Nos acercamos a unas elecciones presidenciales caracterizadas por el claro contexto de crisis económica en el que se producirán. Es evidente que la crisis no es nueva, ya que se sostiene, con distintos momentos, desde por lo menos 2012. En la actual coyuntura, la billonaria deuda en pesos obliga que sumas exorbitantes tengan lugar en concepto de pagos mensuales de intereses. La multimillonaria deuda en dólares con el Fondo Monetario Internacional (FMI), contraída por el gobierno de Mauricio Macri pero revalidada por el de Alberto Fernández en un acuerdo que sólo garantiza que el Fondo remita desembolsos parciales (para cumplir con los cronogramas de pago de deuda “renegociada”) a cambio de un cada vez más férreo control trimestral de la economía nacional, en otra renuncia descarada a cualquier idea de soberanía. Este esquema ruinoso avanza de la mano del ministro de Economía y precandidato presidencial por Unión por la Patria (UxP) Sergio Massa con devaluaciones constantes por la suba del dólar, recortes de subsidios en energía o transporte y promesas de fuertes recortes al “gasto social” para avanzar hacia el equilibrio fiscal. En las últimas semanas, el ministro y candidato anunció medidas sobre el tipo de cambio que no sólo acercaron el dólar ahorro al “blue” sino que también provocaron un inmediato crecimiento de la brecha entre el tipo de cambio oficial y los financieros e incluso el paralelo, lo que sin dudas se traducirá en más alimento para la espiral inflacionaria. Su correlato, siempre, es el empobrecimiento generalizado de trabajadorxs, jubilados y sectores populares. Además, se confirmó una nueva “actualización” de las tarifas eléctricas, sobre las ya aplicadas previamente en este y otros servicios básicos. Ajuste tras ajuste, con la promesa de más ajustes en el futuro..
En el terreno político, la cercanía de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) muestra con plena claridad el corrimiento a la derecha del debate, con un centro fortalecido en el que se encuentran y abrazan los principales candidatos de UxP y de Juntos por el Cambio (JxC), sólo dispuestos diferenciarse en torno a la necesidad de estrategias más o menos brutales para implementar un ajuste que no se discute. En el extremo derecho sigue existiendo la amenaza latente de una fuerza política que se encamina a una elección histórica. El panorama se completa con una izquierda fragmentada y con su principal frente electoral ensimismado en una interna tan innecesaria como contraproducente. Todo ello sobre el fondo de una ciudadanía muy golpeada económicamente por una inflación de 120% anual y por un aún más profundo desencanto respecto de las promesas políticas de los distintos candidatos, que sólo pueden repetir las insultantes pantomimas de campaña sin posibilidad alguna de generar “enamoramiento” o, al menos, una mirada optimista respecto del futuro cercano. La discusión programática brilla por su ausencia entre las fuerzas políticas mayoritarias, en un silencio íntimamente ligado al consenso en torno al ajuste que se avecina.
Algunas encuestas recientes muestran que más de la mitad de la población mira hacia el futuro con recelo, previendo que en el año 2024 su situación económica será peor que la actual. Y se trata de temores muy fundados, al menos para todos aquellos que vivimos de nuestros salarios y no de la explotación de otros o la timba financiera. Más allá de las iniciales promesas del gobierno de Alberto Fernández de recuperar lo perdido durante el nefasto gobierno de Mauricio Macri, volver a llenar las heladeras y recuperar la regularidad del asado semanal, lo cierto es que los índices de pobreza no cesaron de crecer (6 de cada 10 menores se encuentran en la pobreza), incluso después de finalizada la pandemia de coronavirus, cuando el empleo y la producción comenzaron a recuperarse en términos generales. Así se produjo un fenómeno novedoso en nuestro país: que crezcan la pobreza y la indigencia en un contexto de recuperación del empleo y aumento de la producción. Sucede que, más allá de la reiteración del compromiso oficial de que los salarios le ganen a la inflación y de la estrategia gremial de paritarias trimestrales y con revisiones periódicas, lo cierto es que el constante aumento de precios fue erosionando sin pausa los salarios de empleados públicos y privados.
En los últimos días, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) dio a conocer su Índice de salarios, que confirmó que la evolución salarial se ubicó por debajo de la inflación, sobre todo por el impacto que tiene en el sector informal, más claramente desfavorecido. Los datos de mayo, los últimos oficializados, muestran que los salarios aumentaron en promedio 7,5%, por debajo del 7,8% del aumento del Índice de Precios al Consumidor (IPC). En términos interanuales, la inflación llegó a 114,2%, mientras que el índice de salarios registró un incremento de 106,3%, casi 8 puntos debajo de la suba de precios. En el mismo período los empleados públicos recompusieron sus salarios en un 118,4% (los únicos que superaron la inflación), los del sector privado registrado en un 108,7% y los informales apenas un 77,4%. El sector informal, además, gracias al crecimiento del monotributismo, es el que explica buena parte de las cifras de creación de empleo que agita como logro el oficialismo. Es decir, el empleo crece pero con trabajos mal pagos y sin ninguno de los beneficios que garantiza un convenio laboral: obra social, aguinaldo, vacaciones, etc.
Estos datos no alcanzan por sí solos para explicar el desencanto y la desilusión que campean en grandes sectores de la población, pero constituyen su base material. Y sin lugar a dudas juegan su buena parte en la reaparición del voto en blanco y del ausentismo que se manifestaron con fuerza en muchas elecciones provinciales en los últimos meses, particularmente en Tierra del Fuego, donde el voto en blanco alcanzó el 25% y quedó como segunda fuerza. Aunque mediáticamente se multipliquen las referencias al “voto bronca” para explicar el fenómeno, esto no llega al fondo del problema, ya que es posible que se trate la manifestación de una más profunda y grave crisis de representación, un cuestionamiento no necesariamente consciente y elaborado, pero no por eso menos contundente, a la oferta electoral y a los partidos existentes..
Sin embargo, está claro que el período no estuvo exento de contradicciones y luchas populares. De hecho hubo varios momentos de fuerte movilización (no todos lograron sus objetivos pero sin dudas mostraron una siempre saludable predisposición a la lucha), como los casos de Jujuy, la huelga docente en Salta, el “chubutazo”, el triunfo de los trabajadores del SUTNA y la movilización constante de la Unidad Piquetera. La mayoría de estos procesos de resistencia debieron soportar no sólo represión sino también una fuerte tendencia a la criminalización de la protesta. La demonización de la lucha piquetera, por ejemplo, no es patrimonio exclusivo de la derecha sino que también el Gobierno mostró su perfil más antipopular con el discurso de Cristina en Avellaneda, en junio del año pasado, cuando cuestionó abiertamente a las organizaciones del sector y su manejo de los planes sociales, lo, que abrió camino a una gestión tan regresiva como la de la ministra de Desarrollo Social Victoria Tolosa Paz, que no ahorró recortes, promesas incumplidas, calumnias y ataques contra el sector. Una de las tareas del próximo ciclo, de claro consenso de las clases dominantes para avanzar con profundas reformas, pasa por construir una unidad callejera lo más amplia posible, dialogando con todos los sectores para sumarlos a esa pelea; a la par que buscamos participar de la construcción de una herramienta política que se pueda prefigurar como alternativa de organización y resistencia.
En cualquier caso, parece sentirse en el aire de este período una sensación clara de fin de ciclo. Sabemos que siempre es muy difícil proponer interpretaciones de la coyuntura cuando estamos en plena correntada de cambios. Los momentos de transformaciones profundas suelen ser entendidos y definidos casi siempre a posteriori, mientras que en tiempo real se tiende a seguir intentando aplicar las categorías que hasta no hace mucho servían para entender la situación. Esto, además, en un contexto mundial que también parece estar mutando en sus lógicas geopolíticas, pero sin mostrar aún tendencias demasiado claras. Así que no podemos estar del todo seguros de qué es lo que se está clausurando en estos años, si se trata del fin del kirchnerismo como etapa del peronismo para pasar a ser apenas una “tendencia” dentro del mismo, casi con certeza minoritaria, (hipótesis abonada por el cambio de nombre de la alianza de gobierno y por significativas mutaciones de slogans, pasando de “La patria es el otro” a “La patria sos vos”, por ejemplo) o si, más en profundidad, estamos ante el fin de la experiencia kirchnerista abierta en 2003, con todo lo que trajo de reconstrucción institucional tras la honda crisis de principios de milenio e incluso de “repolitización” (especialmente a partir de 2008). O incluso si lo que se está terminando son las particulares condiciones abiertas por la insurrección popular de diciembre de 2001 que logró destruir la hegemonía neoliberal previa e instaurar un bloqueo para el avance de las derechas (conservando un poder de veto popular significativo, que hizo fracasar al macrismo en poco más de dos años de gestión nacional). Los años venideros nos ayudarán a pensar el problema, pero hoy la coyuntura exige otros análisis.
Otro PASO en falso del Gobierno
Los recientes cierres de precandidaturas hacia las PASO han dejado mucha tela para cortar. Y hasta algunas sorpresas. Con el cierre de listas de UxP se visibilizó la existencia de un sector de la base militante que está muy enojado, mientras que en Juntos por el Cambio se desarrolla una interna feroz y desgastante.
La composición final de las listas confirma la consolidación de los sectores de centro (al menos en las principales alianzas políticas) y la esperanza renacida en torno a un viejo proyecto de las clases dominantes: la alternancia en el poder de partidos que básicamente representan a los mismos intereses, cuyos estilos y candidatos pueden diferenciarse pero sin que esto afecte las lógicas económicas predominantes, como sucede por ejemplo en los Estados Unidos, donde conservadores reemplazan a demócratas sin que haya demasiadas diferencias. En nuestro país este viejo sueño burgués hoy se encuentra más cerca que nunca de su realización gracias a a la resignación del kiirchnerismo a constituirse como soporte de un nuevo bipartidismo conservador con el apoyo a Massa como superministro y luego, en una nueva jugada sorpresiva de CFK, con el aval a su precandidatura presidencial (después de 24 horas de farsa con la supuesta consagración de la fórmula Eduardo “Wado” de Pedro y Juan Manzur).
Este modelo de “bipartidismo conservador” encuentra hoy su ejemplo criollo más evidente en el binomio que conforman los íntimos amigos Massa y Larreta, históricos confidentes de la Embajada de Estados Unidos que garantizan alineación sin matices a los dictados del imperialismo yankee. Ambos son fervientes defensores del libre mercado y buscarán garantizar que el empresariado local haga sus negocios sin turbulencias populares, los dos tienen en su programa la llamada triple reforma (laboral, previsional y tributaria) y ya vienen dialogando en este sentido con buena parte de los siempre serviles jefes de la Confederación General del Trabajo (CGT). Finalmente, tanto Larreta como Massa centran sus esperanzas de hacer pasar el brutal ajuste que exige el FMI sin que haya un estallido social gracias a las regalías derivadas de los hidrocarburos de Vaca Muerta y de la entrega de las reservas de litio del país. Buena parte de estos acuerdos ya vienen aplicándose en la gestión actual del FdT, incluyendo la apuesta por un extractivismo desenfrenado, que casi no tiene detractores en las dos alianzas. Otro acuerdo clave que hermana a los principales candidatos presidenciales es el de la ofensiva contra las organizaciones sociales. No son lo mismo, está claro, pero cuánto se parecen.
Una gran cantidad de gente también votará sin entusiasmo a Massa, simplemente por considerarlo como “el mal menor”. Pero hasta esta posición tan de mínima puede ser cuestionable. Aunque, como dijimos, los programas de Massa y Larreta se parecen muchísimo, muchos esperan que un eventual gobierno de UxP avance de forma más “moderada” en el sentido de la triple reforma. Pero en este sentido es necesario recordar que en muchas ocasiones quien tuvo la fuerza social y política para hacer pasar fuertes ajustes fue el peronismo (con las profundas transformaciones neoliberales impulsadas por Carlos Menem o la “pesificación asimétrica” de Eduardo Duhalde), sobre todo gracias a su histórico control de la calle y a la adhesión casi automática de las organizaciones sindicales. En este sentido, gracias al alineamiento de la CGT (con Héctor Daer incluso sumado oficialmente al equipo de campaña que acompaña al ministro en sus giras proselitistas) y de buena parte de las organizaciones sociales tras la candidatura de Massa, un sector de las clases dominantes considera que es él quien está en mejores condiciones para avanzar en un plan de ajuste profundo, con un mayor control sobre la inevitable conflictividad social. Además, no conviene olvidar que el Frente Renovador, a las órdenes de Massa y en nombre de la “responsabilidad legislativa”, fue corresponsable del avance de las principales leyes que el macrismo pidió para su brutal ofensiva. El presunto “mal menor” puede convertirse en la vía hacia el mal mayor. No votemos a otro Menem.
Más allá del consenso que finalmente llevó a una “fórmula unificada”, UxP no estuvo exenta de dramáticas tensiones internas. Primero impulsó un amague de precandidatura del ministro del Interior Eduardo “Wado” de Pedro y el ex gobernador tucumano Juan Manzur (en una improbable alquimia que buscaba conjugar a “los hijos de la generación diezmada” con el poder más retrógrado del pejotismo provincial), pero la falta de apoyo a nivel nacional fue estruendosa y hubo que cambiar de planes. Al fin, Alberto y Cristina volvieron a hablar para negociar la baja de la candidatura del embajador Daniel Scioli y la conformación de una lista unificada con una presencia fuerte de representantes de “La Cámpora”, condimentada con algunos “sobrevivientes” del nunca construido albertismo, como Victoria Tolosa Paz y Santiago Cafiero en lugares expectantes. El sindicalismo y los movimientos sociales lograron una muy escasa representación en las listas. El tan traumático como inconsulto descarte de CFK a la candidatura de Wado generó un terremoto en los sectores progresistas que subsisten en la alianza de Gobierno.
Una de las explicaciones para esta particular conformación de listas pasa por la anticipación de una derrota a nivel nacional y la consecuente obligación de “refugiarse” en la provincia de Buenos Aires (lo que también habría llevado a descartar la postulación del gobernador Axel Kicillof a la Presidencia, buscando renovar su cargo provincial). Pero este objetivo puede no estar tan garantizado como asume algún sector kirchnerista que ya da la provincia por ganada y más bien se anticipa una elección peleada voto a voto.
Grabois y una precandidatura de último minuto
Ante este escenario, el referente del Frente Patria Grande (FPG) Juan Grabois, que el día anterior había celebrado la supuesta designación de Wado bajando su candidatura, tuvo que salir a reclamar que se le hiciera lugar a su lista en las PASO. Tras una jornada de dudas, finalmente el Gobierno le concedió los avales necesarios para la presentación nacional, con el objetivo explícito de contener al importante sector que mantiene sus esperanzas progresistas, resentido por el giro conservador que implica la candidatura de Massa. De fondo, las intenciones de presentar una lista unitaria de todo el peronismo se flexibilizaron ante la consideración de que en una elección tan peleada como la actual el oficialismo no podía darse el lujo de resignar el porcentaje de votos que finalmente acompañe al referente de la economía popular.
El entusiasmo de buena parte del sector progresista, que se disponía a votar a Wado, ante la precandidatura de Grabois y Paula Abal Medina es absolutamente comprensible, ya que efectivamente se trata de alguien que sostiene un compromiso con los sectores más desposeídos y propone un programa de gobierno que sin dudas resulta mucho más interesante tanto en términos de sus consignas sociales históricas vinculadas con tierra, techo y trabajo como en su crítica a la entrega de los recursos naturales, la propuesta de nacionalizar el litio, el cuestionamiento al FMI, etc. El problema es que un programa de estas características es del todo irrealizable en un gobierno de UxP (tanto como lo fue en el del FdT), volcado con decisión a un plan de ajuste para pagarle al Fondo, a la entrega de recursos naturales y a una desesperada apuesta extractivista. Aunque se trata de propuestas que no pueden dejar de sensibilizar a cualquier persona progresista, lo cierto es que no hay forma de llevarlas adelante en un gobierno de UxP o de conciliar ambos discursos. Por todo esto, sería muy positivo que quienes van a votar a Grabois en las PASO no convaliden a Massa en las generales y opten por fortalecer alguna alternativa de izquierda.
El candidato del FPG ya anunció que tras las primarias respetará el mandato de “el que pierde acompaña”, lo que hacia octubre implica acompañar el programa de ajuste Massa. En ese marco, ¿cómo podrían conjugarse las banderas de tierra, techo y trabajo con un llamado a votar por el actual ministro de Economía? Sólo apelando a la trampa del “mal menor”. Queda claro, entonces, que la postulación de Grabois apunta a contener a un significativo sector progresista desencantado que, en muchos casos, se hubiera negado a votar en primera instancia al actual ministro, decantándose hacia la izquierda, el voto blanco o la abstención del proceso electoral.
Desde el FPG se responde a estos cuestionamientos planteando que una buena elección de su lista garantizaría un poder de “condicionamiento” hacia un eventual gobierno de Massa, lo que impediría que éste avance con las medidas más antipopulares que saben que son el núcleo de su programa de gobierno. Se trata, entonces, de un voto defensivo, pero que contribuiría al triunfo de un candidato en el que este sector claramente no confía. Pero vale preguntarse si realmente una buena votación de Grabois podría operar como reaseguro “condicionante”, cuando es claro el ajuste viene avanzando sin pausa hace cuatro años (con el aval de la propia Cristina). Con el FPG integrando el FdT durante toda la gestión, ¿en logró condicionar al Gobierno y sus ajustes (reconocidos y denunciados por la propia Vicepresidenta cuando comenzó su ofensiva contra el ex ministro de Economía Martín Guzmán). Entonces, si no pudo “condicionar” a un gobierno tan vacilante como el de Alberto Fernández, ¿que nos haría suponer que podría hacerlo con Massa gracias a un caudal exiguo de votos? ¿Realmente esperan constituirse como un límite para un candidato que cuenta con el apoyo explícito de todos los sectores del peronismo, de buena parte de los gremios y del establishment?
La candidatura de Grabois, entonces, se explica sobre todo por la necesidad de contener a un sector de UxP que hubiera podido decantarse hacia la izquierda y evitar la señal política que implicaba la visibilización de una parte de la base electoral del oficialismo en abierta disconformidad con este giro a la derecha y en posible curso de ruptura. Así, es cierto que el resultado que consiga Grabois en las PASO va a representar a un sector saludablemente disconforme con este giro conservador pero también mostrará la capacidad del peronismo de contener a sus sectores críticos, reforzando la muy problemática idea de que no existen ni pueden existir alternativas por fuera de ese espacio. De hecho, esto es lo que sucedió estos últimos cuatro años en los que el FPG logró contener a sectores disidentes que ante las mismas políticas aplicadas por un gobierno derechista sin dudas hubieran estado protestando en las calles.
En ese marco, si se produjera el inesperado triunfo de Massa, el FPG enfrentaría un dilema agudo ante la necesidad de continuar en una alianza que avanza aceleradamente con el ajuste o por fin romper con la misma para intentar construir una oposición real a estos planes de brutal ofensiva contra lxs trabajadores.
A la derecha de sus pantallas
En cuanto a la durísima interna de JxC, la “revelación” más reciente fue la candidatura del gobernador Gerardo Morales como vice de Larreta, con la brutal represión jujeña como bandera de campaña. En este gesto -que se suma a la participación de la ultra-reaccionaria Cinthia Hotton como única “figura femenina” del “equipo” y del ultra-liberal José Luis Espert, ambos en provincia- se evidencia el corrimiento a la derecha del debate político y la necesidad de Larreta de presentarse como una alternativa “igual de dura” que la de Patricia Bullrich. La titular del PRO, por su parte, viene radicalizando su discurso de “mano dura” y liberalismo económico, prometiendo liberar automáticamente el cepo al dólar, avanzar con la reforma laboral por sobre los sindicatos y liberar las calles a los palos de piquetes y manifestantes de todo tipo. Aunque en CABA este discurso tiene fuertes apoyos (pero muchos competidores), es posible que también haga una buena elección interna en provincia de Buenos Aires con la lista encabezada por el intendente de Lanús Néstor Grindetti (que lleva en cargos legislativos a los “halcones” Cristian Ritondo y Nicolás Massot), que disputará contra la de Diego Santilli y Gustavo Posse (el crédito de un radicalismo que busca aprovechar su implantación territorial y la buena votación previa de Facundo Manes para dejar de ser eterno segundón del PRO).
Aunque algunas encuestas siguen dándola como ganadora en la interna y cuenta con el apoyo de un intenso sector de votantes derechizados, lo cierto es que Bullrich no puede presumir del apoyo unánime del establishment. No sólo por representar a un macrismo que carga a sus espaldas con el reciente desastre económico de su gobierno, sino también porque la perspectiva de interesantes oportunidades en el futuro cercano (vinculadas a las posibilidades que abren Vaca Muerta y el litio, además de sus históricos nichos exportadores de materias primas) llevan a un sector empresarial a temer que los planteos abiertamente represivos de la precandidata desemboquen en un nuevo estallido social que embarre la cancha para los negocios. Como sucedió con Javier Milei, la cercanía de las elecciones y la performance de sus candidatos en los comicios provinciales pareciera mostrar una pérdida de impulso (tal vez porque también buena parte del voto “oculto” -que no captan las encuestas- de una ciudadanía agobiada por décadas de álgido conflicto político, también expresa una tendencia centrista y de “despolarización”). En parte, esto no favorece a UxP, que tiene sus mejores chances de triunfar en un eventual ballotage polarizado contra Bullrich.
El sector de ultraderecha representado por Milei no viene logrando buenos resultados en las votaciones provinciales, donde no pesa tanto la figura del principal referente nacional (que además desautorizó a último momento a muchos de los precandidatos locales, desvinculándolos de La Libertad Avanza), pero así y todo se encamina a una elección histórica. Las denuncias por los discursos discriminatorios de sus referentes y las acusaciones de venta de cargos (que, más allá de que en el caso de Milei haya sido muy desembozado, sabemos que no es patrimonio exclusivo de su agrupación) golpearon mucho a su figura, pero probablemente lo que esté sucediendo de fondo es que se devela una “sobre-representación” de su sector en las encuestas, gracias al rol que juega la “minoría intensa” de sus adherentes juveniles en los medios y redes sociales. Más allá de que es casi imposible que llegue a un ballotage, como se llegó a especular, lo cierto es que incrementará su representación legislativa y su implantación en CABA y en provincia de Buenos Aires, además de una cierta expansión nacional que no debe dejar de preocuparnos.
En todo caso, el crecimiento tan significativo de los discursos y opciones de derecha prueba la falsedad e ineficiencia de la estrategia preferida de los gobiernos populistas ante el crecimiento de estos sectores radicalizados. Jamás la moderación política y la evitación sistemática del conflicto lograron neutralizar los discursos de odio derechistas, sino más bien todo lo contrario. La tibieza oficial no ha hecho más que generar las condiciones de posibilidad para el crecimiento de los mismos. Más allá de que el mejor antídoto para evitar el avance reaccionario sea el de mejorar la vida de las grandes mayorías con políticas sociales eficientes y un Estado fuertemente presente en la vida cotidiana, garantizando salud, educación, beneficios previsionales y seguridad (una premisa actualmente ausente), debemos avanzar en la construcción de un amplio consenso político para combatir activamente a la derecha en todos los terrenos.
Una izquierda fragmentada
Las opciones de izquierda en estas elecciones vuelven a presentarse de forma muy fragmentada, con cuatro listas trotskistas que competirán en las PASO. Dos de ellas dentro de la interna del Frente de Izquierda y los Trabajadores-Unidad (FITU) y otras dos por fuera. En el FITU disputarán la lista “Unidad de Luchadores y la Izquierda”, que integran el Partido Obrero (PO) y el Movimiento de Trabajadores Socialistas (MST), con las precandidaturas a la fórmula presidencial de Gabriel Solano (PO) y Vilma Ripoll (MST), contra la lista “Unir y fortalecer la izquierda”, del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) e Izquierda Socialista (IS), que lleva a Myriam Bregman y Nicolás Del Caño (ambos del PTS). Por otra parte, y sin posibilidades de superar las PASO, están las listas del Nuevo MAS, con la fórmula Manuela Castañeira-Lucas Ruiz y la de Política Obrera (el partido nacido de la Tendencia, tras la expulsión del histórico Jorge Altamira, que hoy va como candidato a diputado en CABA), que propone a Marcelo Ramal y Patricia Urones.
La dispersión es una característica tan triste como recurrente de nuestra izquierda local, pero además, en lo que hace al FITU, la interna actual aparece como claramente inentendible, no sólo porque fomenta la disputa entre sus principales organizaciones, ubicándolas muy a contramano de las principales necesidades y preocupaciones de las grandes mayorías sociales, sino también porque la disputa entre PTS y PO es de un tono destructivo que debería estar ausente en los intercambios entre revolucionarios, con un vendaval de acusaciones destempladas para descalificar al adversario, hablando de “racismo”, “reformismo” y hasta “traición”. Nadie que no sea ya parte del mundillo trotskista puede encontrar esto mínimamente interesante o atractivo. Todo lo contrario, este tipo de prácticas no hace más que espantar de nuestro lado a la gente con la que debiéramos estar discutiendo los dramáticos problemas del presente y las perspectivas para el futuro. Y es un crimen que paga toda la izquierda, no sólo el FITU.
De todos modos, el problema principal de este frente no pasa por esta interna innecesaria y contraproducente para definir cargos, sino por su sostenida negativa a ampliar el espacio para posicionarlo como una alternativa real de izquierda que pueda realmente superar su techo electoral histórico para convertirse en una fuerza política con incidencia real en la política nacional, más allá del rol parlamentario, tan progresivo como testimonial, de sus 3 ó 4 legisladores (que también han tomado algunas decisiones muy polémicas, como la de oponerse al llamado “impuesto a las grandes fortunas” durante la pandemia, lo que ameritaría un debate más de fondo acerca de la estrategia parlamentaria). Es decir, una opción de izquierda amplia, no sectaria y no “gorila”, que pueda convertirse en un polo real de atracción incorporando no sólo a las numerosas organizaciones trotskistas de nuestro país sino también a sectores de izquierda independiente o incluso a progresistas hoy referenciados con Grabois, Claudio Lozano o incluso Soberanxs (que acaba de expulsar de la organización al ex vicepresidente Amado Boudou por alinearse a pleno con Massa y bancar el acuerdo con el FMI). Si esto se combinara con una herramienta política impulsada desde las organizaciones sociales más críticas, tan masivas como carentes de representación parlamentaria, se podría construir un movimiento realmente amplio y potente para fortalecer una real alternativa de izquierda para el país.
Construir una izquierda diferente para mirar al futuro con esperanza
Más allá de estas diferencias profundas en cuanto a la estrategia más efectiva para incidir en la política nacional, creemos que es importante votar en estas PASO a alguna de las organizaciones de izquierda anticapitalista que se presentan, conscientes de la necesidad de que la opción por izquierda tenga un aval democrático que le permita sostenerse como alternativa ante el indudable crecimiento que tendrá la derecha. Frente a la oleada derechista, fortalezcamos una opción de izquierda, mientras construimos mejores herramientas para pensar en un futuro más allá de este capitalismo que cada día profundiza su crisis y condena a millones de seres humanos a vidas miserables, plenas de opresión y violencia.
Sabemos que con el FITU y el resto de las organizaciones de izquierda nos vamos a seguir encontrando en las calles, movilizando en defensa de trabajadores y desocupados, contra el FMI, la represión a las luchas populares y cualquier ofensiva contra las condiciones de vida de las grandes mayorías sociales o los derechos conquistados a lo largo de años de lucha. En la próxima etapa, esta unidad callejera contra el ajuste, a la que tenemos que poder sumar a sectores cada vez más amplios, será la clave para enfrentar a cualquiera de los gobiernos que se imponga en las elecciones y fortalecer las posibilidades para discutir cambios de fondo.
Estos cambios sólo pueden venir de la mano de la construcción de una izquierda revolucionaria y democrática, no sectaria, antirracista, feminista y ecosocialista que pueda contribuir a recuperar las esperanzas en un futuro socialista. No basta con resistir sino que necesitamos orientar nuestras luchas cotidianas y nuestro compromiso militante más allá de la mera defensa de lo existente, imaginando y prefigurando un horizonte superador del capitalismo en el que la vida merezca ser vivida.