Por Amira Molaheb

Desde 1998, los 28 de mayo se han transformado en una fecha importante en el calendario feminista: desde esa fecha la Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe impulsa el Dia Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres, en la cual nos permite problematizar y repensar en torno a la accesibilidad y la concretización de derechos sexuales y no reproductivos de mujeres y disidencias. Por muchos años, esta fecha fue un momento clave para salir a las calles y pelear por la legalización del aborto (aún se puede sentir el calorcito en todos los pañuelazos o la energía de los aquelarres verdes y violetas de todas las plazas).

La profunda tristeza con la que nos volvimos en 2018 fue solo reivindicada cuando en 2020 volvimos a llenar las calles y conquistamos este derecho histórico: nosotres habíamos ganando nuestro propio mundial, frente a décadas de discursos misóginos y conservadores sobre nuestros cuerpos y nuestra sexualidad. Con este triunfo, se puso de manifiesto la importancia de registrar al aborto como parte de una problemática de salud pública y que el acceso a los derechos sexuales y no reproductivos de la población tienen que ser una parte fundamental en la agenda pública.

Pero la idea de esta nota no es ponernos a hacer un análisis sobre esta fecha, sino que podamos abrirnos nuevas preguntas y líneas de acción para seguir conquistando derechos en un contexto electoral donde los discursos de la ultraderecha estan a la orden del día. La discusión del aborto puso arriba de la mesa la importancia de pensar el acceso a la salud de mujeres y disidencias, ya que la clandestinidad o las prácticas ilegales se cobra las vidas de aquelles que se animan a cuestionar la maternidad obligatoria, pero a veces la desesperación, la vergüenza o el silencio ganan la pulseada. Es que el miedo, la culpa o la vergüenza al “que dirán” sigue siendo moneda corriente en las consultas; por más sanción de ley que tengamos o que nuestro presidente se anime a decir que “el patriarcado se cayó”.

Para eso, se hace de vital importancia pensar una salud feminista que tenga una mirada integral sobre la concretización y en el disfrute de nuestros derechos sexuales. Acá me gustaría detenerme para compartirles una frase que me encontré haciendo libromancia con un libro de Mabel Bellucci: “¿quién es la piel que aborta?”. Leerla me deja con el aire entrecortado, casi sin palabras. Es que detrás de cada aborto, hay un cuerpo y su historia que probablemente se esté animando a decidir por su propio deseo y correrse de mandatos o lugares que refuerzan la maternidad obligatoria como único camino para vivir nuestra sexualidad. Para esta autora, el aborto es una experiencia inédita en cada cuerpo: con nuestra decisión, nos rebelamos a esas prácticas que naturalizan que la responsabilidad de la anticoncepción es sólo de quienes tenemos útero o a aquellos discursos que nos hacen sentir culpables porque preferimos estudiar antes que maternar.

También el aborto se transforma en un acontecimiento porque nos permite hacernos nuevas preguntas para lograr identificar relaciones violentas, registrar la sobrecarga en las tareas de cuidado o dimensionar la poca o total desconexión que tenemos de nuestra propia salud y nuestra ciclicidad. Y estas preguntas o disparadores se repiten en todas las clases sociales, pero siempre terminan mostrando su cara más cruel e injusta con la clase trabajadora. Esa misma clase que, incluso teniendo trabajos en blanco, puede ser considerado como un trabajadorx pobre en la actualidad.

Desde sus comienzos, la lucha por el aborto estuvo entrelazada con banderas y frases que reivindicaban el derecho al placer como dimensión fundamental de nuestra sexualidad. Es ya un clásico la fotografía de Maria Elena Oddone (una de las “pioneras” en la lucha abortera) en 1984 con una frase que escandalizo a toda la sociedad: no a la maternidad, si al placer. O recordamos el discurso de Pino Solanas allá por 2020 cuando relataba su experiencia con el aborto y cerraba su discurso proclamando el derecho al goce como un derecho para toda la sociedad. Es que cuando las feministas hablamos de aborto, también queremos hablar de placer y de disfrute de nuestra sexualidad, queremos hablar de cuidados y de libertad de elección.

Pero bien sabemos que, para que estas consignas dejen de ser una utopía, aun nos queda un largo camino por delante. Se hace difícil hablar de libertad cuando crece la angustia de no llegar a comer todos los días, a registrar el placer cuando nos sometemos a vínculos que nos hostigan o subestiman, a pensar en autonomía reproductiva cuando los discursos conservadores controlan y vigilan nuestros úteros o hablar de disfrute cuando sostenemos vínculos por mandatos familiares o aun es tabú hablar de nuestra sexualidad sin prejuicios. Y acá es donde creo que se torna revolucionario hablar de placer y goce como un derecho humano básico: cuando hablamos de cambiar el mundo, también tenemos que luchar para que la alegría y el disfrute sean para todes.

En un contexto electoral donde se vienen instalando discursos que bregan por el retroceso de derechos adquiridos, se torna necesario hablar del aborto y recordarnos que es tarea nuestra salir a las calles para enfrentar a la derecha. Parafraseando a Nestor Perlongher allá por los años 60, nos tenemos que animar a “erotizar la salud y politizar al cuerpo”: es que es nuestros disfrutes y malestares, en los goces y las angustias también radica la posibilidad insumisa de seguir conquistando y ampliando aquellos derechos que aun nos falta. Y como nos dice la banda Fémina, podamos “flore(ser) en el placer”.  

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