Por Ami Molaheb


“La libertad baila con la locura” dice un reconocido poeta y músico platense, el Indio Solari, en una de sus últimas canciones con su banda El Mister y Los Marsupiales extintos. ¿Y quién no sintió, en algún momento, que ha coqueteado con la locura? ¿Quién tiene la vara de la “normalidad”? A decir verdad, con el correr de los tiempos fuimos aprendiendo que hablar de nuestras emociones o de cómo nos sentimos no es algo “raro” sino que expresa que la salud mental es una dimensión fundamental en nuestra salud y en nuestros vínculos.

También implica reconocer que nuestros deseos, malestares, frustraciones o proyectos están fuertemente interpelados por una sociedad que cada vez más nos impone una única forma de vivir; en dónde se reprime, oprime y censura aquello que se escapa de lo “socialmente aceptado”. Ser siempre productives en nuestros trabajos (no importa cuán precarizade o explotade te encuentres), habitar nuestras sexualidades y vínculos desde un modelo heterocispatriarcal, adaptarnos (individualmente) a cualquier circunstancia que se nos presente y no manifestar ninguna emoción o sentires “fuertes” porque eso puede leerse como vulnerabilidad (¿o no les suena la frase “una lloradita y a seguir” como mantra de pandemia?). Un sinfín de expectativas y presiones sociales que cada vez son más imposibles de cumplir para una persona. Pero si miramos de cerca y nos sinceramos con nosotres ¿quiénes pueden/ quieren entrar en esos parámetros? ¿Cuál es la normalidad a la que se nos impone adecuarnos? Por eso, es importante leer nuestros procesos de salud (y en particular, nuestra salud mental) dentro de un contexto socio – histórico para tener una mirada crítica y colectiva sobre nuestros padecimientos y nuestros disfrutes.

La irrupción de la pandemia y la llegada de la emergencia sanitaria vivida entre los años 2020/2021 mostró la precariedad de nuestras propias vidas pero también profundizó y expuso con crudeza sobre problemáticas ya existentes: el recrudecimiento de las violencias o cuál era la verdadera accesibilidad de la población sobre sus derechos sexuales (el caso del aborto fue el más paradójico), la desnudez del hambre entre los sectores populares y las estrategias colectivas de las barriadas para hacerle frente, la incertidumbre o angustia ante el desempleo o la falta de changas, el desgaste de nuestras vidas y proyectos vitales ante la precarización o la explotación laboral. También la irrupción del Covid-19 vino a mostrar la profundización de los malestares o padecimientos en salud mental ya existentes. En palabras de Emiliano Exposto (2021) es necesario “ una respuesta colectiva para cuestionar las causas estructurales que hacen del capitalismo un sistema productor de sufrimiento psíquico (..) Muchas veces se habla de salud mental sin poner en jaque las relaciones de exclusión, estigmatización y violencia que producen el cuerdismo, el capacitismo, el racismo y el sexismo funcionales al capital; sin visibilizar las muertes cotidianas en los manicomios, denunciar la medicalización de las Infancias o de oponerse a la psiquiatrización del mundo, etc”.

¿Qué se puede proyectar cuando no sabés cómo darle de comer a tus hijes y comes tres veces a la semana? O ¿cómo no entrar en lógicas violentas para la reproducción de la vida cuando mujeres y disidencias son el sector más vulnerable económicamente? O ¿no caer en patologizar cualquier expresión de malestar que se salga de lo “políticamente correcto”? ¿Quién no ha experimentado con más virulencia el cansancio, el estrés, el insomnio o la angustia en los últimos años? ¿No será que cada vez la vida capitalista es un poco más invivible? ¿Que ya estamos cansades de que nuestros trabajos nos roben la vitalidad o la capacidad de disfrute? ¿Que cada vez nos falta más mes cuando se nos acaba el sueldo?
Por eso, los problemas en salud mental son problemáticas meramente políticas: se intenta negar que nuestras emociones son prácticas construidas en determinadas relaciones sociales y que muchas veces, se busca patologizar la diferencia o los afectos como forma de “normalizar” y encausar nuestras emociones. Hacer del sufrimiento personal un asunto común, sociabilizar esos malestares puede darnos algunas pistas sobre qué estrategias colectivas podemos construir para el cuidado de nuestra salud mental.
En nuestros malestares se expresa aquello que no encaja, que se resiste a adecuarse en la forma de vida que nos propone este sistema capitalista, racial y sexista; y es allí dónde radica la potencia de nuestros malestares como motores de cambio y transformación social. En los últimos años, los llamados “estudios locos” (algunas reflexiones, análisis y experiencia de quienes reciben la etiqueta de “usuaries” en salud mental) buscan la disputa de sentidos y de prácticas sociales sobre sus propios “diagnósticos”. En aquello que el sistema biomédico y la industria farmacéutica busca patologizar con alguna categoría de DSM V, los activismos locos construyen la re significación del lenguaje haciendo del estigma o del prejuicios como un lugar de reivindicación política y experiencia sensible.

También estos activismos muestran día a día la capacidad de transformación subjetiva que tiene el arte, la recreación, el disfrute o el armado de redes que puedan acompañar procesos en salud mental desde la potencia y las líneas vitales en cada une de nosotres. Mientras este mundo se empeña en hacernos creer que les laburantes no tenemos derechos (o que si los tenemos son un privilegio) apostar a construir cuidados y estrategias en salud mental popular que vayan de la mano del placer, de la risa, de la complicidad con otres y la amorosidad se vuelven terapéuticas indispensables. Pero también se vuelve una tarea política cuando nuestros síntomas nos muestran la posibilidad de construir un mundo diferente, un mundo donde una vida sin violencias o la accesibilidad a derechos básicos no son una utopía. Como nos enseñó Charly hace muchos años, también “quiero ver muchos más delirantes por allí bailando (y luchando) en una calle cualquiera“ para que la alegría, la igualdad de oportunidades y la redistribución de las riquezas no sea sólo para una minoría.

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