Finalmente, después de 77 años de limpieza étnica más o menos encubierta contra el pueblo palestino y tras casi dos años de masacre transmitida en vivo desde Gaza, parece haberse roto el dique que protegió, contra toda evidencia, al régimen criminal del sionismo en Israel. En los últimos meses las denuncias contra la hambruna intencional y sus incesantes crímenes de guerra alcanzaron las portadas de los medios del mundo, casi diariamente se suceden masivas movilizaciones callejeras en los cinco continentes, las banderas palestinas no dejan de aparecer en balcones, eventos estudiantiles, canchas de fútbol y teatros del mundo, mientras que periodistas y figuras de la farándula mundial que ayer callaban hoy se sienten obligados a pronunciarse.
Pero, mientras las calles y las redes sociales explotan de solidaridad, la mayoría de los estados (en primer lugar, Estados Unidos y los históricos aliados europeos de Israel, empezando por Alemania, Francia y el Reino Unido) continúan blindando la masacre e intentan seguir como si nada hubiera cambiado, aumentando desesperadamente la represión contra las movidas solidarias y los militantes propalestinos.
La marea está cambiando aceleradamente, sí, pero el monstruo sionista acorralado responde al repudio universal con un intento de “solución final” contra el heroico pueblo palestino. Ante este escenario dramático, tenemos que multiplicar esfuerzos para detener a toda costa una consumación genocida sin límites y la anexión de Gaza y Cisjordania con la que sueña Israel, ya reconocida explícitamente. Hay que frenar hoy la masacre para luego saldar cuentas con el sionismo genocida y con sus cómplices.
Un giro en la política internacional
Un punto de inflexión podría haber sido el proceso que le inició Sudáfrica a Israel a fines de 2023 ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), ubicando al genocidio en “el contexto más amplio de la conducta de Israel hacia los palestinos durante sus setenta y cinco años de apartheid, sus cincuenta y seis años de ocupación beligerante del territorio palestino y su bloqueo de Gaza de dieciséis años”. Poco después la Corte Penal Internacional (CPI) ordenó el arresto del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y de su exministro de Defensa Yoav Gallant por cargos que incluyen “crímenes de guerra” y de “lesa humanidad” por su rol en la ofensiva contra Gaza después del ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023. También fue clave el rol de la Relatora Especial de las Naciones Unidas para los territorios palestinos ocupados Francesca Albanese, que viene hace casi dos años denunciando el genocido y que en las últimas semanas difundió un documento sobre las empresas que se vienen beneficiando de él. Hoy todos los expertos mundiales en el tema, incluyendo a los israelíes, reconocen una realidad evidente hace tiempo. El genocidio en curso no es debatible, más allá de las maniobras retóricas y las justificaciones oficiales del sionismo y sus voceros.
Aunque algunos gobiernos latinoamericanos (sobre todo Colombia, Brasil y Bolivia) fueron vanguardia en las medidas diplomáticas contra Israel, pero una vez roto el dique aparecieron importantes pronunciamientos de países como Australia, Irlanda, España y Dinamarca (hoy en la presidencia de la Unión Europea). El fondo de inversión noruego Norges Bank Investment Management se desprendió de activos de 11 empresas israelíes, dando cuenta de la importancia de la campaña internacional de “Boicot, Desinversiones y Sanciones”. La marca Israel empieza a ser mancha venenosa. Falta mucho aún (incluyendo la exigencia para que Conmebol retire el acuerdo que le permitiría a Israel participar de una Copa América), pero hay grandes avances.
En algunos casos, como el de Francia, los anuncios sobre el inminente reconocimiento de Palestina como estado soberano obedecen a intentos de reacomodamientos para minimizar los daños del desplome de la arquitectura internacional de complicidad activa o pasiva con el sionismo. Las olas de la ruptura del dique llegaron hasta el Congreso de los Estados Unidos donde, por primera vez en la historia, cerca de 30 senadores demócratas votaron por una resolución presentada por Bernie Sanders para detener el envío de rifles de asalto a Israel. Y se empezaron a escuchar voces críticas en distintos parlamentos del mundo, incluido el nuestro. Hasta en Israel están creciendo las protestas, aumenta el número de valientes refuseniks (jóvenes que se niegan al servicio militar obligatorio) y hasta se llevó adelante en las últimas horas una huelga general por por el fin de la ofensiva (son datos importantes, sobre todo sabiendo que la gran mayoría de la población apoya el expansionismo israelí).
Campaña en Argentina
En Argentina tenemos una situación muy particular, no sólo por la histórica defensa acrítica de Israel por la mayor parte de la dirigencia judía y de organismos como la DAIA, sino también por la incidencia ideológica que esto tiene en el ecosistema mediático, en instituciones como Amnesty Argentina (donde, pese a que Amnesty Internacional viene denunciando el apartheid israelí, no aún no se hizo público un sólo cuestionamiento) y en la misma Justicia. Gracias a la adopción durante el gobierno de Alberto Fernández de la definición de “antisemitismo” de IHRA (Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto), que lo plantea absurdamente como sinónimo de “antisionismo”, vimos procesamientos para cualquiera que se atreva a denunciar el genocidio (como los dirigentes de izquierda Alejandro Bodart o Vanina Biasi).
Las históricas presiones político culturales del sionismo argentino hoy encuentran campo fértil para potenciarse con una gestión como la Javier Milei, absolutamente alineado con Israel (país que, en su delirio mesiánico, se considera destinado a “salvar”). Después de varias visitas a Tel Aviv y de la firma de convenios políticos y comerciales, en las últimas semanas se confirmó su invitación al genocida Netanyahu para visitar nuestro país. El tour terrorista iba a concretarse en agosto, pero la escalada de cuestionamientos lo pospuso para septiembre. Aún no hay fecha confirmada para el viaje, pero deberíamos ser decenas de miles en las calles para rechazarlo.
Las movilizaciones que lentamente vienen creciendo en nuestro país aún están lejos del nivel de masividad que vimos en otras naciones, pero la eventual visita de Netanyahu puede ser no sólo una ocasión para revalidar el histórico compromiso la mayor parte de la izquierda local con la lucha palestina sino para alcanzar a otros sectores sociales que hoy se horrorizan con la hambruna para que se sumen a la lucha contra el genocidio.
Hora de rendir cuentas
Más allá de hasta dónde se le permita llegar a Israel con su plan de limpieza étnica y anexión de todos los territorios palestinos, sus cómplices preparan estrategias para minimizar el daño político. La más probable es la de sacrificar a Netanyahu y a algunos de sus principales laderos ultraderechistas (como el ex colono mesiánico y ministro de Finanzas Bezalel Smotrich o el supremacista ex ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben-Gvir) para luego retroceder un paso de los diez que se dieron en los últimos dos años, habilitando alguna forma de reconstrucción palestina en la Gaza devastada y desmontando algún asentamiento de los más nuevos. Pero sin tocar ninguna de las premisas políticas, económicas y militares que sostuvieron el genocidio durante las últimas décadas y sin cambiar las premisas que en Israel siguen alimentando día a día la idea de la superioridad judía, el racismo antiárabe más deshumanizante y el desprecio total por los derechos humanos.
En estos días incluso los ex primeros ministros israelíes Ehud Barack y Ehud Olmert salieron a reconocer el genocidio y los crímenes de guerra, responsabilizando a Netanyahu y a sus socios, apuntando a una transición hacia un nuevo gobierno no tan ultraderechista. Pero el apartheid y la limpieza étnica, los asesinatos y la tortura, la multiplicación de asentamientos en Cisjordania y la privación de derechos ciudadanos para los palestinos también fueron la constante durante sus mandatos. Limitar la responsabilidad a Netanyahu y la ultraderecha es otra maniobra perversa, una jugada desesperada para salvar al Estado de Israel del estallido y de la impostergable rendición de cuentas que le espera al final de esta campaña criminal.
Aún en el peor escenario, el sionismo ya alcanzó un punto de no retorno y un desprestigio mundial que lo condena al basurero de la historia, junto con el nazismo, el genocidio belga en el Congo y el apartheid. Antes de su desplome final, ese brutal sistema sudafricano de exclusión (que empalidece ante el sionismo) se presentaba como un régimen destinado a perdurar décadas, con una arquitectura política e institucional sólida, aliados internacionales inconmovibles (no casualmente, con EEUU e Israel en primer lugar) y una impecable retórica autojustificatoria. Hoy casi nadie se atrevería a defenderlo. Y lo mismo va a pasar con Israel. El apartheid sobrevivió hasta 1990, acumulando 40 años de vergüenzas para la humanidad. El régimen sionista israelí lleva ya casi 80. Pero hoy el dique que durante décadas lo mantuvo a salvo de los cuestionamientos internacionales está roto y la hora de rendir cuentas está más cerca. Y los pueblos del mundo, que lo hicieron posible, lo saben.