Por Milagros Porta
Muchas de las cosas más movilizantes de este año me las dio la UNA (Universidad Nacional de las Artes). Un grupo de estudio, por ejemplo, donde conviven la catástrofe psíquica, política y ambiental con el desquicio amoroso de Chris Kraus. (Esta semana me gustó esa frase, el desquicio, estar fuera de quicio, la mejor traducción del shakesperiano time is out of joint: es cierto que joint refiere a la articulación entre dos huesos, mientras que quicio es el marco donde se colocan las bisagras de las puertas y ventanas, pero igual funciona porque así es como estuvimos este año, con los huesos rotos y las puertas clausuradas). Ese grupo de estudio que Diego Caramés llamó “Escrituras de la Crisis” me regaló la inquietud por el estado de cosas en la lengua cuando el campo semántico de economía gobierna la circulación de los discursos. Lo que es decir que me regaló la Posdata comunista de Boris Groys:
Tiene su sentido y está justificado reaccionar ante las decisiones políticas en la lengua como medio porque las propias decisiones han sido formuladas en la lengua como medio. Bajo las condiciones del capitalismo, en cambio, toda crítica y toda protesta necesariamente carecen de sentido; porque en el capitalismo la propia lengua funciona como mercancía, es decir, es muda desde el origen. Los discursos críticos o de protesta se reconocen como un éxito si se venden bien, y como un fracaso si se venden mal.
Como estudiantes de Artes de la Escritura, el problema de la lengua como mercancía debería ser una prioridad, un escollo que pide ser pensado. ¿Existe un decir que sea capaz de esquivar la apropiación utilitaria del mercado? ¿Cómo se inventa una escritura emancipada? ¿Qué herramientas tenemos a disposición? Por suerte Groys abre un punto de fuga:
Puesto que el capitalismo y su crítica discursiva son incompatibles en términos de medio, no pueden encontrarse jamás. Primero hay que transformar la sociedad, verbalizándola, para luego poder criticarla con sentido. De modo que se podría reformular la famosa tesis marxiana según la cual la filosofía no debe interpretar el mundo, sino transformarlo: para que la sociedad sea criticable primero tiene que volverse comunista.
La universidad, en su forma actual, entrelaza derechos conquistados por la lucha y momentos de posible subversión frente a los imperativos del sistema con elementos que todavía la arraigan en el sentido común de la sociedad burguesa capitalista. Las lógicas de mercantilización, competitividad e inserción en un entorno laboral neoliberal tiñen buena parte de la experiencia estudiantil contemporánea. Pero bajando un poco a tierra las palabras de Groys, si se reemplaza “sociedad” por “universidad”, pensaba que el entusiasmo que suscitaron las tomas como aliento renovado del movimiento estudiantil está relacionado directamente con la suspensión temporal de las lógicas cristalizadas. Entendida como interrupción de un modo de funcionamiento reconciliado con el capital, mediante una puesta en discusión permanente de sus términos, duración y actividades que actualiza de manera constante el pacto colectivo, la toma verbaliza la universidad, en el sentido de volverla enunciado en disputa, para que sea, entonces, criticable.
La idea de toma merece alguna atención. “Estar tomado” se usa cuando una inquietud irrumpe, se planta en el cuerpo y desencadena un síntoma. “La voz tomada” puede ser afonía. “La garganta tomada”, una gripe. Un evento se instala sin permiso y exige dedicación a tiempo completo: en todos los casos, la toma delata una crisis. Bajo sus condiciones, la crítica y la protesta cobran un sentido que no tienen fuera de ese paréntesis. El estudiantado tantea los límites difusos de lo posible y lo deseable, y lo hace a través de la palabra: en asambleas, en grupos de WhatsApp estallados, en discusiones con movileros de TN, en comisiones de base.
Empecé con la pregunta sobre una escritura emancipada. Si la toma de la facultad es habitar un espacio público, ¿se puede habitar la circulación de ideas sobre lo publico? ¿Cómo se franquean las barreras del sentido común de la época? ¿Existe la toma del pensamiento? Así como el lenguaje es un virus, la toma de la palabra es un contagio. Un decir que impide correr la mirada, un decir que acontece con la potencia de lo irreversible, un decir que toma el pensamiento por asalto: eso solo es posible cuando existe una obsesión por las palabras. Ahí es donde veo la potencia del estudiantado de la UNA. Que otros escriban eslóganes de campaña, fraseos gancheros que entren en una remera y réplicas fáciles de memorizar. Si hay un elemento de composición que hace de los cuerpos amuchados en Mitre una comunidad, se trata de la confianza ciega en el poder de la toma de la palabra como suceso transformador, a condición de que involucre opacidad, apertura, osadía y paradoja.
Universidad de los trabajadores / Y al que no le gusta se jode, se jode. El cántico se entona sin falta en las marchas y las asambleas. Tiene una condensación casi de haiku que lo hace efectivo por lo elíptico: como no hay verbo en el primer sintagma, la dimensión temporal queda abierta a la interpretación. El cántico no dice: la universidad es de los trabajadores. Por el tono imperativo, sumado a la afrenta del segundo verso, más bien da una sensación de proyecto. No celebra una conquista, sino que exige la invención de un futuro. Uno donde la universidad podría ser diferente, porque el país podría ser diferente, porque el mundo podría ser diferente.
La cantinela también me gusta porque niega que la razón de ser de la universidad sea el mito del ascenso personal. Propone una tarea más importante y urgente: la retribución a la comunidad. En latín, communitas es un estar-con-otros que implica endeudarse, dar algo sin recibir nada a cambio. Esa es la condición para pertenecer. Lo que une a las personas en la communitas no es un tener, sino un dejar-de-tener. Es una empresa en déficit permanente. La deuda promueve una cadena de reciprocidades que, como nunca termina de saldarse, mantiene a la comunidad en movimiento.
Pensemos la universidad pública como la contracción de una deuda. Si seguimos las carreras que se estudian en Mitre, podemos retribuir la formación recibida con un intento de toma de la palabra, un intento arriesgado y radical; en la situación crítica presente, sin embargo, donde la lengua es una mercancía y los discursos legitimados institucionalmente no podrían estar más fuera de quicio, la toma del edificio sigue siendo necesaria, porque compone una escena concreta que defiende la existencia de un espacio donde podamos seguir contrayendo una deuda que nunca terminemos de saldar.
publicada originalmente en Áspera
La frase dice así: «Tengo hambre». (Attila József)
https://elsudamericano.wordpress.com/2024/11/02/literatura-y-socialismo-por-attila-jozsef/