Mecha

Se cumplen apenas 55 años del último combate -en vida- que diera Ernesto Guevara en Bolivia. Ya pasó un poquito más de medio siglo desde que, queriendo matarlo, lo convirtieran en un mito, un símbolo de la rebeldía, de la revolución latinoamericana y global. Por eso también es que desde entonces no cesan los disparos contra su espectro, buscando demonizarlo o transformarlo en una imagen pop sin más sentido que una estampa adherida a cualquier mercancía. Pero ahí anda el Che, a pesar de todo, naciendo en las esperanzas y en los siempre renovados combates por la justicia y la igualdad.

Porque, en definitiva, El Che ya no remite a un hombre, con su virtudes y defectos, sino a un conjunto de ideas y procesos sociales, que pueden llamarse Cuba, el Congo, Bolivia o toda Nuestra América en la búsqueda de su autodeterminación.

Y en este medio siglo y chirolas, cuando ha pasado tanta agua bajo el puente y hasta nos decretaron el «fin de la historia», podríamos preguntarnos cuánto tiene que ver con nuestro presente el asesinato de aquel guerrillero argentino-cubano en un pueblo perdido de las sierras bolivianas. Y nosotrxs nos arriesgaremos a decir que mucho. Porque el Che, Cuba y el movimiento revolucionario de las décadas del 60 y 70 no sólo pensaban y actuaban en su presente sino que estaban inmersxs en un gran debate sobre las raíces de nuestra dependencia y las posibles estrategias para sortearla definitivamente. Puede ser entonces, que, en el repaso por los textos, discursos y acciones del Comandante, encontremos muchos elementos para pensar nuestro presente.

Guevara fue un gran polemista en el terreno local y sobre todo internacional, porque comprendía que el futuro de la revolución se jugaba en ambas canchas. En este sentido, en 1961 publicó un escrito titulado: «Cuba, ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo?». Sobre el mismo, que tiene varias aristas interesantes, queremos subrayar una serie de ideas fuertes que entendemos iluminan los debates de aquella época, pero que, sobre todo, ayudan a pensar nuestro presente. En uno de sus pasajes se pregunta sobre el llamado «subdesarrollo» en Nuestra América. El punto es importante porque desafía aquella idea corriente y vulgar de que se trataría de un momento previo a un potencial «desarrollo» al que finalmente habríamos de llegar. Para el Che, en cambio, los «suavemente llamados subdesarrollados»:

«…Somos países de economía distorsionada por la acción imperial, que ha desarrollado anormalmente las ramas industriales o agrícolas necesarias para complementar su compleja economía. El «subdesarrollo» o el desarrollo distorsionado, conlleva peligrosas especializaciones en materias primas que mantienen en la amenaza del hambre a todos nuestros pueblos. Nosotros, los «subdesarrollados», somos también los del monocultivo, los del monoproducto, los del monomercado. Un producto único cuya incierta venta depende de un mercado único que impone y fija condiciones…»[1].

Nuestra América reprimarizada y sometida a la ofensiva extractivista puede mirarse al espejo de esta definición de hace medio siglo. Este «subdesarrollo», decía el Che, «da por resultado los bajos salarios y el desempleo». Y genera, en toda América, lo que se llama «Hambre del Pueblo»: «cansancio de estar oprimido, vejado, explotado al máximo, cansancio de vender día a día miserablemente la fuerza de trabajo (ante el miedo de engrosar la enorme masa de desempleados), para que se exprima de cada cuerpo humano el máximo de utilidades, derrochadas luego en las orgías de los dueños del capital».

Es este subdesarrollo hambreador, explotador, generador crónico del desempleo, el que, según el Che, sienta las «condiciones objetivas para la lucha, por la reacción frente a esa hambre, el temor desatado para aplastar la reacción popular y la ola de odio que la represión crea».

El gran tema, en ese entonces y hoy, es qué objetivos estratégicos debe tener esa lucha. ¿Es posible generar un desarrollo sobre las bases actuales de nuestras economías «distorsionadas», hiper especializadas, monoproductoras? ¿Las burguesías latinoamericanas, las clases dirigentes locales, son capaces, tienen voluntad de enfrentar este lugar subordinado, complementario del capitalismo global? Hubo en aquel entonces, y hay hoy, corrientes políticas que sostienen que sí. Hace por lo menos un siglo que buscan apoyarse en algún sector «progresista» de la clase dominante. En aquel mismo texto (y en otros), Guevara planteaba una opinión contraria:

«…las burguesías nacionales no son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha contra el imperialismo. Demuestra que temen más a la revolución popular, que a los sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del imperialismo que aplasta a la nacionalidad, afrenta el sentimiento patriótico y coloniza la economía.

La gran burguesía se enfrenta abiertamente a la revolución y no vacila en aliarse al imperialismo y el latifundismo para combatir al pueblo y cerrarle el camino a la Revolución…»

Por eso, todas sus esperanzas, las depositaba el Che en la clase trabajadora, el campesinado, los sectores populares de Nuestra América, con sus diferentes organizaciones y métodos de lucha. Y advertía que no había ningún sector de la burguesía que quisiera enfrentar realmente el «subdesarrollo», con su hambre, bajos salarios y el desempleo. Confiaba, en cambio, porque lo palpitaba en Cuba, en las tremendas fuerzas populares que son capaces de desatar la esperanza concreta de cambios profundos. Era consciente que no había atajos que nos pudieran evitar la confrontación con los dueños de todo, aliados y socios menores del imperialismo. Por eso el lugar privilegiado que le otorgó a la batalla de ideas, por eso su apuesta de cuerpo y alma por la revolución continental, con su corazón en Bolivia.

Desde ya, también en aquel texto, y en toda la producción de Guevara después del triunfo de la revolución cubana, sostiene que la lucha armada es la forma fundamental para la toma del poder. No obstante, como buen marxista antidogmático, señalaba que «la real capacidad de un revolucionario se mide por el saber encontrar tácticas revolucionarias adecuadas en cada cambio de la situación, en tener presente todas las tácticas y en explotarlas al máximo». Y agregaba, «sería un error imperdonable desestimar el provecho que puede obtener el programa revolucionario de un proceso electoral dado; del mismo modo que sería imperdonable limitarse a tan sólo lo electoral y no ver los otros medios de lucha». Sin dudas, las derrotas de las organizaciones revolucionarias, el terrorismo de Estado generalizado por toda América, la caída del Muro de Berlín y del llamado «socialismo real» y la relativa estabilidad democrática en todos nuestros países son elementos de peso para considerar que ha habido un «cambio de situación». En este sentido, resulta fundamental explotar al máximo estas distintas tácticas, sin olvidar nunca el horizonte estratégico. Sin hacer de ninguna de ellas un fetiche ni olvidar jamás que en el imperialismo «no se puede confiar ni tantito así».

Porque también advertía el Che, anticipándose a lo que sucedería en Chile doce años después:

«…si un movimiento popular ocupa el gobierno de un país por amplia votación popular y resuelve, consecuentemente, iniciar las grandes transformaciones sociales que constituyen el programa por el cual triunfó, ¿no entraría en conflicto inmediatamente con las clases reaccionarias de ese país?, ¿no ha sido siempre el ejército el instrumento de opresión de esa clase? Si es así, es lógico razonar que ese ejército tomará el partido por su clase y entrará en conflicto con el gobierno constituido…»

Sin dudas, tampoco éstas son preguntas del pasado. Porque no son pocos quienes reconocieron el «cambio de situación» pero proclamaron la vía electoral como único camino. El tema se torna complicado cuando se entiende que también cambiaron las clases reaccionarias. O, quizás peor, cuando se ganan elecciones pero no se ensaya ningún cambio por el miedo a esa reacción. Lo enseñan las revoluciones, lo enseña Nuestra América: no hay, ni nunca hubo, caminos o tácticas que operen como formulitas mágicas. Sobre todo, cuando se trata de cambiar este mundo injusto.

Medio siglo y chirolas, y aquí estamos, Che, tratando de pensar con vos cómo seguir esta lucha por construir una humanidad nueva, sin explotadxs, ni oprimidxs. ¡Qué bueno tenerte de nuestro lado!

¡Hasta la Victoria Siempre!

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