Desde la victoria de La Libertad Avanza en las PASO, comenzó un nuevo capítulo del debate sobre qué posición electoral debemos adoptar ante la amenaza de que la ultraderecha llegue al gobierno. El actual escenario de un balotaje entre Sergio Massa y Javier Milei abre un nuevo momento de estas polémicas. Esta nota es un aporte que desde Poder Popular hacemos al presente clima de deliberación.
1. Es necesario bloquear al acceso de la ultraderecha de Milei al gobierno
Los peligros democráticos y económicos de un gobierno de Milei no deben ser subestimados. El programa de Milei consiste en una reforma estructural del capitalismo argentino a partir de la modificación de las leyes laborales, la eliminación de la moneda nacional y la privatización del conjunto de empresas y derechos que hoy garantiza el Estado. Esto solo puede realizarse con una reforma también estructural de las libertades democráticas que incluya el aplastamiento de la organización sindical y de los movimientos sociales. La reivindicación explícita del genocidio de los 70, las expresiones sobre el libre uso de armas o la venta legal de órganos son fotografías que ilustran la batalla cultural que la ultraderecha da contra nuestra clase.
Hay dos errores que pueden cometerse al pensar este escenario, que implican graves subestimaciones del fenómeno. El primero pasa por criticar la posibilidad de “gobernabilidad” de la coalición que encabeza Javier Milei. Repasemos sus aliados. El apoyo de Mauricio Macri y Patricia Bullrich supone también la puesta a disposición de equipos de gobierno. A su vez, distintos gobernadores de las provincias de nuestro país han expresado, semanas antes de las elecciones generales, que optarían por La Libertad Avanza, lo que es consistente con la tendencia objetiva de los gobiernos provinciales respecto del oficialismo (el de cualquier gobierno nacional, de cuya caja dependen en mayor o menor medida). Por otro lado, de la mano de Villarruel, esta alianza cuenta con un apoyo de sectores de las FFAA y el partido militar. Por último, las clases dominantes no se van a perder la oportunidad de hacer negocios con el candidato más “pro-mercado” y no dudarán en aprovechar la dimensión del ataque contra la clase trabajadora que promete, para ejecutar una largamente demorada derrota histórica que permita imponer la reestructuración productiva y relanzar la acumulación.
Si bien hoy la elección de Javier Milei no representa necesariamente una “derechización” de la sociedad o una adhesión al conjunto de su programa, esas condiciones pueden cambiar si llegase a ser presidente. Para que el liberalismo y la ultraderecha no logren captar a porciones de la clase trabajadora y los sectores medios, y así construirse en un proyecto con capacidad de movilización de masas (como lo fue Bolsonaro en Brasil) es necesario que bloqueemos su ingreso al gobierno.
El segundo error consiste en una sobrestimación de la capacidad de lucha de la izquierda y de la actual correlación de fuerzas. Es indudable que el pueblo argentino posee una larga tradición de resistencia a los embates del neoliberalismo. Esta capacidad puede rastrearse desde las movilizaciones y organizaciones de trabajadorxs que surgieron para enfrentar a la dictadura militar, en las luchas contra el menemismo e incluso a las jornadas contra la Reforma Previsional del gobierno de Mauricio Macri. Está claro que el movimiento popular argentino no ha sufrido aún una derrota definitiva en el ciclo que se abrió con las jornadas de 2001 (lo que justamente logró bloquear las reformas que busca la clase dominante). Sin embargo, también es importante señalar que el gobierno de Cambiemos no fue expulsado mediante la movilización callejera, sino que logró terminar su mandato de manera regular. El ajuste persistente, aún sin crisis bruscas, y la parálisis que las principales conducciones sociales y sindicales vienen imponiendo al pueblo erosionan la capacidad de respuesta.
A su vez, si son puestas en cuestión las libertades democráticas y se impone un escenario represivo, también cambiarían drásticamente las condiciones para que convoquemos a movilizar a sectores no organizados de nuestro pueblo. Incluso la situación de nuestras organizaciones estaría ante un riesgo mayúsculo: la criminalización de la protesta vía los procesamientos (que existen en la actualidad) aumentaría exponencialmente y estaría legitimado desde el gobierno (que habrá sido elegido por el voto con ese discurso como bandera), por lo que también podrían incrementarse los ataques a nuestros espacios y símbolos, más allá de lo que hoy son expresiones peligrosas pero marginales (como la vandalización de sitios de memoria, locales políticos y otros). Todos estos efectos restringirían objetivamente las posibilidades de organizar a nuestro pueblo y de salir a la calle a defender los derechos conquistados.
En este escenario, bloquear el acceso de la ultraderecha al gobierno solo significa una cosa: que sea Massa quien llegue al gobierno. No se trata de elegir el mal menor, nunca hemos hecho eso, sino de ejercer una defensa mínima por medio del instrumento del voto. Es fundamental derrotar a la ultraderecha en las urnas y en las calles, pero lo segundo no excluye lo primero.
2. Es importante empalmar con el buen sentido de nuestra clase
Exceptuando a quienes dieron un voto decidido por el FITU (que mantuvo su promedio de voto en el marco de las elecciones presidenciales) y a algunxs que mantuvieron el abstencionismo, la enorme mayoría de las personas preocupadas por la amenaza de la ultraderecha optaron por dar su voto a Unión por la Patria. ¿Qué expresa ese voto?
Massa no es solo el ministro de Economía de un gobierno con 140% de inflación anual sino que su cercanía con Estados Unidos y el FMI es notoria y conocida. Comparativamente, podríamos decir que el voto de este domingo tuvo un carácter profundamente diferente al que apoyó a Cristina Fernández de Kirchner en 2011. Gran parte del voto reciente, e incluso de las personas y las organizaciones que lo militaron, expresan el aval a la única boleta que puede impedir un gobierno de Javier Milei y el avance de la ultraderecha en nuestro país. Nadie, en las clases populares, votó a Massa por su manejo de la economía o su adhesión al imperialismo, sino como una herramienta de defensa de los derechos sociales conquistados. Desde las izquierdas no debemos tener miradas homogeneizantes ni principistas sobre ese voto.
El electorado que votó por Massa, conserva un grado de crítica importante hacia su figura y lo eligió en defensa de los derechos humanos conseguidos, de las libertades democráticas, de la vigencia de la educación y la salud pública, del aborto legal y de la ESI. Todos estos son núcleos de buen sentido de nuestra clase con los que debemos empalmar, no por seguidismo sino para apostar a su radicalización. En el balotaje, una posición como el voto en blanco nos ubicaría en la oposición a esas razones del voto (y no “más a la izquierda”). En cambio, un voto por Massa, por estas mismas razones defensivas y con las mismas críticas, nos permite continuar el diálogo y construir puentes para que, en el caso de que logre ser presidente, ese gobierno pueda ser enfrentado con movilizaciones que condicionen su programa.
3. No perdemos nuestra independencia política por votar a Sergio Massa en el marco de un balotaje
En el campo de las izquierdas solemos utilizar los términos “independencia política” e “independencia de clase”. Si bien parece expresar un común acuerdo entre quienes elegimos el campo de la pelea por el socialismo, este concepto se utiliza desde dimensiones y tácticas diferentes. Gran parte de las izquierdas han adoptado un concepto de “independencia” que fue difundido por las organizaciones que forman parte del Frente de Izquierda y los Trabajadores-Unidad (FITU) en las dos últimas décadas.
Desde esta perspectiva, que no compartimos, sería necesario que las izquierdas tengamos siempre una orientación de oposición a los bloques dominantes e incluso a otras organizaciones del campo popular. De la misma manera, ante movilizaciones masivas convocadas por sectores del oficialismo o de la burocracia sindical sería imprescindible movilizar de manera separada. Esta definición hipertrofiada de “independencia política” se hace presente en la negativa por parte del bloque legislativo del FITU a votar en el Congreso leyes que son propuestas por el oficialismo, incluso aunque sean progresivas (como el caso del Impuesto a las Grandes Fortunas o la Ley de Emergencia Social). También en las “movilizaciones independientes” en el marco de la lucha contra el macrismo, que se realizaban a pocas cuadras, pero separadas, de las convocadas por las centrales sindicales, aún cuando en esas movilizaciones se exprese la bronca contra las burocracias (como en aquella en la que se robó el atril de la CGT, en la que algunas organizaciones de izquierda no estuvieron presentes).
Desde nuestra perspectiva, la independencia política no tiene por qué implicar sectarismo alguno, sino que se garantiza desde la decisión de no formar parte de estructuras orgánicas dirigidas por sectores de las clases dominantes. También con la defensa de un programa comprometido con las transformaciones de las condiciones de vida del pueblo, al que no se renuncia por alianzas o acuerdos con fuerzas políticas de la burguesía. En el marco de la militancia cotidiana, nos parece importante que desde las izquierdas no nos automarginemos, impidiéndonos hablarle a las mayorías populares en movilizaciones de masas. De la misma manera, es posible coordinar y construir alianzas tácticas con sectores con los que en otros planos no tenemos tantos acuerdos, siempre con el objetivo de generar mejores condiciones para la lucha y la organización popular y mejoras para el pueblo. Un ejemplo de ello es la táctica de frente único, que supone una coordinación no solo con los iguales sino con amplios sectores.
Nuestra coherencia en la lucha contra el ajuste se constata en nuestra historia y en nuestra práctica cotidiana y no se modifica por un voto táctico a Massa, que no expresa ningún compromiso con esa fuerza política ni con su programa, sino que se reduce a una herramienta defensiva. El llamado al voto es algo táctico, que por lo tanto no tiene que expresar todas nuestras delimitaciones políticas y no pone en juego nuestra independencia.
El rol de las izquierdas en la organización desde abajo es clave en cualquier proceso de resistencia. La persistencia diaria durante este período de la Unidad Piquetera en las calles y la organización anti burocrática en los espacios de laburo sientan las bases todos los días para dar la pelea contra la precarización de nuestras vidas.
Incluso, en procesos de acumulación como el que se dió durante la lucha contra el macrismo, las izquierdas jugamos un papel clave en la lucha callejera que el peronismo luego supo apagar con la consigna “Hay 2019”, que derivó en la candidatura de Alberto Fernández y la institucionalización de varios sectores protagonistas de la lucha antimacrista.
Por otro lado, es importante sopesar el valor del voto en blanco. El voto en blanco puede constituir, en algunas circunstancias, una expresión de deslegitimación del régimen político por izquierda e incluso puede portar un sentido programático. Es por eso (y no por principismo) que, como adelantamos en nuestro posicionamiento frente a las elecciones generales del 22/10, si el balotaje hubiera sido entre dos opciones de ultraderecha, habríamos llamado a ese voto. No obstante, en esta coyuntura el voto en blanco, además de ser minoritario, no va siquiera a acercarse a ser la expresión de un programa clasista y de independencia política. En primer lugar, es notorio el crecimiento de la participación electoral entre las PASO y las Generales (alrededor de 8 puntos), que superó ampliamente el crecimiento entre esas dos instancias en 2019 (4 puntos) y 2015 (6 puntos), y la caída del voto en blanco (a la mitad), al tiempo que quien más votos nuevos obtuvo fue Sergio Massa. Es decir, buena parte de quienes tomaron posiciones abstencionistas en las PASO se decidieron a votar por Massa para expresar su oposición a la ultraderecha. En segundo lugar, objetivamente el voto en blanco va a canalizar la expresión del programa de buena parte de Juntos por el Cambio, como confirmaron las declaraciones de la mayoría de la UCR, de una buena parte del PRO y de toda la Coalición Cívica.
Creemos que es posible y necesario construir una izquierda que pueda posicionarse de manera tácticamente flexible en los combates trascendentales contra la ultraderecha, mientras sostiene una solidez estratégica.
4. La elección no está definida y la intervención de las izquierdas es importante
Pese a la diferencia de casi 7 puntos lograda por Massa, el escenario electoral y político de nuestro país se definió en los últimos meses por su carácter incierto. Las PASO, lejos de lo que se preveía, mostraron a Javier Milei como claro ganador y a una importante porción del electorado acompañando a la opción más ultraderechista en la interna de JxC. Solo dos meses después, cuando se esperaba que Milei ganara las generales, los resultados se reviertieron. La regla general es que los números tanto de las PASO como los de las generales fueron sorpresivos para propios y ajenos. Ni La Libertad Avanza esperaba la elección que hizo en las PASO, ni Unión por la Patria esperaba remontar los números electorales en octubre. Las encuestas, por su parte, brillaron por su desacierto. De la misma manera, organizaciones de izquierda y del campo popular no habíamos evaluado que la campaña ultraderechista había logrado penetrar tan fuerte en las bases de nuestros barrios y lugares de laburo.
Es incierto el efecto de las posibles alianzas tanto de Massa con sectores del radicalismo como de Milei con referentes del PRO y el armado de Schiaretti. Sin embargo, aunque esas alianzas logren expresarse públicamente (como ya lo hicieron algunas en favor de Milei), desconocemos cómo actuará el electorado que optó por cada una de esas opciones, ya que no existe trasvasamiento lineal de los votos.
Los votos positivos contra Milei por izquierda pueden ser cruciales para evitar un acceso al gobierno de la ultraderecha. Y es fundamental insistir en el carácter defensivo de ese voto y mostrar que votar a Massa no implica adhesión a su programa ni resignación. Si lo implicara, sería imposible imaginar un escenario de unidad de acción en la lucha callejera de los próximos años, movilizando junto a esxs votantes. Que la izquierda que no se resigna y que pelea por el socialismo sea capaz de hacer su aporte de votos para bloquear un ataque brutal contra la clase es, justamente, una demostración de que no es necesario adherir al programa de Massa, incluso si se lo vota de manera defensiva.
Si somos parte del voto decidido contra Milei estaremos en mejores condiciones para incidir en el sentido de ese voto y dialogar con los sectores que hayan optado por ello para organizar la resistencia.
5. Es imperioso defender los derechos sexuales y del colectivo LGTBQ+
Aunque es cierto que ambos candidatos pueden emparentarse en ciertos trazos gruesos del plan económico que aplicarán, tales como la adhesión irrestricta al FMI, la situación es sustancialmente distinta si se miran temas vinculados con el grueso de los derechos sociales. No tanto por lo que opinen o sean los candidatos, sino por la situación objetiva que abren.
Las conquistas logradas con la lucha durante estos años, tales como el matrimonio igualitario o la interrupción voluntaria del embarazo, incluso cuando falten políticas públicas, presupuesto y a veces cueste aplicarlas, son un piso elevado de conquistas que han mejorado las condiciones de vida de todxs.
Lo sabe cualquiera que hoy puede decidir su identidad autopercibida, compartir la seguridad social con su pareja sin importar el género de cada unx, criar sin ajustarse a la heteronorma o acercarse a una institución de salud a pedir la interrupción de un embarazo sin el riesgo de morir por ello. Estos derechos no adornan la democracia sino que son parte esencial del cuestionamiento a las condiciones de vida materiales de los sectores populares. Por supuesto, cada uno de estos derechos es una conquista y siempre tenemos que estar atentxs a los ataques contra ellos, especialmente tras el fogoneo que implicaron los discursos de odio de Milei y otros candidatos de la ultraderecha. Pero eso es muy distinto a la situación que objetivamente se viviría si esos derechos no estuvieran legislados.
Con la ultraderecha en el gobierno, el riesgo de desaparición de la ESI, la IVE y otros derechos conquistados no solo es posible sino inminente. Esos sectores se han pronunciado públicamente al respecto y no hay duda que una victoria electoral los envalentonaría para avanzar sobre estas conquistas.
6. Hay que mantener a los milicos en la cárcel y la organización popular alrededor de los DDHH
Tras décadas de lucha popular, encabezada por las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y demás organismos de derechos humanos, hemos dado un paso importantísimo al lograr cárcel común para los represores que desaparecieron, mataron, violaron a nuestrxs compañerxs y apropiaron a sus hijxs durante la última dictadura en Argentina. Los juicios no terminaron, ni nuestra lucha por la reapertura de todos los archivos de la última dictadura militar, pero es un hecho que esas condenas representan una conquista en la pelea por la conciencia de millones, que es atacada por la política de Milei y Villarruel.
De las dos fórmulas presidenciales que pueden gobernar el país, hay solo una que, como no sucede hace décadas, efectivamente pone en riesgo la permanencia de los milicos en la cárcel, reivindicando las atrocidades de la última dictadura, su plan político y económico de exterminio de la población y de los sectores organizados. Por eso, no se puede descartar un indulto o amnistía que les permita morir tranquilamente en sus casas, lo que sería una medida irreversible y una derrota para el movimiento de derechos humanos.
Además, el ataque constante a la memoria de nuestro pueblo y a las organizaciones que encarnaron la lucha contra la dictadura puede expandirse e institucionalizarse, como lo muestra la actividad previa a las PASO en la Legislatura porteña para defender a los genocidas, el acompañamiento a una propuesta cultural de reivindicación de la Alianza Anticomunista de Argentina y del anticomunismo como identidad militante. El acceso a la Presidencia de quienes levantan una legitimación del terrorismo de Estado de esta magnitud no tardaría en traducirse también en el desfinanciamiento total de políticas como la restitución de la identidad de lxs nietxs e hijxs, entre otras.
No es menor entonces que, en pleno debate presidencial, Milei y la derrotada Bullrich también reivindicaran la persecución y el asesinato de Santiago Maldonado y Rafita Nahuel. Ambos defensores de los derechos de los pueblos originarios, que salieron a la calle por una de las luchas que repunta en importancia a nivel internacional y fueron asesinados por la Gendarmería. Legitimar y promover esos asesinatos a manos del Estado nos pone frente a una profundización brutal de la estrategia de criminalización con la que se responde a los sectores en lucha. Esta política de reivindicación del fascismo en la Argentina, de contundencia innegable, implicaría un retroceso no sólo discursivo sino también objetivo, material.
7. Es necesario evitar una derrota estratégica de la clase trabajadora
Después de las jornadas de 2001, que generaron un clima de época en el que la reconstrucción del sistema político argentino no pudo lograrse sino acompañado por un mejoramiento de las condiciones de vida de millones, hace algunos años que las clases dominantes buscan una reestructuración productiva para relanzar el capitalismo local. Sin embargo, a pesar de innumerables medidas de ajuste de los últimos 10 años y de un deterioro persistente de las condiciones de vida, no han podido asestar el golpe que derrote la resistencia del movimiento popular argentino y cambie de manera duradera la correlación de fuerzas a favor del capital. Macri eligió el gradualismo al comienzo de su gobierno porque sabía que no llegaba a la conducción del Estado tras una derrota popular de la magnitud necesaria para implementar medidas de fondo. Cuando, tras su victoria en 2017, quiso avanzar con la triple reforma, solo pudo hacer pasar una modificación del cálculo jubilatorio en medio de una protesta unitaria y amplia que contó con dos extensas jornadas de combate frente al Congreso Nacional y también con protestas en distintos barrios de la ciudad al caer esa noche. Macri no pudo imponer su programa por la resistencia aún activa del movimiento popular.
Sin embargo, desde entonces el ajuste dio en el marco de una profunda desmovilización, cuya principal responsabilidad reside en las burocracias sindicales alineadas al oficialismo peronista. Es decir, el ajuste logró pasar en nombre del progresismo (del neoliberalismo progresista) para seguir erosionando las condiciones de vida de las mayorías, en un clima de pasivización social. Es por eso que el descontento estalla por derecha. No obstante, el movimiento popular de nuestro país no está derrotado sino dormido.
Si bien un sector de las clases dominantes hoy parece apostar a una posible “estabilidad” con el gobierno de Massa, un gobierno de Milei que pretenda cumplir con la receta de la reforma cambiaria es capaz de unificar el apoyo y los recursos de aquellos sectores del capital internacional que lo apadrinaron desde el inicio con los de aquellos que no se sumarían con la promesa de aplicar fórmulas de shock contra la clase trabajadora. Es posible que la burguesía prefiera un modo “republicano” de lograr sus objetivos pero no se privaría de sacar provecho de un régimen autoritario que le permita radicalizar el programa del capital. De hecho, hay que estar atentxs a los movimientos en los próximos días, porque hay signos de ciertos intentos de Milei y Macri de seducir a esos sectores burgueses. Por otra parte, nuestra política (o la de las organizaciones que nos precedieron en la historia de la lucha por el socialismo) no se deriva de ninguna manera de la política de la burguesía, limitándose a poner un signo de negación de ella (lo cual simplificaría notablemente la estrategia revolucionaria), sino que depende de una evaluación concienzuda, razonada y seria de la situación política y de las condiciones para la organización y la lucha.
Por supuesto que, más allá del resultado electoral, tendremos que seguir luchando. La reestructuración productiva es el programa de ambos candidatos. El consenso extractivista, el ajuste del FMI, la batalla contra las ideas que marginan a los sectores más empobrecidos y los culpan de la situación económica actual, también son aspectos del clima de época. Es claro que esto nos une a todos los sectores en lucha, pero hoy es necesario pensar en qué acciones podamos tomar para que las condiciones de esas grandes mayorías no empeoren radicalmente, mientras damos todas batallas urgentes para construir un futuro para todxs.
Celebramos el clima de deliberación en las izquierdas y apostamos a que sea procesado de manera democrática en cada organización, sin chicanas, adjetivaciones ni juicios sumarios, sino con argumentos y escucha, en un clima de camaradería que nos permita salir fortalecidxs de este debate.
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