos que Bolsonaro.

El FIT tiene a su favor la prueba de que quienes acusan al trotskismo con los calificativos que acompañan el título de esta opinión, y argumentan el voto a Massa en post de dar una “disputa real” “salir de la marginalidad” “atravesar la contradicción” y demás expresiones genéricas, se alinearon hace tiempo sin tanta critica al inefable Alberto Fernández y hoy al potencial gobierno de unidad nacional que promueve Massa. En especial parte de la otrora izquierda independiente que abrazó sin más la tradición justicialista que reivindica a Perón, Néstor y Cristina sin beneficio de inventario. También corre con la ventaja de no tener en frente una corriente de izquierda con peso político para ejercitar la flexibilidad táctica antes dicha y logre así mover el amperímetro de la política local. Ahora bien, la inexistencia actual de ésta no implica la imposibilidad de (re)crearla en el nuevo ciclo de lucha que se avecina (donde la izquierda trotskista se ubicará en la primera línea de lucha). De no depositar nuestros esfuerzos allí, correremos el riesgo de tornarnos no solo intrascendentes con apoyos críticos al FIT en cada elección, sino también eternamente previsibles, justamente algo de lo que queremos superar.


Nota publicada originalmente en Tramas: https://tramas.ar/2023/11/04/ni-tibios-ni-irresponsables-simplemente-la-izquierda-trotskista-argentina/

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