Por Nicolás Deleville
El 14 de agosto de 1912, Estados Unidos ocupó militarmente Nicaragua, como parte del proceso conocido como “las guerras bananeras”, mediante el cual dicha potencia ocupó, transformó en protectorados o impuso dictaduras y gobiernos fraudulentos afines en toda Centroamérica, extendiendo su hegemonía imperialista en la región.
Las compañías norteamericanas, como la United Fruit, impulsarían matanzas de campesinxs y obrerxs que resistían contra el dominio monopólico de las tierras, las condiciones de trabajo explotadoras y casi esclavizantes que se imponían a la población, y el autoritarismo de los gobiernos corruptos pro estadounidenses.
Intentando frustrar toda posibilidad de formación del incipiente movimiento obrero, los gobiernos conservadores atacarían las libertades democráticas más básicas, mientras firmaban tratados económicos desventajosos en favor de la potencia que lxs auspiciaba y ponía en el poder, y de las familias de lxs gobernantes devenidxs en oligarquías.
Eso llevó a que surgieran movimientos insurrectos como el comandado por Augusto César Sandino, que lucharía durante dos décadas contra la ocupación norteamericana de Nicaragua.
A pesar de lograr expulsar a lxs estadounidenses, estxs mismxs lograrían imponer al general Anastasio Somoza García como líder de la Guardia Nacional, grupo paramilitar en el que Somoza se apoyaría para iniciar una dictadura dinástica en la que le sucederían sus dos hijos, previo asesinato del antiguo líder rebelde Sandino, a quien Somoza ejecutaría a traición.
No obstante, la gesta de Sandino inspiraría a grupos de campesinxs y estudiantes nicaragüenses que, influenciados por la Revolución Cubana, iniciarían una lucha guerrillera contra la dinastía Somoza en la década de los 60, formando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
Conformado por sectores socialdemócratas, socialistas, de la izquierda cristiana y, minoritariamente, comunistas, el FSLN logró derrocar a la dictadura en 1979, iniciando un gobierno de corte progresista que impulsaría la alfabetización de una población mayoritariamente analfabeta, una reforma agraria en favor del campesinado y programas de salud pública que mejorarían masivamente las condiciones de vida de la población, junto con tímidas reformas económicas que Estados Unidos utilizaría para agitar banderas anticomunistas en el marco de la Guerra Fría para iniciar una nueva guerra civil, auspiciando grupos paramilitares de ex somocistas.
Asfixiado por la guerra civil, que acaparaba todos los recursos en la lucha frente a las contras, se fue agotando el proceso transformador en pos de la supervivencia básica del gobierno revolucionario, lo que llevó a que en los 90 lxs sandinistas perdieran las elecciones.
Proceso que utilizó la facción de Daniel Ortega para impulsar más la burocratización del FSLN y purgar a las facciones disidentes, eliminando cualquier programa revolucionario o reformista y convirtiéndolo en un mero cascarón del poder de Ortega, quien ganaría las elecciones en 2006 y abandonaría cualquier intento de transformación, girando cada vez más al autoritarismo y al nepotismo.
Del FSLN nos queda rescatar la gesta antidictatorial, la lucha antiimperialista, la convicción de un mundo más justo, lxs anhelos de superación del sistema capitalista y las esperanzas que dio a los movimientos revolucionarios en una época en que la represión y las derrotas teñían un panorama oscuro, un oasis en medio de la Latinoamérica plagada de dictaduras genocidas del Plan Cóndor.