Andrés Mecha
Corría el año 1972, en Argentina gobernaba una junta militar. Era producto del quinto golpe de estado en menos de 40 años. La dictadura, autodenominada «Revolución Argentina», se había iniciado en 1966 y pretendía perpetuarse por 20 años. “No tenemos plazos, sino objetivos”, había sostenido el General Onganía en sus inicios. Para 1972 el sueño restaurador y mesiánico de los militares y la burguesía más concentrada ya se había chocado de frente con una sociedad movilizada y efervescente.
Desde 1969 diversos «Azos» recorrían toda la geografía argentina, del Cordobazo a los Rosariazos, de los Tucumanazos al Choconazo, del Corrientinazo al Mendozazo. En las filas obreras surgían posiciones combativas, antiburocráticas y anticapitalistas: la CGT de los Argentinos, el SITRAC-SITRAM y otras experiencias daban cuenta de un movimiento obrero que se radicalizaba y protagonizaba luchas que excedían lo estrictamente reivindicativo. Las universidades y las secundarias eran un hervidero. Mientras tanto, un nuevo actor político marcaba el clima de la época: desde mediados de la década del 60, y con mayor ímpetu después del mayo rabioso del 69, irrumpían en escena las organizaciones armadas.
Para 1972 muchxs militantes de las organizaciones guerrilleras se encontraban presos en la cárcel de máxima seguridad de Rawson. Un penal que desde el año anterior había destinado la mitad de sus ocho pabellones a lxs presxs políticxs. Durante los años previos, las organizaciones armadas habían protagonizado varias fugas de cárceles y comisarías por lo cual la dictadura decidió recluir en el claustro patagónico a quienes catalogaba como más «peligrosxs». La dictadura consideraba que era imposible que se produjera una fuga de allí. Cualquier copamiento desde afuera estaba destinado al fracaso por el aislamiento geográfico y la presencia cercana de la base naval.
No obstante, en Rawson se gestó un plan de fuga masiva cuyo eje central fue la toma del penal desde adentro. Colectivamente fueron reconstruyendo un mapa de la cárcel y en contacto con las organizaciones fueron preparando la fuga. El 15 de agosto, por sorpresa tomaron el penal. Sincronizadamente, tres militantes copaban un avión comercial que aterrizaba en el aeropuerto de Trelew. En paralelo, un auto, una camioneta y dos camiones que estaban apostados en las afueras de la cárcel se preparaban para recoger a lxs presxs para conducirlos al aeropuerto. Toda la concepción y ejecución es digna de un guion de película. Pero algo falló. Los móviles entrarían ante una señal que les confirmaría el éxito de la misión. Pero, aparentemente el conductor de la camioneta entendió mal una señal, creyó que la misión había fracasado y se retiró seguido por los camiones. El auto sí entró y recogió a los seis militantes que estaban en primer orden para fugarse, ya que eran miembros de la dirección de las organizaciones: Roberto Quieto y Marcos Osatinsky de las FAR, Mario Roberto Santucho, Domingo Menna y Enrique Gorriarán Merlo del PRT-ERP y Fernando Vaca Narvaja de Montoneros.
Al ver que no llegaban los demás carros, desde la cárcel empezaron a llamar taxis a la ciudad de Trelew. Como la ciudad es pequeña solo consiguieron tres, dónde se apiñaron diecinueve militantes. A toda carrera cubrieron la distancia entre Rawson y Trelew, pero cuando arribaron al aeropuerto el avión ya había partido. Decidieron tomar el aeropuerto y luego de que fallara la posibilidad de copar un segundo avión, se entregaron con la garantía del respeto de sus vidas, ante la presencia de un juez y los medios de comunicación. A partir de ahí lxs dicienueve fueron conducidxs a la base naval Almirante Zar.
El 21 de agosto llegó la orden de matar a lxs detenidxs. Según lo que se ha podido determinar, la decisión fue tomada por el mismo presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse, con el acuerdo de las tres fuerzas, el ministerio del interior y la Cámara Federal en lo penal. La sentencia de muerte fue ejecutada el 22 por la madrugada por una patrulla a cargo del capitán de corbeta Luis Sosa y del teniente Roberto Bravo, que hicieron salir a lxs presxs de sus celdas para luego ametrallarles a mansalva.
Producto de la masacre murieron 16 militantes: Alejandro Ulla, Ana María Villarreal de Santucho, Carlos Alberto del Rey, Clarisa Lea Place, Eduardo Capello, Humberto Suárez, Humberto Toschi, José Ricardo Mena, Mario Emilio Delfino, Miguel Ángel Polti y Rubén Pedro Bonet, pertenecientes al PRT-ERP; Alfredo Kohan, Carlos Astudillo y María Angélica Sabelli de las FAR; Susana Lesgart y Mariano Pujadas de Montoneros. La mayoría tenía veinti tantos años. Sólo Ana María Villareal, que además estaba embarazada, era mayor al resto, con 36 años.
Hubo tres sobrevivientes, Alberto Miguel Camps, María Antonia Berger y Ricardo René Haidar, que inmortalizaron su testimonio en un libro del poeta y militante Paco Urondo: «La Patria Fusilada». Lxs tres fueron desaparecidxs durante la última dictadura.
La respuesta oficial fue la mentira y la censura. El gobierno emitió un comunicado que sostenía que se había tratado de un nuevo intento de fuga. Por otro lado, ese mismo 22 sancionó una ley que imponía penas de cárcel para quienes se apartasen del guion oficial. Sin embargo, la verdad era evidente. La dictadura, que se encontraba en retirada por el ascenso de las luchas populares, se cobraba la vida de quienes se habían atrevido a desafiar el orden marcial del capital. Días después, los funerales fueron reprimidos y no se permitió velar a lxs muertxs.
A contramano, el pueblo abrazó a lxs caídxs. Hay cientos de testimonios que afirman que iniciaron su militancia se inició después de aquel 22 de agosto. En su nombre se escribieron poemas, rimas, folletos, canciones, se realizaron ilustraciones, grabados y múltiples homenajes.
La masacre guardaba un mensaje claro. Era un escarmiento por la osadía de la fuga. Una reacción ante la unidad de acción de las organizaciones guerrilleras. Una respuesta impotente a esta Argentina rebelde.
El crimen se convertía un antecedente claro de lo que eran capaces las fuerzas armadas, una vez más, verdugos del pueblo.
Por estos días, marcados por el negacionismo de estado, por reivindicadores de milicos y genocidas, qué importante es recordar a nuestrxs mártires. Qué importante es recuperar las historias de nuestra militancia, de las organizaciones que parió la lucha popular, las gestas combativas, las grandes rebeliones que ha sabido protagonizar este pueblo contra todo tipo de gobiernos hambreadores, represores y mentirosos.
Y como cada 22 de agosto, unirnos en el grito:
¡Gloria a lxs Héroes de Trelew!
¡La Sangre derramada, Jamás será Negociada!