Cambio de ciclo, cambio en las luchas
Pasado un tiempo considerable del triunfo de La Libertad Avanza, las militancias populares nos vemos inmersas en una pregunta fundamental acerca de cómo enfrentar la arremetida derechista. Ya sabemos qué tenemos enfrente: un gobierno que emplea una estrategia de ofensiva permanente, que ataca en todos los terrenos y no retrocede. Un proyecto que no pretende construir una nueva hegemonía, sino más bien consolidar una corriente de opinión dura que ya echó raíces en una porción de la sociedad que encontró en Milei una opción más radical y eficaz que la de Juntos por el Cambio. La estrategia antes dicha se estructura en base a un objetivo claro: reestablecer la autoridad del capital sobre el trabajo, es decir, la agenda de orden en todas sus esferas. La llamada batalla cultural, es la disputa social por la cual pretenden transformar la Argentina en una sociedad disciplinada, adormecida, acallada frente la impronta autoritaria que pretende reestructurar y relanzar la acumulación de capital y llevar al mínimo las libertades democráticas alcanzadas.
¿De dónde surgen las herramientas para procesar y actuar ante un momento defensivo? Nos topamos ante dos obstáculos. El primero, de índole subjetivo, se ubica en que una parte considerable de las militancias se han educado tras la irrupción democrática que fue ampliándose -con sus limitaciones- al calor del 2001. El escenario mencionado puso en marcha el fortalecimiento de un músculo democrático basado en el alcance de conquistas a través de movilización popular, ya sea para ampliar derechos o frenar arremetidas que limitasen a estos. La apuesta en las calles de miles de personas generó un efecto más o menos inmediato como empujar leyes (la aprobación de la IVE), impugnar fallos (contra el 2×1) y hasta poner en jaque el programa de gobierno de Macri (en Diciembre del 2017).
Este ciclo político comenzó a mostrar signos de agotamiento a partir de la política impulsada por la dirigencia social y política del peronismo con su programa “Hay 2019”. Luego de las jornadas por la Reforma Previsional, se vio como una posibilidad concreta continuar con medidas de movilización callejera para debilitar al gobierno de Macri, adelantar las elecciones o lograr que se caiga. Si desde el campo popular y de izquierda hubiésemos logrado desplegar esta política, el nivel de condicionamiento al gobierno entrante posiblemente hubiese sido mucho mayor en términos de agenda. De la misma manera ocurrió con la ausencia de una perspectiva de movilización frente al gobierno de Alberto Fernández. Sus políticas de tibieza que permitieron perder la oportunidad de estatizar Vicentín mientras que avanzaron con la represión en Guernica, a la par que los bolsillos de los sectores populares se veían empobrecidos por la inflación mostraron el fracaso de una experiencia de oposición al proyecto neoliberal. En ese escenario, continuó la desmovilización y debilitó a la pelea en las calles de cara a la sociedad como una forma legítima de reclamo y organización. La ofensiva autoritaria y neoliberal de Milei se para sobre este escenario de desmovilización y fracaso de la promesa progresista para llevar adelante su modelo.
El segundo es de tipo formativo y tiene que ver con las herramientas teóricas y el conocimiento de experiencias históricas que hayan atravesado un momento defensivo. Somos más estudiosos de las revoluciones triunfantes que de los momentos de reflujo. Las discusiones acerca de la táctica del Frente Único en el seno de la tradición marxista permiten vislumbrar pistas para atravesar el momento actual.
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El cambio de ciclo signado por la tolerancia al ajuste por parte de las clases populares, la desmovilización y desmoralización de las fuerzas progresistas requiere entonces una readecuación tanto en nuestra subjetividad militante como en nuestras tareas y debates estratégicos.
En primer lugar, es necesario comprender que este fenómeno no es pasajero sino que deberemos luchar contra la extrema derecha (y sus ideas) más allá de si gobiernan o no. La derechización del escenario (más no de la sociedad en su conjunto) ha corrido los ejes de discusión a un momento de “defender lo obvio”. Los fachos han salido del closet y volverlos a colocar en su lugar será una lucha que va más allá del calendario electoral, es decir una pelea de mayor profundidad.
En segundo lugar, es preciso estar preparados para las irrupciones espontáneas más que para las convocatorias de estructuras clásicas o efemérides (ambas necesarias y a potenciar) que se proponen generar un movimiento opositor al gobierno. La fuerza callejera de las hinchadas en apoyo a las y los jubilados, la marcha antifascista de febrero, los estallidos (no televisados) en Concepción del Uruguay contra el cierre de fábrica y despidos, y en Catamarca contra el avance a la educación que tumbó el decreto de Jalil, son ejemplos que marcan un rumbo de desborde desde las bases que debemos potenciar hacia un movimiento antimilei que gane adhesión de masas en la acción.
El tercer aspecto es poner en marcha todos los métodos de lucha, entre los que se encuentra la resistencia a la represión policial a través de la acción directa. Esta dimensión no debe ser pensada como hechos aislados, sino como praxis que expresa la capacidad de ocupar el espacio público, moralizar a quienes aún hoy no se incorporan a las movilizaciones y demostrar que el gobierno no es infalible en sus operativos represivos.
En cuarto lugar, se presenta la discusión sobre la táctica del Frente Único para oponerse a la amenaza ultraderechista, asumiendo que la consolidación de su programa (el modelo Perú o Chile) representa el riesgo de una derrota duradera para las clases populares. A su vez, reactualiza la disyuntiva acerca de cómo desarrollar una política unitaria sin quedar atrapado en las proyecciones políticas de experiencias ya fracasadas. Si bien es cierto que, ante Milei, parte de la sociedad ve en el peronismo un instrumento inmediato para oponerse en la contienda electoral, ello no implica subordinar nuestra política, identidad y organizaciones a tal empresa. Menos aún hoy, donde crece la abstención electoral y queda cada vez menos espacio para revivir figuras tradicionales que también nos han traído hasta aquí. No quita que en lo concreto de la definición electoral podamos impulsar un voto táctico defensivo contra Milei (como lo hemos hecho en 2023). Sin embargo, esta flexibilidad táctica debe enmarcarse dentro de un proyecto de construcción de una alternativa socialista en Argentina. Por eso, la pelea unitaria requiere consolidar una fuerza propia que pueda incidir en los acontecimientos políticos y una propuesta programática para salir de la crisis que nos ha sumergido los últimos gobiernos.
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Cada generación ha tenido un desafío político que guió su acción política. Sin mística, sin épica, sin narrativa que movilice el cuerpo y el corazón de miles no hay chances de encarar un proyecto que incida en la lucha política. La resistencia a la dictadura, la apertura democrática y el juicio a las juntas, la oposición al proyecto neoliberal de los noventa, entre otras causas, embarcaron a miles tras un objetivo por momentos difícil de alcanzar pero podemos afirmar que fueron necesarias para recomponer las fuerzas populares. Hoy tenemos un desafío a la altura de los ejemplos antes referidos, es decir, frenar la transformación en curso que se propone el gobierno de Milei para así asestar un golpe de mayor alcance que aún no se ha consumado. Que su programa tenga cierto apoyo social, la inflación esté a la baja y que las elecciones recientes hayan consolidado su fuerza electoral, no significa que la “libertad arrasa”. Aún hay tiempo de aportar a algo nuevo que ha de surgir desde las entrañas de nuestro pueblo contra esta arremetida a nuestras vidas. Allí pondremos todos nuestros esfuerzos.