por Pedro Perucca
A partir de ahora estamos en terra incógnita, con la obligación de ir construyendo un nuevo mapa político y nuevas herramientas para el próximo período. Un resultado electoral no es suficiente para derrotar a los sectores populares. Tenemos por delante una gran batalla social y política.
Despertamos y el dinosaurio todavía estaba allí. Amenazante. Tal vez lo único positivo de este escenario de pesadilla sea que se terminó la incertidumbre y ya entramos en la —esperemos que muy breve— era de La Libertad Avanza (LLA). El contundente triunfo del candidato libertariano Javier Milei, por 12 puntos sobre el oficialista ministro de Economía Sergio Massa, no sólo fue una sorpresa (porque la mayoría de las encuestas anticipaban un escenario mucho más reñido) sino también por la confirmación de que el terremoto de las elecciones primarias del 13 de agosto no había sido una casualidad sino la expresión de movimientos tectónicos de magnitud, que ya están transformando radicalmente el territorio político argentino.
Con una participación de 76,3% (levemente superior a la de la primera vuelta) Milei y su candidata a vicepresidenta, la defensora de la dictadura militar Victoria Villarruel, lograron un 55,69% (14.476.462 votos), mientras que Massa y su vice, el Jefe de Gabinete Agustín Rossi, apenas alcanzaron un 44,31% (11.516.142 votos). La fórmula de LLA sólo perdió en tres de los 24 distritos nacionales: Santiago del Estero, Formosa y la Provincia de Buenos Aires. Pero incluso aquí, en el territorio donde el gobernador Axel Kicillof había logrado su reelección con plena autoridad en la primera vuelta, con un 45% de los votos, se confirmó el muy módico trasvase de otras opciones políticas hacia Massa, que superó el 50% por algunas décimas. Más allá del conurbano, donde la fórmula oficialista logró imponerse (aunque sin una masividad que permitiera compensar la pobre performance del resto de los distritos), la mayoría de los 135 municipios bonaerenses fueron para Milei. Pero incluso en los pocos en los que ganó el oficialismo (Baradero, San Fernando, General Rodríguez, Marcos Paz, Presidente Perón, San Vicente, Berisso, Ensenada y General Guido) fue siempre por escaso márgen, llegando al 60% sólo en un caso.
La candidatura de Milei logró capturar no sólo los más de 6 millones de votos que en la primera vuelta habían ido para Patricia Bullrich (que tras la derrota se alineó, junto con el ex presidente Mauricio Macri, con las fuerzas libertarianas) sino también una buena parte de los que obtuvo el cordobés Juan Schiaretti en octubre. Los mapas de Nación y de la Provincia de Buenos Aires pintados de morado confirman no sólo la debacle del peronismo sino también el vuelco casi sin contradicciones de los votos de la derecha tradicional a LLA, donde incluso los simpatizantes del radicalismo (Unión Cívica Radical, UCR) mayoritariamente no dudaron en apostar «por el cambio».
Pese al llamado a votar en blanco de la mayor parte de la UCR, de un sector del PRO, de la Coalición Cívica y de la gran mayoría de la izquierda del Frente de Izquierda y los Trabajadores-Unidad, esta opción de voto apenas logró un 1,6%, dando cuenta de una muy baja disciplina orgánica. Las especulaciones sobre el «límite» político que podía implicar un candidato tan impresentable como Milei, que no se cansó de cuestionar explícitamente todas las premisas democráticas e incluso a referentes históricos como Raúl Alfonsín, para un cierto sector del conservadurismo presuntamente democrático —sobre todo de la UCR— se mostraron absolutamente fallidas. El atávico antiperonismo de las clases medias, que en algún momento quiso presentarse como más vinculado a ciertas premisas liberales y democráticas, volvió a demostrar, como lo hizo en dictadura, que no tiene límites.
Las elecciones de este domingo también confirmaron la regla de oro de que no hay forma de que un gobierno se reelija en medio de una crisis económica tan profunda como la que atraviesa actualmente la Argentina. El espejismo de un ministro de Economía responsable de un 140% de inflación interanual apareciendo como un candidato competitivo en la primera vuelta electoral se desvaneció ante los primeros conteos de votos de este domingo. La estrategia de Massa de fortalecer al único candidato contra el que veía posibilidades de triunfo (garantizando estructura, financiamiento e incluso integrantes para las listas de LLA), apostando a un voto contra el horror en el que se privilegien las premisas democráticas por sobre la degradada situación económica, finalmente no fue la gran “«jugada maestra» que algunos esperaban sino un aporte clave para el armado del monstruo que ahora tiene las riendas del Estado en sus manos.
Pero no sólo fracasaron las convocatorias de organizaciones políticas históricas como el peronismo, el radicalismo o la izquierda. La profundísima crisis de representación también se confirma en el hecho de que, tal vez como en ninguna otra campaña electoral, en los últimos meses se multiplicaron las declaraciones de colectivos de todo tipo contra Milei (fans de Star Trek, de Taylor Swift, otakus, las Nenas de Sandro, geógrafos, historietistas, intelectuales y casi todo el arco gremial, por mencionar solo algunos casos) sin que esto pareciera haber tenido impacto significativo en la tendencia de voto. El votante de Milei aparece como un sujeto mucho más autónomo, sin dudas con interacción por redes sociales pero sin otras pertenencias orgánicas a las que responder. Algo de esto analiza el historiador Ezequiel Adamovsky al ubicar a la creciente fragmentación social y el fortalecimiento del individualismo como premisas para el surgimiento de las nuevas derechas en todo el mundo.
La derechización de un sector de la sociedad argentina es indiscutible. Aunque es claro que no se puede afirmar que los casi 15 millones de votantes de Milei compartan completamente su ideario antidemocrático, sí es innegable la existencia de una gran militancia (sobre todo juvenil) de derecha que no habíamos visto en los últimos 40 años de democracia. Aunque desde 1983 sí tuvimos candidatos de ultraderecha que en distintos momentos lograron triunfar en elecciones locales (Antonio Bussi, Luis Patti, Aldo Rico, etc.), aparecían como resabios rancios y reaccionarios de la dictadura más que como fuerzas renovadoras que pudieran entusiasmar a los jóvenes y formar militantes y cuadros para propagar su ideología hacia todos los estratos de la sociedad. Hoy el discurso reaccionario de ultraderecha dejó de ser patrimonio de viejos nostálgicos para anidar hasta en los barrios más populares del país, en sectores de trabajadores informales, trabajadores por cuenta propia o jóvenes estudiantes de la escuela pública.
Los libertarios lograron este milagro en parte sabiendo aprovechar el muy particular escenario de la pandemia, cuyas consecuencias subjetivas aún no hemos logrado analizar con rigor. No hace falta decir que se trata de una derecha refractaria al diálogo y con mucha facilidad para deslizarse al terreno de la violencia. Desde los años 70 que la política nacional no estaba signada por el nivel de insultos, amenazas y violencias que caracterizaron a esta campaña. Hay una nueva derecha que llegó para quedarse y los niveles de enfrentamiento discursivo y hasta físico seguramente se incrementarán en la próxima etapa. Se terminó la excepcionalidad de que Argentina fuera un país «sin derechas», lo que constituye un signo más del fin de ciclo que vivimos.
Sin extendernos en el análisis de las transformaciones sociales que subyacen al triunfo de Milei (el sostenido deterioro económico, la fragmentación social, la división sectorial de la clase obrera y la grieta entre asalariados formales e informales, la severa crisis de representación, la crisis histórica de la «identidad peronista», etc.), parece evidente que este resultado electoral también expresa un fenómeno estructural de pérdida de capacidad de acción colectiva de los trabajadores. Las urnas mostraron cambios de fondo en las relaciones de fuerza, que profundizan la desmovilización por la que apostaron las principales coaliciones políticas y sus contrapartes gremiales a partir de 2018, despolitizando el conflicto, desincentivando la lucha callejera y apostando a la negociación gremial por sectores, lo que, al decir de Adrián Piva, «desarmó a los trabajadores frente a la movilización política de derecha» y limitó «las posibilidades de articulación del descontento a través de la protesta», dejando un fértil campo de acción para la derecha.
Y a partir de ahora estamos en terra incógnita, con la obligación de ir construyendo un nuevo mapa político y nuevas herramientas para el próximo período. Tenemos por delante un escenario en el que el peronismo tiene planteado, una vez más, el desafío de reinventarse para seguir siendo un actor central de la política argentina. Parece bastante claro que en la próxima etapa la transitoria hegemonía kirchnerista corre el riesgo de diluirse, dando lugar a nuevos liderazgos (muy probablemente con Kicillof en un lugar clave). Por otro lado, es bastante esperable una masiva migración hacia LLA incluso de los sectores de Juntos por el Cambio que resistieron la primera convocatoria de Milei. La seducción del poder. Es más difícil prever qué harán el radicalismo y los sectores más centristas de la política nacional en la próxima etapa, si buscarán construir un nuevo espacio orgánico desde el que la UCR intente reconstruirse como actor independiente (algo que debe enfrentar la dificultad de que el vínculo con sus bases históricas quedó deteriorado).
En cualquier caso, más allá de las especulaciones futuristas, no hay dudas de que nos encontramos ante el peligro real de una ofensiva que, después de más de dos décadas de intentos fallidos, pueda finalmente resolver el «empate hegemónico» que caracteriza a esta sociedad argentina en la que la clase obrera y sus aliados vienen logrando frenar las reformas más regresivas que motoriza la burguesía pero sin lograr avances con un programa propio, enfrentados a un capitalismo que tampoco consigue imponer las transformaciones de fondo que necesita para relanzar un nuevo ciclo de acumulación. Van a intentarlo una vez más, como lo hizo Macri, buscando garantizar una derrota de largo plazo de la clase obrera (como lo hizo en los años 80 la primera ministra inglesa Margaret Thatcher, tan admirada por Milei) aunque esta vez sobre una sociedad más golpeada y cansada por años de debacle económica y de orfandad política. Pero la capacidad de reacción y de resistencia de este pueblo nos ha sorprendido ya más de una vez.
Probablemente los próximos días nos den algunas pistas sobre el futuro, dependiendo de si tiene éxito la apuesta de los triunfadores de aprovechar los próximos 20 días hasta la asunción para desatar una brutal corrida cambiaria que le facilite la aplicación de las medidas de shock que ya vienen anticipando. Haciendo suyas las promesas de Macri para un segundo mandato que nunca sucedió («hacer lo mismo pero más rápido»), en su primer discurso Milei ya anticipó que no va a haber gradualismo alguno. Ahora sólo resta esperar cuánto de su programa brutal de transformación del país está dispuesto a intentar implementar desde un primer momento y si podrá transformar su enorme caudal electoral en un apoyo activo para esas transformaciones. Además, habrá que analizar con cuidado las nuevas configuraciones parlamentarias que puedan garantizarle o no una gestión que pueda avanzar no sólo a fuerza de Decretos de Necesidad y Urgencia y cuántos sectores del peronismo (gobernadores e intendentes) le garantizarán «gobernabilidad» en la primera etapa de su gestión. En este país, la resistencia de múltiples sectores sociales casi puede darse por descontada, pero está claro que tendremos por delante decenas de batallas en distintos frentes. Y la improbable perspectiva de una recuperación salarial más o menos rápida probablemente vaya sumando fuerzas a la resistencia.
Un resultado electoral no es suficiente para derrotar a los sectores populares. El golpe ha sido duro, pero no implica una derrota de fondo. En la próxima etapa la tarea será, entonces, trabajar con la mayor amplitud, creatividad y unidad de acción para evitarla y preparar la contraofensiva. Ante el riesgo de que las mejores tradiciones de lucha intransigente y defensa de los derechos humanos de nuestro pasado se nos escapen por un largo tiempo, nos vemos ante la necesidad de apoderarnos de ellas cuando relampagueen «en un instante de peligro», como dice Walter Benjamin. Y hemos vivido pocos instantes tan peligrosos como este.
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Publicado originalmente en Jacobin: https://jacobinlat.com/2023/11/21/el-instante-de-peligro/