Por Amira Molaheb
Desde la histórica sanción en 2020, cada 28 de septiembre se transformó en una fecha clave para seguir peleando por la ampliación de derechos por el aborto legal en cada rincón del país. Pero este año les feministas nos vemos en la obligación de salir a defender los derechos ya conquistados. En un contexto donde los discursos negacionistas y patriarcales están presentes en la discusión pública, volver a hablar del derecho al aborto legal se hace indiscutible para que se puedan seguir ejerciendo derechos básicos para la población, como lo es el derecho a la salud integral o el disfrute de nuestros derechos sexuales y no reproductivos.
Me pongo a escribir esta nota apresurada, llena de emociones vividas en estos años de lucha abortera o de experiencias construidas colectivamente al calor de la “marea verde”. Creo que hablar del aborto también significa animarse a nombrar los miedos, violencias o incomodidades con las que convivimos o naturalizamos por años; las cuales cargamos sobre nuestros cuerpos y sexualidades que siguen latentes. A su vez, para quienes trabajamos acompañando abortos en el sistema público de salud, esta discusión nos atraviesa de diferentes lugares: aunque a veces se nos pasa también somos hermanas, amigas, hijas, amantes, compañeras de trabajo o militancia o simplemente ciudadanas. Por eso quiero escribir esta nota desde mis incomodidades, dolores o preguntas; o, como diría Suely Rolnik, desde mi propio “cuerpo vibrátil” como cuerpo – territorio a explorar y colectivizar.
La conquista de la ley 27.610 tuvo diferentes repercusiones dentro y fuera del sistema público de salud, impregnando la noción de derechos al ejercicio de nuestra sexualidad o de nuestra salud integral. Para quienes veníamos acompañando ILE previamente, la sanción de la ley significó dejar de ser criminalizades por nuestro trabajo (aunque existen lugares que sigue ocurriendo estas escenas, como en Salta) o de ocultar nuestra práctica para construir estrategias de acompañamiento integral en la temática. Durante la emergencia sanitaria, fuimos les trabajadores y trabajadoras de salud quienes armamos las estrategias de cuidado y sostuvimos la atención para garantizar el derecho al aborto como una cuestión “urgente” y “necesaria” en la agenda pública.
También la conquista de esta ley nos permitió nombrar la culpa, el remordimiento o la angustia que sigue vigente sobre el deseo de “no maternar”: aún sigue pesando los mandatos sobre el binomio mujer-madre dentro de los grupos familiares o el miedo que genera animarse a vivir esos deseos que rompen con los estereotipos tradicionales sobre las personas con vulva. Es muy común escuchar en las consultas la frase “yo no estaba de acuerdo con esto hasta que me pasó a mí”, “no están de acuerdo en mi familia, pero respetan mi decisión” o “no le puedo contar a nadie porque me van a matar si se enteran”. Porque si, aún sigue existiendo el silencio o la vergüenza como denominador común entre quienes desean elegir por su propia autonomía reproductiva en una sociedad que sigue cuestionando la decisión de no maternar o sostiene una mirada heteronormativa sobre la sexualidad. Por lo tanto, hablar de estas temáticas se hace un imperativo para quienes luchamos a diario por la ampliación de derechos y la transformación de este mundo.
Con la irrupción de un candidato presidencial que considera al aborto como un “homicidio agravado por el vinculo” o su candidata de fórmula reconoce a los genocidas como “victimas del terrorismo de Estado”; los discursos negacionistas y antiderechos están a la orden del día y salen a ganar terreno en las instituciones públicas. En La Plata, luego del triunfo de Milei en las PASO, aparecieron una serie de pintadas en contra de la ESI al estilo “está ESI es corrupción de menores” o “sus acciones tienen consecuencias” ; mientras en Salta se persiguen a les trabajadoras que acompañan IVE mientras que en paralelo se otorga media sanción a un proyecto de ley para la creación de ONG (con financiamiento estatal) que acompañen a “madres en situación de vulnerabilidad socioeconómica”, impulsado por grupos antiderechos. Por eso, me parece interesante retomar algunas ideas de le filosofe Paul Preciado cuando expone que el útero se ha transformado en el órgano de mayor expropiación política y económica de nuestra sociedad; donde la vigilancia y el disciplinamiento de nuestros cuerpos y sexualidades va configurando un “espacio biopolítico de excepción” al reproducir intereses religiosos, médicos- farmacéuticos y políticos en simultáneo. Y después se sorprenden u horrorizan cuando les feministas cantamos llenas de brillos y furioses “saquen sus rosarios de nuestros ovarios”.
Pero las ganas de esta nota no es llenarnos de noticias de odio y amargarnos ante tanta ultraderecha suelta, sino para qué entendamos esta coyuntura histórica como parte de procesos más generales. Esta oleada conservadora sobre la ESI y el aborto viene ganando terreno en la sociedad desde la media sanción lograda en 2018 pero que se ha ido acrecentado su accionar y la radicalización de su discurso desde la sanción de la ley 27.610, sembrando desinformación y odio sobre quiénes se animar a vivir por fuera del mandato mujer igual madre.
Con el correr de las semanas post PASO, la discusión sobre el aborto me fue absorbiendo y
generando algunas preguntas: ¿Qué es eso qué tanto les molesta ? ¿se le acabaron los
beneficios económicos de las prácticas clandestinas? ¿no se dan cuenta que se redujo
enormemente la tasa de mortalidad sobre los cuerpos gestantes? ¿elles tampoco registran
el peso de la ilegalidad y el silencio del aborto sobre nuestra salud mental? ¿nunca
conocieron a nadie que abortó? ¿nunca sintieron el miedo que significaba acompañar a une
amigue a la guardia y no saber si la atendían o la metían presa por decidir sobre su
sexualidad? ¿no es que “avanza la libertad” para todes? Spoiler alert: no reina, nunca
avanzó para todes por igual.
Hace pocos días, vi una pintada en una parada de colectivos que me dejo atónita, con la
respuesta a algunas de las preguntas anteriores en frente de mis ojos: “muerte a la femiputa”. Y es que en el fondo, detrás de todo ese discurso de odio y misoginia hacia las mujeres y disidencias, les molesta enormemente que nosotres decidamos corrernos del mandato de “buena mujer” o “madre santa”, que
nombremos las violencias o la falta de consentimiento que atravesamos cuando nos vinculamos sexualmente, que denunciemos la sobrecarga en nuestra salud con todas las tareas del cuidado del hogar, que nos la juguemos por nuestro deseo o proyecto profesional o que nos animemos a asociar el disfrute y erotismo con nuestra propia sexualidad. En fin, les molesta que vivamos nuestra libertad y osemos en reclamar por nuestro placer y el pedazo de mundo que nos corresponde. Retomando las palabras de Sara Ahmed, les irrita que “seamos les feministas aguafiestas” cuando nombramos todas las violencias, desigualdades y privilegios que aún siguen operando en esta sociedad capitalista y patriarcal que nos toca vivir.
La historia nos enseñó que nuestros derechos no se negocian ni con ajuste ni con discursos antiderechos sobre nuestra sexualidad, asique nos estamos preparando para los meses venideros pues sabemos que el panorama que tenemos por delante no es tarea fácil. Nos mueve un proyecto de país similar al que pelearon nuestres 30.400 compañeres que la dictadura quiso desaparecer; un futuro donde la desigualdad o la violencia de género sean recuerdos del pasado o de que el disfrute o el placer no sea un privilegio de clase y lo podamos construir diariamente. Y porque también sabemos que cuando la tiranía es ley, la revolución se vuelve orden.