Este 9 de diciembre se cumplen 35 años de la heroica primera Intifada, también conocida como Intifada de las piedras. Este proceso, que duró más de cinco años, signó una nueva etapa de la resistencia del pueblo palestino contra la brutal ocupación sionista y las políticas racistas y policiales del Estado de Israel. Desde el momento del alzamiento hasta los Acuerdos de Oslo de 1993, lo que se considera formalmente como el fin del proceso, fueron asesinados más de 1500 palestinos y palestinas, además de otras decenas de miles de personas heridas y cerca de 120 mil detenidos para tratar de contener por la vía represiva la legítima resistencia popular.
Los protagonistas principales de la revuelta fueron mujeres y jóvenes, sobre todo los de menos de 20 años a quienes les tocó vivir en unos territorios con una presencia militar cada vez más violenta después de la victoria israelí en las guerras de 1967 y 1973, en las que el sionismo se apropió de los territorios de la península del Sinaí (devuelta a Egipto después de la conferencia de Camp David de 1978), de los Altos del Golán (arrebatados a Siria y Líbano) y de la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este (incluyendo la Ciudad Vieja). La nueva generación de jóvenes, cuyos abuelos fueron víctimas de la Nakba de 1948 (“la catástrofe”, como se conoce al proceso de limpieza étnica contra la población palestina originaria que acompañó a la fundación del Estado de Israel) y cuyos padres vieron la ineficiencia de los vecinos estados árabes para enfrentar a Israel, supieron que estaban solos y que el destino de Palestina estaba en sus manos.
La mecha que encendió los fuegos de la rebelión fue el asesinato de cuatro trabajadores palestinos del campo de refugiados de Yabalia, arrollados por un camión militar israelí el 9 de diciembre de 1987. La reacción contra este enésimo crimen de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) se cristalizó en enormes movilizaciones en la mayoría de las ciudades palestinas, que se extendieron a toda Gaza y Cisjordania. Israel no perdió oportunidad para reprimir violentamente las protestas y causar nuevas muertes que avivaron la resistencia.
Esta Intifada se desató sin una dirección política definida, ya que la cumbre de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yaser Arafat se encontraba en Túnez y no tuvo una participación activa en el proceso, ni siquiera después de la creación del Mando Nacional Unificado (MNU). Este organismo surgió para intentar coordinar la acción de las nuevas organizaciones populares y sociales que surgían y los partidos tradicionales como Fatah (el partido de Arafat, hegemónico en el MNU), el Frente Popular para la Liberación de Palestina, el Frente Democrático para la Liberación de Palestina y el Partido Comunista Palestino. Pero buena parte de la acción del MNU apuntaba a buscar la paz social y a avanzar con algunos acuerdos con Israel que permitieran el fin de una revuelta que no parecía dispuesta a ningún tipo de transacción con el enemigo.
En ese contexto aparecieron como alternativa radical los Hermanos Musulmanes, quienes a poco del inicio de la revuelta fundaron oficialmente el Movimiento de Resistencia Islámica Hamás, que definía a la Intifada como una forma de Yihad contra el ocupante sionista, política por la que no se integró al MNU y comenzó a disputar exitosamente la dirección laica y conciliadora de Fatah.
Más allá de las imágenes icónicas de mujeres, adolescentes y niños enfrentando a los tanques a pedradas, que hicieron conocer la heroica resistencia palestina a nivel mundial, la rebelión adoptó múltiples formas. Se registraron huelgas generales, ausentismo y boicot laboral de los trabajadores árabes en empresas israelíes así como distintas formas de desobediencia civil. Es ejemplar el proceso de desobediencia civil en Beit Sahour, donde se dejó de pagar impuestos, se quemaron los documentos de la ocupación militar, se boicoteó el consumo de bienes israelíes y se intentó poner en pie un sistema autónomo de producción y consumo en granjas que luego fueron arrasadas por las FDI.
La reacción inicial de Israel, que todavía no tenía experiencia para controlar estas protestas de masas, fue brutal, intentando aplastar la revuelta sólo por la vía represiva, disparando a mansalva contra los manifestantes, llevando adelante allanamientos y detenciones masivas (sin contemplar género, edad ni condiciones de salud) e incluso robando los bienes de los detenidos. El entonces primer ministro de Israel Yitzhak Rabin, llegó a ordenar a sus soldados que le rompieran los huesos de los brazos a quienes tiraban piedras (cientos de niños fueron víctimas de esta política). El futuro Premio Nobel de la Paz, luego asesinado por un ultraderechista judío, siempre negó esas directivas, aunque reconoció haber ordenado la aplicación extrajudicial de la “fuerza y las palizas” contra la población civil.
La filial sueca de Save the Children estimó que “entre 23.600 y 29.900 niñas y niños requirieron tratamiento médico debido a las heridas causadas por golpes en los dos primeros años de la Intifada”, una tercera parte de los cuales era menor de 10 años. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condenó reiteradamente las violaciones de derechos humanos que llevó adelante Israel durante todo este período, pero los proyectos fueron sistemáticamente vetados por Estados Unidos, el principal aliado internacional de la entidad sionista.
Pese a todo, la Intifada logró instalar a nivel mundial el reclamo palestino por un estado independiente, sentando las bases para la aceptación de la solución de “dos Estados”, en sintonía con la propuesta de partición derivada de la Resolución de la ONU de 1947 (Fatah ya había reconocido el “derecho a la existencia” de Israel en 1988). La inédita rebelión popular, que casi completamente sin armamento se enfrentó con un increíble heroísmo a uno de los ejércitos más poderosos del mundo, se extendió por más de cinco años, cuestionando de hecho las propuestas negociadoras de Arafat y la OLP (reconocida en 1991 por la Conferencia de Madrid, convocada por EEUU, como “único representante legítimo” del pueblo palestino).
El proceso de traición al heroico alzamiento palestino culminó en septiembre de 1993 con los llamados Acuerdos de Oslo, firmados por Arafat y Rabin, bajo la bendición del presidente estadounidense Bill Clinton en los jardines de la Casa Blanca. El acuerdo estipulaba una transición de cinco años durante la cual se iba a establecer una Autoridad Palestina unificada e Israel debía retirarse de los territorios ocupados ilegalmente. Cómo es de público conocimiento, Palestina cumplió con su parte del trato pero Israel aprovechó el tiempo concedido para avanzar cada vez más aceleradamente con la ocupación y la construcción de asentamientos ilegales en los territorios, generando una situación que de hecho vuelve imposible la solución de dos estados y multiplicando las acciones de represión y violencia contra el pueblo palestino.
A 35 años de la insurrección, con una experiencia decepcionante con tanto con la conducción de la OLP como con la estrategia de lucha de Hamas, todas las demandas de la Primera Intifada siguen vigentes, exigiendo un compromiso internacional de solidaridad y compromiso con la lucha para obtener por fin un estado palestino independiente, con plena autonomía, soberanía territorial y sin los brutales condicionamientos políticos y económicos que le impone hoy Israel. La lucha por estos objetivos se desarrolla al mismo tiempo en múltiples frentes. Uno de los que podemos fortalecer, más allá de la denuncia cotidiana contra cada violación a los derechos humanos del pueblo palestino que concrete el brutal aparato sionista, es el propuesto por la campaña internacional Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), que golpea precisamente en una de los flancos más sensibles para la alianza colonial entre Israel y Estados Unidos, el económico. La iniciativa, que se inspira en las campañas contar el apartheid sudafricano, viene creciendo a nivel mundial para denunciar el régimen de apartheid impuesto por Israel y multiplicando la solidaridad activa con el pueblo palestino.
35 años después del inicio de la Intifada de las piedras, el grito sigue resonando: ¡Palestina vencerá!