Desde la llegada de los colonizadores europeos a la actualidad, América Latina, territorio impresionantemente rico en recursos humanos y bienes comunes, ha sido el sueño de potencias imperialistas del mundo entero, y de Estados Unidos en particular. Hoy, como quizás nunca antes en la historia, es un momento trascendental para el continente.
VENEZUELA
Desde la llegada de Hugo Chávez, Estados Unidos está casi obsesionado por volver a controlar al gobierno/territorio/pueblo venezolano. ¿Por qué? Bueno, principalmente porque tiene una de las reservas de petróleo más grandes del mundo y las tiene casi a la vuelta de la esquina, pero quizá también porque Chávez volvió a hablar de Socialismo, a reivindicar al Che, a mostrarse solidario con Cuba, a tejer lazos con los gobiernos progresistas de la década pasada para decirle NO AL ALCA, y porque devolvió al pueblo venezolano la dignidad y al pueblo latino las esperanzas de una Latinoamérica libre y soberana.
A partir de la muerte de Chávez, las presiones por derrocar al “chavismo” no cesaron y, entre las falencias de un gobierno que no supo o no quiso continuar la senda iniciada y la derrota de los procesos progresistas en el resto de los países de la región, desde la Casa Blanca saben que éste es un momento ideal para acabar con los sueños revolucionarios.
A la tremenda situación económica y social que atraviesa el pueblo venezolano, se sumó un innegable marco represivo y enormes sospechas de fraude en las elecciones presidenciales de julio pasado, que hicieron que la presión interna y el andamiaje mediático internacional ejerciera un fuerte repudio hacia la figura de Maduro, al que insistentemente llaman dictador, con el único fin de derrocar a su gobierno. No casualmente se ha premiado con el Nobel de la paz a María Corina Machado, máxima figura actual de la oposición venezolana, quien fuera una de las instigadoras del golpe de Estado contra Hugo Chávez. Como todo eso pareciera no alcanzarle al gobierno estadounidense, ahora empezaron a jugar la carta de la lucha contra el narcotráfico (herramienta por la cual durante décadas han tenido un extenso control en las políticas de Colombia, por ejemplo), razón por lo que ya han anunciado (el mismísimo Trump mediante videos de la red social X) que hundieron varias embarcaciones en el caribe por supuestas maniobras de narcos provenientes de Venezuela. Hay varias dudas sobre la veracidad de esos videos, pero lo que sí está claro es que de ser así, han violado normas internacionales ya que los supuestos traficantes merecen en tal caso un juicio justo, y no ser masacrados como anunció y festejó el presidente estadounidense. Con esa excusa, actualmente Estados Unidos instaló varios barcos en zonas cercanas a la costa venezolana y Donald Trump autorizó el inicio de maniobras de la CIA en el territorio, por lo que varios analistas internacionales no descartan la posibilidad de una invasión (algo que sería histórico y catastrófico para la región).
ECUADOR Y PERÚ: JÓVENES Y PUEBLOS ORIGINARIOS DE PIE
A esta altura de la historia ya no quedan dudas de que el capitalismo ha fracasado a nivel mundial y, a nivel regional, Perú y Ecuador no son la excepción. Tras años y años de fracasos políticos y económicos (con la salvedad del período 2006-2016 en el que en Ecuador gobernó Rafael Correa y logró reducir los índices de pobreza, mejoró la distribución de la riqueza, redujo drásticamente los índices de violencia, entre otros datos) ambos países se encuentran hoy ante estallidos sociales que pusieron a los movimientos indígenas (en el caso de Ecuador) y a la juventud (en el caso de Perú) al frente de la lucha contra distintas medidas regresivas para las condiciones económicas de su pueblo.
En el caso de Ecuador, la olla se destapó luego de que el gobierno de Daniel Noboa decidiera eliminar un subsidio al combustible que generó un importante aumento al transporte y a los alimentos. Esta medida, encendió la llama de un pueblo que depositó las esperanzas en un candidato que prometió cambiarle la cara al país, que se definió como un hombre ni de derecha ni de izquierda y que por ser joven traía ideas renovadoras (recordemos que llegó a la presidencia luego de la fallida experiencia de Guillermo Lasso quién no logró terminar su mandato debido a otra crisis política). Pues esas esperanzas se esfumaron rápidamente, porque antes de los dos años de su asunción los índices de pobreza se dispararon, como aumentó también el empleo informal y la escases de energía eléctrica (conflicto de gran importancia en ese país y que también prometió resolver). Paradójicamente, en 2025 fue reelecto y para solucionar lo que no había podido hasta ese momento comenzaron los ajustes: aumento de tres puntos del IVA, recortes de personal del Estado, privatización de empresas y la ya nombrada quita de subsidios, que terminó de colmar el vaso. El resultado fueron masivas movilizaciones encabezadas por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) y distintos sectores sindicales y la respuesta por parte del gobierno fue la que siempre se espera: militarización de la zona, muertos, y más militarización (muchas de las zonas militarizadas fueron ejes de distintos conflictos y el gobierno usó la excusa de combatir al narcotráfico para rodearla de militares). Al momento, el gobierno decidió cortar formalmente el diálogo con la CONAIE y el paro nacional, iniciado hace más de un mes, sigue su curso.
En el caso de Perú (modelo elogiado por el Ministro de Economía de Argentina, Luis Caputo, porque “cambian de presidente cada un año pero la macroeconomía permanece estable”), el detonante del último estallido fue una reforma previsional votada por el Congreso y aprobada por el Ejecutivo, que obliga a los jóvenes a inscribirse en las AFPS (Similar al modelo de AFJP instalado en argentina a mediados de la década del 90), para que empresas privadas manejen los aportes de trabajadores y trabajadoras (incluso de quienes trabajan en la informalidad).
Inmediatamente miles de jóvenes salieron a las calles, hartos de un sistema que hace crecer la pobreza y la desocupación (recién el último año lograron reducir levemente los índices de pobreza, que aún se mantienen a niveles de la pandemia) y la respuesta de la entonces presidenta Dina Boluarte fue la represión que, al igual que en Ecuador, se cobró varias vidas. Lejos de frenar el clima de tensión, la actitud del gobierno encendió aún más los reclamos, que terminaron con la renuncia de Boluarte y la promesa de revisar la reforma previsional (por el momento sólo se anunció la quita de algunos artículos, pero no la derogación, por lo que la movilización popular no se detiene). Aunque “la macro” peruana que tanto admira Caputo se mantenga estable, cuando pasan tantos presidentes en tan poco tiempo (7 en 10 años) es porque la micro no anda para nada bien.
Al igual que en Ecuador, la excusa del narcotráfico y el delito, son el argumento para la militarización. Al igual que en Ecuador, parece que el pueblo ha perdido el miedo.
ARGENTINA: ATADA DE PIES Y MANOS
La situación en Argentina es bastante más conocida: un gobierno que se enorgullece de ser “salvado” por Estados Unidos, un presidente que se emociona cada vez que visita a Trump y un Congreso que está más pensando en estrategias electorales que en dar respuestas a la demanda del pueblo. La salida a un país quebrado (económica y políticamente) dependerá nuevamente de lo que pase en la calle.
Aunque las movilizaciones masivas ya no lo son, aunque no se percibe un clima de “agresividad” de grandes dimensiones, lo cierto es que al gobierno de Milei parece terminársele los tiempos donde podían hacer y decir cualquier cosa. Entre los casos de estafas (libra), coimas (Karina), y los aportes narco (Espert), y una situación económica cada vez más complicada, el hartazgo parece ir creciendo y los recortes a las pensiones para personas con discapacidad, el desfinanciamiento del Hospital Garrahan, y el veto a los aumentos a las jubilaciones fueron detonantes para que La Libertad Avanza perdiera las elecciones de provincia de Buenos Aires por un margen mucho mayor del que esperaban. Pero eso no es todo. Durante la campaña, en cada lugar donde estuvo Milei tuvieron que suspender o acortar los actos por el repudio generalizado; los eventos tuvieron poquísima participación ciudadana y en los últimos días familiares de personas con discapacidad tomaron el edificio de la ANDIS (AGENCIA NACIONAL DE DISCAPACIDAD) en reclamo para que se ejecute la ley aprobada en el Congreso mediante la cual deberían ya estar recibiendo la ayuda necesaria para sus familiares con discapacidad.
Aunque una parte de la sociedad parece estar esperando dar un “mensaje en las urnas”, hay otra parte que ya no tiene nada que perder y el hartazgo y el repudio empiezan a notarse. Por otro lado, aunque algunos de los candidatos repudiaron abiertamente los acuerdos con Estados Unidos, ninguna fuerza supo decir qué harán para evitar que el país esté cada vez más atado a las decisiones que tome la Casa Blanca. O sí, el Frente de Izquierda – Unidad y distintas organizaciones políticas y sociales ya avisaron que la resistencia será en la calle y que hay que prepararse para enfrentar un clima político, económico y social cada vez más hostil.
COLOMBIA Y BRASIL, DOS ADOQUINES EN LAS BOTAS DEL TIO SAM
Si la resistencia por abajo fue, es y será trascendental para la soberanía de cada país latinoamericano, la resistencia por arriba también es necesaria. Aunque no dejan de ser países capitalistas, los gobiernos de Lula en Brasil y Petro en Colombia parecen ser hoy los únicos de la región en defender su soberanía y responder a los constantes ataques de Donald Trump. Respecto de Brasil, el presidente estadounidense es acérrimo defensor de Jair Bolsonaro, luego tuvo un fuerte intercambio mediático con Lula por las medidas económicas implementadas por el mandatario estadounidense, que aplicó aranceles de hasta un 40% para el ingreso de productos brasileros a su país y, aunque actualmente parece que las aguas se calmaron y hasta se habla de un posible encuentro personal entre ambos presidentes, Lula declaró en estos días, aunque sin nombrar explícitamente a Estados Unidos, que “una injerencia extranjera en la región” sería perjudicial para América Latina, y que su gobierno está enfocado en mantener la paz en todo el territorio y que siga siendo un espacio “libre de armas de destrucción masiva”.
Con Gustavo Petro la cosa se puso más espesa. Con posturas ideológicas claramente contrapuestas, la relación entre Trump y el presidente Colombiano llegó a su punto de tensión esta semana, ya que el gobierno de Estados Unidos quitó a Colombia de la lista de países que luchan contra el narcotráfico, y retiró todo tipo de ayudas y subsidios para el país caribeño, acusando a Petro lisa y llanamente de ser jefe del narcotráfico, y uno de los principales responsables de ese delito en la región. La decisión de Trump, se dio luego de que Petro acusara a Estados Unidos de romper pactos internacionales y el derecho de la soberanía colombiana al asesinar a un pescador de su país, en uno de los ataques a embarcaciones en el caribe que anunció Trump con bombos y platillos.
Así las cosas, Brasil y Colombia parecen ser de los pocos gobiernos de la región en poner ciertos límites a los planes de Trump y sus amigos.
En un mundo siempre en disputas imperialistas, Estados Unidos parece decidido a tener cada vez más injerencia en la región. Pero, mal que le pese, el continente tiene una historia y una cultura de resistencia que siempre está presente. De los pueblos, siempre de los pueblos, dependerá si seguimos soñando con una patria grande o nos convertimos definitivamente en las venas abiertas para la Casa Blanca.