Con nada de ingenuidad y mucha audacia, el gobierno de Javier Milei y sus socios quieren convertir a la Argentina definitivamente en una colonia estadounidense y, para eso, necesitan también robarnos la memoria. Estamos a tiempo de impedirlo.
Lucas Napoliello
Corría el año 2002 y quién escribe esta nota transitaba sus primeros meses en la Facultad de Periodismo de la UNLP cuando en una de las primeras clases del curso de ingreso había que elegir una palabra al azar (colocada en una bolsa por el profesor) y decir qué sabíamos o cómo la definiríamos; a una compañera de cursada le tocó “dictadura” y empezó a decir que era el proceso iniciado en 1983 de la mano de Raúl Alfonsín… La confusión resultó graciosa por lo sorpresiva, casi nadie podía creer lo que estaba diciendo.
Año 2023 y un amigo docente cuenta en sus redes sociales que un alumno de sexto año de la secundaria le pregunta si la democracia es algo malo. El docente repregunta qué es la democracia para él y la respuesta es “no sé”.
¿Qué separa a estos dos ejemplos además de 20 años de diferencia? La capacidad de sorpresa. En aquel 2002 encendido, con la rebelión de diciembre todavía en las calles, con las asambleas barriales que brotaban al calor de los clubes de trueque y con el movimiento piquetero en pleno crecimiento era llamativo que una joven universitaria confundiera la democracia con la dictadura. Aunque todos creímos que se trató de una confusión y no de ignorancia, la sorpresa estuvo. Hoy difícilmente alguien se sorprenda de que un joven no sepa definir qué es la democracia o peor aún, que crea que es algo malo.
Claro está que la responsabilidad no es de “los jóvenes” sino de todo un sistema perverso que busca la confusión y la ignorancia.
DEMOCRACIA
Cada 10 de diciembre en Argentina se celebra el Día de la Restauración Democrática rememorando aquel de 1983 dónde Raúl Alfonsín asumió la presidencia a través del voto popular después de siete años de dictadura militar. Desde los sectores progresistas hasta los medios hegemónicos como Clarín o La Nación festejan la cantidad de años ininterrumpidos que se cumplen de gobiernos elegidos mediante el voto.
Algo similar sucede al hablar de la generación de los 70 cuando se insiste con la idea de que “hay que cuidar esta democracia como lo hicieron los 30.000” ¿Entonces los y las jóvenes desaparecidos, violadas, asesinadas y torturados por la dictadura pelearon sólo para que haya elecciones cada 2 o 4 años? Me temo que no.
Aquellas compañeras y compañeros lo dieron todo por un país verdaderamente democrático, donde la libertad no sea sólo la de elegir un gobierno ni un producto en un supermercado, ni la de opinar libremente en una red social (aunque incluso esto hoy esté en riesgo). Quienes fueron salvajemente perseguidos querían un mundo sin explotados, sin opresión, sin pobreza, sin marginales, sin olvidadas.
Y muchas agrupaciones eligieron métodos violentos para conseguir esa democracia. No porque les gustara, sino porque con el crecimiento del descontento popular (la pobreza en Argentina estaba en ascenso y los derechos laborales empezaban a ser amenazados por las exigencias del capitalismo para sostener las ganancias de los mismos de siempre) crecía la represión y aparecía la cara más violenta del Estado y no alcanzaba sólo con organizar movilizaciones; había que defenderse de las armas oficiales si se quería llegar a “la patria socialista” o bien conquistar el “patria sí, colonia no”.
LOS VIOLENTOS
Bajo una “teoría de los dos demonios” disfrazada de progresismo, muchos sectores de la política y sus medios de comunicación afines son los primeros en señalar a quienes se manifiestan de formas “violentas”. Aunque nunca o casi nunca hablan de la violencia simbólica (hambre, persecución, hostigamiento, etc) o real (palazos, balas de goma, gases lacrimógenos, y hasta balas de plomo) de los gobiernos que la ejercen, sí son los primeros en apuntar con el dedo a quién usa una capucha, arroja una piedra, se defiende armando barricadas o prende fuego un cesto de basura para impedir que avancen las motos policiales. Entonces aseguran que “era una marcha pacífica hasta que llegaron los encapuchados”, “la policía actuó para impedir más desmanes” o “estamos de acuerdo con los reclamos pero no con las formas”.
¿Es más antidemocrático tirar una piedra al congreso que tirarle gas pimienta a un jubilado? ¿Es más antidemocrático que la calle te la corte la policía o que te la corte un grupo de personas reclamando lo que les corresponde? ¿Es democrático que un puñado de diputados decida la entrega de un país y que quienes se oponen a esto ni siquiera puedan expresarlo libremente?
A esta democracia le faltan algunas respuestas.
MILEI Y EL FIN DE LAS GARANTIAS CONSTITUCIONALES
Desde antes de que asumiera Javier Milei se dijo con contundencia que el plan económico de Caputo y compañía no se podía aplicar sin represión. Enseguida llegó el “protocolo antipiquetes”, el ataque deliberado a la prensa, la persecución policial y judicial a quienes se manifestaban, y hasta la judicialización de algunos que expresaron su descontento en redes sociales.
Para esto también necesitan el apoyo de lo peor del aparato represivo del Estado (al que dicen querer eliminar pero lo usan a su antojo), es decir, la reconciliación con las Fuerzas Armadas. Por eso desde la llegada de “La Libertad Avanza” a la Casa Rosada, no fueron pocas las declaraciones o los guiños para con los genocidas que aún cumplen prisión como así también el ataque y amenazas constantes a los organismos de derechos humanos.
La reunión de diputados y diputadas de LLA en la cárcel con Astiz y otros genocidas, los actos donde Victoria Villarruel insiste con la idea de “la verdad completa” y los vínculos de varios funcionarios actuales con la dictadura del 76 son algunos de los datos más relevantes. Hace pocos días, docentes de escuelas de la Ciudad de Buenos Aires, denunciaron presiones para no hablar o hablar de manera “discreta” del 24 de marzo, así como también hubo casos donde docentes le hablaron a sus alumnos de la “guerra” iniciada aquel día de 1976.
A casi 50 años del genocidio que vino a aplastar las ideas revolucionarias debemos redoblar los esfuerzos por sostener la memoria porque quieren a nuestras juventudes cada vez más ignorantes.
A casi 50 años del asesinato y desaparición de la generación más combativa que tuvo la historia de nuestro país, debemos sostener sus banderas y luchar por una verdadera democracia.
Dicen algunas consultoras que casi el 70 % de los y las votantes menores de 24 años eligieron a Javier Milei para presidente. Las mismas consultoras y también sociólogos y periodistas coinciden en que este fenómeno responde, entre otros factores, a que los y las jóvenes encontraron en Milei un grito de rebeldía, que venía a romper con todo eso establecido y, por consecuencia, con todo eso que los sucesivos gobiernos no pudieron garantizar pese a muchas promesas. Contagiemos a nuestros jóvenes para que la rebeldía vuelva a ser colectiva y no individualista. Necesitamos una democracia que cumpla con los derechos básicos para que las nuevas generaciones vuelvan a creer que hay otros caminos que no son los que impone la Casa Blanca. Que el rugir sea de un pueblo que se despierta hambriento por salir adelante de manera colectiva y no el de un falso león que vino a aprovecharse de las debilidades del sistema.