Hipótesis estratégicas

Hipótesis estratégicas para la revolución de nuestro tiempo

En este documento buscamos sintetizar los acuerdos que dan nacimiento a Poder Popular como fruto del camino recorrido por parte de las organizaciones y militantes que somos parte de este proyecto político. Nuestro interés es generar un piso ideológico para guiar nuestras principales coordenadas estratégicas entiendo que seguirán siendo profundizadas con el desarrollo de nuestra organización y la experiencia misma en la práctica cotidiana. En él figuran los elementos esenciales que definen nuestra comprensión, siempre abierta y provisoria, de la vía hacia un socialismo democrático, feminista y ecológico del siglo XXI. Buscamos también, que sea una introducción a nuestro acervo estratégico y sirva como elemento formativo para nuevas camadas de militantes.

1. Hacia una nueva estrategia socialista

La estrategia revolucionaria -es decir, la vía concreta para derrocar el poder capitalista- es, por definición, incompleta. Es decir, si no quiere recaer en una rigidez dogmática debe dejar inevitablemente cuestiones abiertas a la experiencia, sometidas a redefinición y a la actualización creativa dependiente de las nuevas realidades sociales y políticas.

Especialmente en el periodo histórico actual, donde las estrategias que organizaron la actuación de la izquierda durante el siglo XX muestran limitaciones, la exploración en el campo estratégico es una tarea de primer orden de la teoría y la práctica socialistas. Esto no significa que haya que volver a un “grado cero” de la estrategia: hay una tradición y una memoria de la izquierda socialista que sigue siendo útil para las luchas actuales.

La memoria de los vencidos

Nos consideramos herederos de una historia de las luchas emancipatorias de América Latina y el mundo. Empezando por la herencia democrático-radical que emerge en las revoluciones burguesas y por la historia de las luchas independentistas americanas que rompieron con el colonialismo europeo. Entre ellas, la pionera independencia haitiana, que tomó la palabra a la revolución francesa y la empuñó contra el mismo colonialismo francés.

El movimiento obrero socialista e internacionalista que se forjó durante la segunda mitad del siglo XIX (Primera Internacional, Comuna de París) nos sigue ofreciendo referencias útiles de las que tenemos mucho que aprender, al igual que los partidos obreros de masas de fines del siglo XIX y principios del XX que supieron construir la experiencia más avanzadas de una gran cultura obrera en el seno del capitalismo. También, sigue siendo un punto político de referencia la ruptura con el reformismo de la II Internacional por parte de la izquierda socialista internacionalista y la irrupción de la revolución de Octubre que puso en tensión al mundo entero.

En América Latina hay una rica tradición de un marxismo revolucionario no dogmático, previo al establecimiento de la hegemonía estalinista, de la cual Farabundo Martí, Julio Antonio Mella y Juan Carlos Mariátegui son los nombres más eminentes. Décadas después será la revolución cubana la que rompa los equilibrios políticos establecidos, sobre todo la política de colaboración de clases que impulsaban los partidos comunistas y populistas en el continente. De ella surgió una nueva izquierda en todo el continente de la que nos sentimos herederos.

Una porción de esa “nueva izquierda” que reivindicamos estuvo representada en las organizaciones armadas de la década del 60′ y 70′ en América Latina y Argentina. Sus militantes fueron parte de una generación que buscó construir partidos revolucionarios a la altura del momento histórico. Lo hicieron de manera rebelde, desafiando tanto al imperialismo como al marxismo dogmático oficial que planteaba que la revolución de este lado del mundo no era posible. Con creatividad y comprensión de la realidad concreta buscaron construir una estrategia que no sea ni calco ni copia de otros países ni de experiencias pasadas.

En buena medida, nuestro mundo ya no es el mismo que aquel donde pensaron y actuaron las figuras icónicas de la izquierda marxista: Lenin, Trotski, Luxemburg, Gramsci, el Che Guevara. Por eso nos proponemos recuperar una memoria plural de la izquierda socialista.

Como parte de nuestra historia, nos sentimos parte de una serie de luchas que forman parte del acervo popular de nuestro país: la búsqueda de memoria, verdad y justicia de las Abuelas y Madres de Playa de Mayo, la denuncia al gatillo fácil y la violencia estatal durante los gobiernos democráticos, la defensa del medio ambiente de nuestros pueblos originarios y la organización vecinal, el movimiento estudiantil que frenó los procesos de privatización educativa, las resistencias a los paquetazos neoliberales que nos tuvieron como protagonistas en las jornadas del 14 y 18 de Diciembre de 2017, la Marea Verde que logró el aborto legal, la lucha contra las violencias hacia las mujeres y disidencias y todas las luchas del feminismo.

Nuestro pasado es el conjunto de las luchas socialistas, comunistas, libertarias y emancipadoras. Nuestro futuro queremos que sea la construcción de un nuevo proyecto socialista a la altura de las luchas actuales.

Sobre la periodización de la etapa actual

Es evidente que los sucesos de 1989-91 constituyeron un punto de inflexión histórico: la desintegración de la Unión Soviética, la restauración capitalista en el Este, la unificación alemana y el fin de la guerra fría marcaron un fin de ciclo. No es tan evidente, sin embargo, qué es aquello que terminó. ¿El orden emergido de la segunda posguerra, con sus campos enfrentados y la forma de acumulación fordista? ¿El “corto siglo XX”, como indicó célebremente Eric Hobsbawm, es decir el período iniciado con la primera guerra mundial y la revolución de Octubre? ¿O es incluso de mayor amplitud histórica la ruptura y se trata del fin de un «gran ciclo» de desarrollo del movimiento obrero que duró casi dos siglos, iniciado con el desarrollo capitalista en el siglo XIX y el surgimiento del movimiento obrero moderno?

En cualquier caso, podemos afirmar que el proceso que se inicia con la derrota de los proyectos revolucionarios en los años 1970 y se consuma con la desarticulación del “campo socialista” en 1989-1991 constituye una derrota de alcance histórico de la clase trabajadora. La caída del llamado socialismo real coincidió con otros fenómenos de gran alcance (algunos fueron su causa, otros su efecto y otros su corolario): la ofensiva neoliberal sobre las conquistas del periodo anterior, el quiebre del modo de acumulación y regulación fordista, la reestructuración geopolítica del mundo, el retroceso de todos los partidos obreros (ya sean reformistas, estalinistas, revolucionarios),la regresión abrupta en la conciencia popular y una extendida y apesadumbrada sensación de falta de alternativas al capitalismo.

Esta enumeración describe el mundo que emerge en la década de 1990. Pero ya pasaron treinta años. Pese a la magnitud de la derrota infringida, desde el cambio de siglo vivimos un lento proceso de recomposición a nivel internacional, que tiene sus momentos de ascenso como la década del 2000, con las explosiones latinoamericanas contra el neoliberalismo, el movimiento anti-globalización y anti-guerra y sus periodos de retroceso, como la ofensiva internacional de la extrema derecha. Tal vez estemos entrando actualmente en una nueva etapa. En ella parecen combinarse distintos fenómenos. Por un lado, la pérdida del equilibrio geopolítico nacido en la década de 1990 (ascenso de China, debilitamiento de EE UU, nuevas guerras), la aceleración de la crisis climática, la crisis de hegemonía del capitalismo neoliberal, una crisis de la reproducción social, la pérdida de legitimidad de las democracias liberales y sus partidos tradicionales, el crecimiento de la extrema derecha. Por otro lado, también existe una irrupción violenta de las masas en la vida política, por medio de movilizaciones y explosiones sociales (Chile, Haití, Ecuador, Colombia, países árabes, Argelia, Sudan, “chalecos amarillos”, Blacks Lives Matter, para mencionar solo algunos ejemplos), donde destacan la nueva ola feminista y las movilizaciones juveniles por el clima.

2. ¿Qué sigue vigente del patrimonio estratégico del marxismo revolucionario?

Transitando un ciclo histórico nuevo, es necesario realizar un trabajo crítico para identificar qué sigue vigente del patrimonio de la izquierda socialista que nos precede y que proviene de las revoluciones del siglo XX. Esta no es una tarea que se puede resolver en el terreno del análisis histórico o teórico: necesitamos el efecto clarificador de nuevos grandes acontecimientos y de nuevas experiencias fundadoras. Sin embargo, por lo pronto, un examen intelectual y militante es posible y necesario. Hay un hilo de la lucha de clases y del marxismo revolucionario que es necesario conservar y trasmitir, a la vez que es preciso situarlo en el cuadro nuevo de la etapa actual.

Somos una corriente marxista revolucionaria no dogmática que se propone preservar elementos de continuidad fundamentales en la historia del movimiento obrero y de la izquierda socialista: una perspectiva de autoemancipación de la clase trabajadora (al decir de Marx: “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos”), una política de unidad y de independencia de clase en el rechazo a toda alianza estratégica con las burguesías nacionales; la delimitación frente al reformismo y a la conciliación de clase y un internacionalismo concreto con las luchas de los pueblos del mundo contra el capitalismo, el imperialismo y el patriarcado. Esos son pilares esenciales de la educación socialista de una organización política anticapitalista.

En un sentido más específico, hay algunos conceptos clave que estuvieron en el centro de la reflexión estratégica del marxismo revolucionario y mantienen vigencia y utilidad. En primer lugar, el concepto de “crisis revolucionaria”, es decir, la inevitabilidad de una discontinuidad radical con el orden social actual, la imposibilidad de desarrollar un proceso de cambio político en el seno de las instituciones vigentes o por medio de una secuencia ordenada de reformas sin plantear la necesidad de una ruptura anticapitalista. Las grandes crisis son los momentos donde se quiebra la unidimensionalidad del orden capitalista y se abre el campo de lo posible. Pero debemos repensar qué podría significar hoy una crisis revolucionaria en nuestros países: nada indica que vayan a reproducir las crisis de hundimiento del Estado del ciclo 1917-1921 ni tampoco las crisis territoriales de poder de los países campesinos de la segunda posguerra (China, Yugoslavia, Vietnam).

Junto al concepto de “crisis revolucionaria” es necesario mantener el de dualidad de poder, es decir, el reconocimiento de que todo proceso de cambio social implica una batalla entre dos centros de decisión política alternativos, el que defiende el viejo orden y el que representa su transformación radical. Si evitamos el fetichismo soviético (el doble poder como sinónimo de soviets como los que surgieron en las revoluciones rusas) podemos ver qué la confrontación de dos poderes alternativos en una situación crítica es una dinámica que se reproduce desde las revoluciones burguesas (inglesa, francesa) hasta los procesos revolucionarios del siglo XX: soviets y comités de fábrica en Rusia, comisiones internas en Italia, elecciones de delegados de empresa en Alemania, comités y milicias en España, juntas de aprovisionamiento, comandos comunales y cordones industriales en Chile, comisiones de trabajadores y de vecinos en Portugal, comités fabriles y coordinadoras interfabriles en Argentina.

También es importante comprender que el doble poder no se constituye en un exterior absoluto a las instituciones preexistentes: en muchas ocasiones sectores del viejo Estado son resignificados y apropiados por el campo revolucionario como consecuencia del impacto de la lucha de clases. Es preciso rechazar al mismo tiempo una imagen monolítica del Estado capitalista, por la cual el poder popular siempre le es completamente exterior, como una concepción reformista que reduce la confrontación política a la lucha interior del Estado existente.

Para nuestra organización política es una tarea central la construcción de poder popular para construir escenarios de doble poder en disputa directa con el poder de la burguesía y los grupos concentrados. Teniendo este horizonte estratégico, defendemos la utilización de la flexibilidad táctica a partir de evaluaciones de correlación de fuerzas puntuales que colaboren a ubicar a nuestro espacio político en posiciones de dirección.

3. Sobre la construcción del partido

A los conceptos de “crisis revolucionaria” y “doble poder” es necesario agregar el concepto de “partido de vanguardia” o “partido-estratega”.

Consideramos que en la coyuntura actual, marcada por la fragmentación de las izquierdas no existe “el partido de la clase”, si no una serie de organizaciones dispersas y en proceso de construcción. Partiendo de esa realidad general buscamos superar nuestras limitaciones para ser parte de la construcción de un partido con vocación de poder en nuestro país. Desde esa perspectiva, buscamos construirnos en “dirección política” del conjunto del pueblo. Esta “dirección política” no debe hacerse de manera externa ni autoritaria. No se trata de un elite ilustrada ni de un aparato que sustituye a las masas organizadas, sino de “un operador estratégico, una especie de caja de velocidades y de operador de cambio de vías de la lucha de clases”.

Nuestros militantes están insertos en los lugares de la organización cotidiana y a partir de allí discuten y proponen, buscando con el consenso de la mayor parte de sectores, imprimir una orientación revolucionaria. Rechazamos las concepciones de autoproclamación de un partido como dirigencia política a partir de comprender que quienes se han pronunciado ellos mismos como “vanguardia” han hablado por el pueblo sin representarlo.

Esta “vocación de poder” antes mencionada requiere un partido multifacético que sea capaz de prepararse para distintos escenarios y pueda combinar distintos métodos de lucha: desde la disputa del sentido común y la “batalla de ideas” a la posibilidad de ser alternativa de gobierno socialista.

Como organización política nos proponemos que formen parte de nuestra organización cotidiana los sectores más activos y comprometidos de nuestro pueblo. Un elemento central de nuestra concepción de partido consiste en ser una organización de militantes activos que mediante la intervención política concreta busquemos incidir en la realidad para transformarla.

Para nuestra concepción, el partido no es “autosuficiente” si no que impulsa y forma parte de todas las luchas sociales y las herramientas organizativas del pueblo. En ese sentido, defendemos la unidad de acción y la idea de “frente único” con los espacios sociales y políticos que compartamos objetivos inmediatos. A la par, promovemos la construcción frentista para fortalecer el trabajo de base en los distintos sectores del pueblo. Entendemos también, que la posibilidad de construir una alternativa de país requiere de la unidad de sectores de tradiciones políticas distintas.

En cuanto a nuestros valores buscamos construir una organización marcada por el humanismo y el compañerismo a partir de la premisa de que nuestras individualidades no se ven diluidas en su proyecto colectivo, sino fortalecidas. Consideramos que la organización política es una escuela, tanto de formación política como humana, que nos permite repensarnos y superarnos a través del cuestionamiento cotidiano. Sin romantizar las responsabilidades de la lucha de clases, bregamos por una militancia cuyo motor sea el deseo. Quienes formamos parte de esta organización hemos tomado la decisión conciente de contribuir a partir de esta herramienta a la lucha de nuestro pueblo porque queremos  un mundo distinto y deseamos militar para transformarlo.

Por otra parte, la historia de la izquierda socialista muestra muy claramente que los partidos revolucionarios de masas no son el producto de un proceso lineal de crecimiento gradual a partir de un pequeño grupo marxista. El desarrollo de los partidos revolucionarios incluye puntos de ruptura y saltos cualitativos. Son necesarios reagrupamientos, síntesis y fusiones. No existe un modelo de partido independiente del tiempo y el espacio. El fin de todo un ciclo histórico pone en el orden del día un proceso de reorganización y reagrupamiento de la izquierda socialista. Es necesario abrir el camino a realineamientos amplios entre corrientes que vienen de historias y culturas diferentes. Debemos evitar atenernos demasiado a nuestra historia y nuestra tradición para, más bien, volcarnos decididamente a las batallas políticas y las problemáticas estratégicas actuales.

4. El Estado y la revolución en el siglo XXI

No podemos prever cómo serán las formas futuras de un proceso revolucionario pero no parece razonable creer que vayan a reproducir las características del ciclo de ascenso revolucionario posterior a la Primera Guerra Mundial del cual fue parte la revolución de Octubre. Es más probable que la tipología de las futuras revoluciones se parezca más a las crisis revolucionaria de España de los años 30, Francia de 1936, Chile de 1970-73, o Venezuela de 2002-2005 que a las crisis por colapso del Estado tras la Primera Guerra Mundial o a las guerras populares de la segunda posguerra en países campesinos que unificaron liberación nacional con revolución social.

Reconocer las características de la propia formación social y estatal es el punto de partida desde el que se puede postular una estrategia de derrocamiento del poder de la burguesía. Actualmente, lo que predomina en el mundo no son crisis de hundimiento del Estado bajo el peso de una guerra, ni dictaduras militares u ocupaciones coloniales. Más bien asistimos a una fuerte urbanización y proletarización y a décadas de consolidación del estado democrático representativo, lo que conlleva un contexto de legalidad para la lucha política, una mayor legitimidad de las instituciones, una mayor dificultad para justificar la violencia revolucionaria ante las masas, un mayor peso de las tradiciones reformistas en el movimiento obrero, una sociedad civil más compleja y una clase dominante más fuerte.

Hoy debemos situar la perspectiva revolucionaria en un cuadro nuevo. Es más factible que una crisis revolucionaria adquiera la forma de un debilitamiento paulatino del Estado, donde se desarrolle una acumulación de experiencias críticas y una maduración de las fuerzas revolucionarias en el curso de la crisis, con anterioridad a una situación de dualidad de poder. Las experiencias autogestivas y de control obrero pueden empezar antes de una situación revolucionaria, lo que educa y organiza a la clase trabajadora en la confianza en su propia fuerza y en experimentar concretamente otras formas de existencia social. Una crisis prolongada probablemente se traduzca en alguna fórmula gubernamental transitoria, inscripta, al menos parcialmente, en el marco de las instituciones del Estado capitalista. La dialéctica resultante entre las reformas que impulsa el nuevo gobierno, la reacción de la burguesía y el recrudecimiento de la lucha de clases, permitirá acumular y afirmar posiciones en una perspectiva de ruptura revolucionaria con el Estado burgués. Ruptura que no es sinónimo de “aplastamiento del Estado” (es decir, no incluye las libertades políticas y las conquistas democráticas presentes en el estado capitalista) sino de quiebre del “núcleo duro” de la dominación capitalista: aparato represivo, judicial y la alta burocracia.

La consigna de “gobierno de izquierda” (“gobierno obrero” según la expresión de la Internacional Comunista, o “gobierno popular” según la de la cultura política latinoamericana) está en el centro de los debates actuales. A este respecto, es fundamental tener claro que solo contextos de crisis o de relaciones de fuerzas excepcionales permiten que una perspectiva gubernamental pueda evitar ya sea la adaptación socialdemócrata p la reacción fascista. Los recursos de las clases dominantes para quebrar un gobierno que lo enfrenta son innumerables.

Mcho antes de la reacción fascista puede apelar a la dependencia estructural espontánea entre el capital y el Estado: los capitalistas pueden abstenerse de invertir, fugar capitales y conducir al país a un progresivo desorden social en la medida en que mantengan la propiedad privada sobre los sectores estratégicos de la economía. Esta es la primera razón por la que mantiene estricta vigencia la vieja tesis de que solo llevando hasta el final la ruptura con el metabolismo social capitalista es que puede dotarse de estabilidad a un proceso de cambio social y político. En un segundo lugar, aparecen los mecanismos políticos de las clases dominantes o bien para presionar a que el gobierno capitule antes los intereses del capital (como el PT o Syriza) o bien para preparar la reacción fascista (como en Chile).

En nuestro país, la hipótesis de un “gobierno de izquierda” o “gobierno popular” como premisa para generar posteriormente una ruptura revolucionaria tiene la particularidad del debate sobre el peronismo y sus sectores. Creemos que en determinados momentos históricos de desarrollo de la lucha de clases, sectores del peronismo han expresado posiciones más radicales y de mayor confrontación con la burguesía, incluso situaciones de confrontación abierta con la derecha de su movimiento. Sin pensar que estos movimientos van a darse de la misma manera en un futuro, creemos que a partir de reconocer un componente popular en algunos sectores del peronismo, parte del pueblo y sus organizaciones ingresará a ese proceso revolucionario asumiendo esa identidad política.

Desde ese lugar, no acordamos con la táctica de intervención que consiste en la “desperonización” de nuestro pueblo. Creemos que es una tarea cotidiana la batalla de ideas para una perspectiva socialista,  la par que creemos fundamental para la existencia de un proceso revolucionario, un proceso conjunto de luchas sociales y políticas sostenidas en el tiempo, con sectores que formen parte de esta identidad desde una perspectiva de “frente único”. En ese proceso, el rol de nuestra organización política será imprimir una orientación revolucionarias, bregar por su radicalización y extraer conclusiones colectivas de los procesos.

En resumen, las lecciones de la historia en este terreno son inapelables: si un gobierno que aspira a representar los intereses populares no da pasos para romper decisivamente con el capitalismo, sobre la base de la movilización social, terminará capitulando, siendo víctima de la reacción fascista o hundido en una crisis social y económica generalizada.

En cualquier caso, las modalidades específicas del acceso al poder no pueden ser previstas de manera concluyente. Todas las revoluciones incluyen elementos imprevistos. Pero de las experiencias recientes se puede extraer una lección. No se trata de combinar solamente “gobiernos populares” y movimientos sociales autónomos que presionen por abajo. Es necesaria una organización política integral, que pueda tomar iniciativas y ser portadora de un proyecto estratégico propio para condicionar o desbordar a las direcciones reformistas. Y para disputar la dirección se necesita ámbitos de autoorganización social, un poder que venga de abajo, donde la radicalidad de las masas y el cambio de las relaciones de fuerza se pueda expresar mejor que en el viejo aparato estatal. Y se precisa que estas formas de utoorganización se centralicen y se postulen como un órgano de poder alternativo.

Incluso en el caso en que sea necesario presionar a una dirección moderada (reformista o nacionalista de izquierda) para intentar que vaya hasta el final en la ruptura con la burguesía, esto se vuelve más probable en la medida en que exista una movilización social independiente y una organización política capaz de actuar con autonomía y con un proyecto de conjunto.

5. La centralidad de la clase trabajadora

Fue principalmente a partir de la década de 1980, sobre todo con la “crisis del marxismo” y el fracaso de las experiencias revolucionarias de los años 1970, cuando se generalizó la crítica a la primacía que el marxismo le había asignado a la clase trabajadora, en coincidencia con la irrupción de los «nuevos movimientos sociales» —feministas, ecologistas, LGTBQ, antirracistas— que parecían reemplazar la centralidad del viejo proletariado.

Las críticas a la concepción marxista de clase fueron muchas y algunas muy solventes: que la clase obrera no había desempeñado el papel revolucionario que había pronosticado el marxismo; que el empleo industrial estaba desapareciendo; que el trabajo dejaba de ser el centro articulador de la vida social y, por ende, de la construcción de identidades políticas; que no se había verificado la tendencia a la simplificación de la estructura social entre proletarios y burgueses que había predicho Marx; que era un error atribuirle a la clase obrera un carácter universal por el cual su emancipación conllevaría la liberación del conjunto de los grupos oprimidos; que las identidades políticas no se siguen necesariamente de los lugares objetivos en las relaciones de producción; que la aparición de los nuevos movimientos sociales revela que no hay agente privilegiado de la emancipación y que son plurales los puntos de conflicto y las formas de constitución de identidades.

Sin embargo, estas críticas no afectaron el núcleo de la centralidad estratégica que posee la clase trabajadora en la sociedad capitalista. El capitalismo tiene en su corazón la acumulación de valor, es decir, la explotación del trabajo. De esto se sigue una posición estructural central de la clase trabajadora. La capacidad de afectar las ganancias o detener la producción dota de un poder excepcional al proletariado, y lo convierte en un agente irremplazable en un proceso de cambio radical. El capitalismo, en último término, puede absorber prácticamente cualquier contradicción sin anularse a sí mismo, excepto la de clase. Y esta imposibilidad funda el poder estructural potencial de la clase obrera.

¿Cuál es entonces la relación entre la clase y los nuevos movimientos sociales?

La centralidad de la clase no debería establecer una jerarquía respecto a lo que antes se denominaban «frentes secundarios». Las opresiones de género, raciales, nacionales o la problemática ambiental no son secundarias respecto a la explotación del trabajo; pero para atacarlas en sus fundamentos últimos es necesario articularlas transversalmente con la cuestión de clase. La unidad de las luchas la confiere en primer lugar el capital mismo, en tanto gobierna la vida social como un sujeto impersonal que mediatiza y metaboliza todas las opresiones.

Del mismo modo que el capital mediatiza y subordina el conjunto de las opresiones sociales, la clase trabajadora debe asumir como propias las luchas contra toda forma de dominación. No se trata de realidades exteriores a la clase, sino que la constituyen como tal: la opresión racial, de género, religiosa o nacional son instrumentos de división del proletariado. Estas opresiones se vinculan estructuralmente con el conflicto de clase, pero tampoco se reducen a él sin más. Ni la opresión masculina se resuelve automáticamente por la apropiación social de los medios de producción, ni es difícil imaginar un socialismo productivista antiecológico.

Este enfoque permite diferenciar un feminismo o un antirracismo liberales, orientados a romper el “techo de cristal” en empresas e instituciones para las mujeres o personas racializadas de la élite, de un feminismo y un antirracismo marxistas que reconocen en el capital al enemigo común de los sectores subalternos. Permite distinguir entre una ecología liberal —que apuesta a los incentivos ecológicos privados o al laissez faire mercantil como correctivo del cambio climático— o incluso una ecología autoritaria —que recurriría a un despotismo ambiental neofascista— de una ecología anticapitalista que reconoce la relación estructural entre el productivismo y el capitalismo.

6. Construir un nuevo socialismo contra la catástrofe ecológica capitalista

El capitalismo pone en riesgo a la humanidad y al planeta. La lucha por la supervivencia de la especie se ha convertido inevitablemente en una lucha contra el capitalismo mismo: la lógica competitiva, anárquica y productivista del capitalismo es incapaz de detener la crisis climática que se acelera cada día.

La concentración de gases de efecto invernadero ha provocado un calentamiento global que se sigue acelerando, al punto en que se desbordan las previsiones y rápidamente se alcanzarán puntos de no retorno que implican perturbaciones imposibles de controlar, y cuyas consecuencias ya estamos viendo y se agravarán progresivamente: inundaciones, sequías, tormentas devastadoras, destrucción de la biodiversidad, pandemias.

Si algo refuerza la hegemonía capitalista, pese a la cotidianidad de guerras, enfermedades crisis y pobreza a la que nos somete, es la sensación de que vivimos en un mundo desprovisto de alternativas. Solo un nuevo proyecto socialista puede conquistar la posibilidad de un futuro para la humanidad y el planeta. Nos toca reconstruir un proyecto que supere la situación de “crisis de alternativa” en la que nos dejó la derrota del siglo XX. Una imagen de futuro que pueda convertirse en fuerza material al arraigarse en las masas y presentarse como una alternativa a la distopía cada día más cercana de la catástrofe ecológica a la que nos conduce el capitalismo. Pese a todo, las luchas se multiplican y el capitalismo no encuentra salida a su crisis. La revolución, según la célebre fórmula de Walter Benjamin, es el “freno de emergencia” que detiene el rumbo hacia el abismo. Debemos volver a convertirla también en la imagen de una vida más rica y estimulante para todos y todas.